Reestructuración en las 'telecos'
Pocos sectores y circunstancias históricas hay en los que hayan cambiado tanto las expectativas del desarrollo del mercado como en el de las telecomunicaciones en los últimos cuatro años. Frente a la previsión inicial de uso masivo de los servicios de banda ancha e Internet, ha habido que asumir un crecimiento moderado, tanto en los servicios de datos como de acceso a Internet y el comercio electrónico. Del énfasis inicial en el crecimiento (kilómetros de fibra, edificios conectados, etcétera) se ha pasado al enfoque de la rentabilidad (márgenes, Ebitda, flujo de caja ).
Frente a la creencia inicial de que los operadores incumbentes iban a ser incapaces de responder a la demanda y que su tecnología estaba obsoleta, lo cierto es que éstos han defendido su cuota de mercado y se han convertido en un propulsor muy importante de servicios como la banda ancha.
Finalmente, pero no menos importante, de un escenario en el que existía financiación para todos los proyectos se ha pasado a otro en el que tanto los mercados de capitales públicos como los privados están prácticamente cerrados.
No obstante lo anterior, nadie cuestiona que el sector vaya a crecer. La demanda aumentó fuertemente en el pasado reciente, crece ahora más moderadamente y seguirá creciendo en el futuro. Internet y los datos fijos y móviles tendrán las tasas de crecimiento más altas, mientras que la voz, tanto fija como móvil, crecerá de forma moderada.
Sin embargo, incluso en un entorno teóricamente favorable de demanda, la telefonía fija se encuentra en una encrucijada: se han invertido 9.000 millones de euros en crear redes alternativas de las cuales muchas están duplicadas (en algunos tramos es como si tuviésemos cinco autopistas paralelas) y se han recorrido dos tercios del camino. Los operadores alternativos han anunciado otros 4.000 millones de euros para terminar la inversión necesaria que permita tener tamaño suficiente para competir en los tres servicios fundamentales: voz, datos y televisión de pago.
La experiencia de los últimos tres años, y no sólo en España, nos dice que en este negocio no caben demasiados operadores. De hecho, no caben probablemente más que dos o tres, ya que la fragmentación no permite rentabilizar la elevada inversión en infraestructuras. La conclusión es que la mayoría de los operadores, creados al amparo de las condiciones muy favorables de finales de los noventa, tendrán que consolidarse o desaparecer.
En el fondo, estamos ante un problema económico y empresarial clásico: un mercado atractivo por su bajo nivel de competencia, precios aparentemente altos y un proceso de liberalización que atrae a un alto número de competidores. Como consecuencia de esto, se produce una fuerte inversión para poder dar el servicio adecuado y se instala el exceso de capacidad que lleva a una bajada de precios por el aumento de la oferta (con la ayuda del regulador). Esto, a su vez, se traduce en pérdidas millonarias y en la consecuente restricción de la financiación.
Tal situación debería llevar a la supervivencia de los más fuertes y, en circunstancias normales, a la reducción de capacidad y subida de precios. Si se permite a los precios fluctuar en función de la oferta y la demanda, se solucionará el problema. Si, por el contrario, se fija el nivel de precios, la crisis persistirá.
A pesar de ser un sector de actividad liberalizada, las telecomunicaciones siguen estando fuertemente reguladas y el Estado tiene la última palabra en muchos temas; entre otros en la fijación de precios. Aquí se le plantea al Gobierno un interesante problema: a corto plazo bajar precios y mantener el IPC dentro de la senda marcada, mientras que a medio plazo debe incentivar la inversión en infraestructuras de comunicación y de tecnologías de la información modernas, que son absolutamente imprescindibles para el desarrollo empresarial y, por tanto, económico del país.
En un escenario altamente competitivo, el cuasi libre establecimiento de los precios según la dinámica de mercado parece una necesidad. El sector tiene un reto crucial al que todos los operadores deben dedicar una especial atención: recuperar la rentabilidad para que se restablezca la confianza de los inversores y, así, conseguir la financiación necesaria que asegure su crecimiento como corresponde a uno de los sectores clave para la generación de riqueza y empleo.