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Fundaciones corporativas
Tribuna
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Construir relaciones sociales

En los últimos años, la cuestión de la responsabilidad social ha ocupado progresivamente un espacio relevante en el análisis de las prácticas empresariales. A menudo, cuando se habla de responsabilidad social de las empresas se hace desde una perspectiva dualista. Una perspectiva que opone la dimensión económica de la empresa (los resultados) a la dimensión social (la responsabilidad). Esta perspectiva es compatible con un gran interés por la responsabilidad social, pero como algo añadido y, quizás, complementario de lo que sería la actividad empresarial propiamente dicha.

En mi opinión, hoy de lo que se trata es de pensar la responsabilidad en términos de interdependencia. Hoy la responsabilidad corporativa no se reduce a las consecuencias de lo que las empresas hacen, sino que se refiere a la manera como las empresas se sitúan y actúan en el seno de la red de relaciones en las que están inscritas. Redes locales, nacionales e internacionales. La responsabilidad social corporativa se refleja en los valores y criterios que orientan a las empresas en todas sus relaciones. Esto supone que debemos superar una división del trabajo implícita, según la cual, cada institución (empresa, Gobierno, ONG, tercer sector…) tiene en exclusiva un tipo de responsabilidades y se puede permitir ignorar al resto. Hoy la realidad nos dice que las responsabilidades son compartidas; que no debemos reducirnos a hablar de mis responsabilidades y que debemos aprender a hablar de nuestras responsabilidades. De ahí, por ejemplo, que cada día descubramos nuevas formas de partenariado o colaboración entre organizaciones e instituciones que hasta hace pocos años sólo sabían verse mutuamente como adversarias, rivales, competidoras o, simplemente, como obstáculos.

Una ética de la corresponsabilidad nos pide un alto grado de innovación social. Se trata de hablar no tan sólo de las consecuencias de lo que hacemos, sino de lo que queremos hacer y de lo queremos contribuir a construir. La innovación empresarial que se requiere hoy no se refiere tan sólo a tecnologías, productos, servicios o procesos. También debemos aprender a innovar en términos institucionales y en lo que se refiere a valores y actitudes. Y esto incluye la capacidad empresarial para dialogar con los actores y los grupos sociales.

Se ha dicho gráficamente que a las empresas no sólo les interesa ser elegibles por los inversores. En la sociedad del conocimiento, donde atraer el talento es crucial, también deben ser elegibles como espacios profesionales y valoradas como lugares donde resulta gratificante, en todos los sentidos, trabajar. Y también deben ser elegibles como vecinos. Una empresa, a largo plazo, no puede operar de espaldas a la comunidad donde está situada o ignorando sus expectativas. Entre otras cosas porque, más allá de los requisitos legales, la comunidad continuamente redefine en términos sociales y culturales la autorización para la actuación de las empresas. Y todos los actores implicados deben aprender a relacionarse desde esta perspectiva, no sólo las empresas.

Por eso, creo que en el futuro no hablaremos sólo de responsabilidad social, sino también de construcción de las relaciones sociales.

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