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Columna
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Discreta reunión del FMI e incertidumbre

Francisco de Vera sostiene que una subida del precio del crudo en este momento, en el que la recuperación es mucho más débil de lo que se había anticipado, presenta el peligro de provocar una reacción adversa en los mercados

Con muy poca fanfarria y casi de incógnito, este fin de semana hay reunión de poderosos en Washington. Tiene lugar el encuentro anual del FMI- Banco Mundial (BM), al que se ha adosado una reunión del G7. Los organizadores deben haber pensado que poniendo todo junto, aprovechando las medidas de seguridad de un país en guerra, reduciendo el programa a dos días no laborables, dando muy poca publicidad y evitando cualquier referencia los resultados evitarían embarazosas marchas de protesta y campañas mediáticas en contra de las agencias financieras internacionales o de la globalización.

Eso es precisamente lo menos que pueden desear quienes en estos momentos están tratando de digerir la doctrina Bush sobre la manera de gestionar el imperio.

El caso es que cuando los asistentes a estos encuentros aborden sus taxis para dirigirse a sus reuniones no deberán sorprenderse si encuentran a sus conductores calculando cuánto les va a costar invadir Irak. Parece que no está siendo fácil ponerse de acuerdo. Lawrence Lindsey, director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, ha predicho que el coste se sitúa entre 100.000 y 200.000 millones de dólares. El Pentágono, en una estimación de carácter privado, lo calcula en no más de 50.000 millones de dólares, mucho menos que lo que costó la guerra de 1991 y que oficialmente fue 80.000 millones de dólares. El asunto no parece baladí para una economía como la de EE UU que no atraviesa sus mejores momentos.

Para Paul O'Neill, secretario del Tesoro, sin embargo los números no tienen mayor importancia al tomar una decisión. Según afirma, 'en lo que quiera que se decida finalmente hacer, tendremos éxito y lo podremos pagar'.

La liberalidad de O'Neill debe ser motivo de regocijo entre los que en EE UU piensan que la mejor manera de poner a Wall Street en la senda de crecimiento es mediante una acción militar. No tienen desperdicios dos títulos de artículos publicados en la prensa diaria en defensa de esta política y citados por Paul Krugman en su artículo del 13 de septiembre en The New York Times: Taking Back the Market - by Force y October Surprise, Please. Go on Mr. President: Wag the Dog. Y es que los que defienden la invasión de Irak como política reactivadora de la economía recuerdan que a pesar de los buenos propósitos de Roosevelt con su New Deal, hasta la entrada de EE UU en la guerra mundial no salió de la Gran Depresión y alcanzó el pleno empleo.

Son más, sin embargo, los economistas que prefieren recordar la experiencia más próxima de la Guerra del Golfo, que originó subidas del precio del petróleo y retraimiento en la demanda de los consumidores y terminó conduciendo la economía a la recesión. Sin olvidar que más de un analista político considera que fue esta guerra y sus consecuencias las que hicieron perder al padre del actual presidente de EE UU la reelección.

Una subida de los precios del crudo en un momento en el que la recuperación económica es para los más optimistas mucho más débil que lo que se había anticipado puede provocar en los mercados de valores una reacción adversa, muy lejos de los deseos de quienes aconsejan actuar militarmente y de inmediato.

æpermil;sta parece ser la opinión del FMI expresada recientemente con ocasión de la presentación del informe trimestral sobre estabilidad financiera mundial en el que destaca los riesgos que afectan en este momento a la economía, entre los que destaca la posibilidad de la aparición de un pánico vendedor entre los inversores bursátiles, la ralentización de el flujo inversor extranjero en EE UU, la quiebra de algunos bancos y los signos de contagio de los que parece dar muestra Brasil.

Y es que los que se reúnen en Washington no tienen motivos para hacer brindis, a menos que sea para recordar viejos tiempos. Desde la debacle que acompañó a la explosión de la burbuja de los valores tecnológicos, las Bolsas no han cesado de dar disgustos a los inversores, de desmentir las profecías optimistas por moderadas que fueran y de afirmar la desconfianza que el público en general y los inversores en particular tienen en la información financiera, los consejos de los bancos y asesores de inversión y la ética de los gestores de las empresas cotizadas.

No nos debe extrañar que en medio de este ambiente, las quiebras empresariales en EE UU se hayan multiplicado y se haya encarecido el crédito a las empresas y los particulares. O que la reducción de la inversión extranjera deteriore la cotización del dólar y cuestione la suficiencia del aporte financiero externo para sostener el déficit crónico de la balanza de pagos de aquel país.

æpermil;ste es el panorama que rodeará a los reunidos en Washington. æpermil;ste es el panorama que preocupa a empresarios e inversores del mundo desarrollado -por no mencionar el que preocupa a habitantes del mundo subdesarrollado-. No parece que este panorama admita sin grandes costes para la economía en su conjunto las dosis añadidas de incertidumbre que el ambiente prebélico que vivimos conlleva.

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