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Columna
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Lo que queda de la nueva economía

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay sostiene que, a pesar de la crisis de la nueva economía, es imposible imaginarse el crecimiento de los países avanzados sin contar con las posibilidades abiertas por las tecnologías de la información

Es verdad que los valores bursátiles de las empresas tecnológicas se han desplomado. La crisis de las puntocom es ya tan antigua como el recuerdo que, a estas alturas, guarda uno del comienzo del verano. Pero no es tan lejano el hundimiento de los operadores telefónicos principales, en Europa y EE UU, ni de sus suministradores de equipos (Alcatel, Nortel, Lucent, etcétera). Por si fuera poco, se ha reconocido el fracaso -por el momento- de la tercera generación de móviles, el largo tiempo idealizado UMTS, hasta el punto de que los operadores que han confesado en público sus pecados de inversión en esta tecnología, como Telefónica, han sido premiados por los desalmados mercados. ¡Arrepentidos los quiere Dios...!

Con el hundimiento de los mercados de capitales y una economía mundial desacelerada, la recuperación del entusiasmo inversor se hará esperar, al menos mientras se purgan los excesos del largo periodo de voluntarismo autosostenido al que damos el piadoso nombre de burbuja.

Lo malo de las correcciones es que, casi siempre, nos llevan de un exceso al otro. De imaginar un mundo sin límites al crecimiento sostenido de la inversión en tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) a la extensión del más desinformado escepticismo sobre todo lo que venga apoyado en las nuevas tecnologías. Y, sin embargo, la nueva economía no era un cuento, a pesar de que muchas de sus expresiones, especialmente las financieras, parecieran salidas más de un cuento oriental que de un fiable análisis económico.

Aun así, sigue siendo imposible imaginarse el crecimiento económico de los países avanzados sin contar con las posibilidades abiertas por las TIC y su extensión a todas las esferas de la vida económica y social. La nueva frontera del UMTS -ya es oficial- va a tardar todavía algo en extenderse, pero ni la producción de coches o de lavadoras, ni la actividad de los comercios, de la Administración publica, del sistema educativo, del sanitario o de la industria del ocio y el entretenimiento, pueden concebirse -ahora y en el futuro- sin un uso creciente de las TIC. Lo que requiere de nuevas cualificaciones en los trabajadores de estos sectores.

Es obvio que una parte de los que adquieran formaciones específicas en TIC tendrán, temporalmente, más dificultades para emplearse en la industria informática o en la de telecomunicaciones, si persisten las actuales condiciones. En contrapartida, las necesidades de los demás sectores de personal con adecuadas habilidades en TIC no harán sino ampliarse. Más aún, incluso el personal dedicado a tareas no relacionadas directamente con las TIC necesitará una formación específica para adaptar sus conocimientos y habilidades a las nuevas exigencias de la organización económica .

La dotación de capital humano de una economía es el factor de crecimiento más importante en el medio plazo y, sin duda, el que mejor explica la elevación de la productividad del trabajo. Como es sabido, eso tiene que ver con los niveles de educación y, desde otra perspectiva, con las destrezas de su población aplicables a los proceso productivos.

Las razones del elevado crecimiento estadounidense de la década pasada, por comparación a Europa, no estriban solamente en la excepcional presencia de empresas punteras en el ámbito de las TIC sino, de modo cada vez más claro, en la difusión de las TIC a las diversas áreas de la vida económica y social.

Un reciente informe de la OCDE señala que en la década pasada el crecimiento del empleo de los llamados trabajadores del conocimiento (trabajadores del sector informático, junto con ingenieros y científicos sociales) fue el más rápido de todos los grupos de trabajadores tanto en EE UU como en la UE (un 3,3% frente al -0,2% de los empleados en la producción de bienes). No obstante, recientes datos referidos a EE UU ponen de manifiesto que dos tercios del personal más cualificado en TIC no se empleaba en este específico sector, sino en otros que incorporaban de modo creciente las posibilidades ofrecidas por los avances tecnológicos.

Nada tiene de extraño que, ante estos hechos, todos los Gobiernos hayan hecho suyo el lema de la lucha contra el analfabetismo informático, aunque luego no hayan sido coherentes con la dimensión del empeño anunciado, como ocurre entre nosotros.

Se trata de hacer frente a una nueva barrera de exclusión social, determinada por la capacidad de adaptación a las nuevas exigencias de la organización económica y social. Y tampoco puede extrañar que los curricula de los centros educativos públicos, privados o mediopensionistas, se hayan llenado de sonoros títulos con referencias informáticas. Entre tanta proliferación no podían faltar, junto a estudios y títulos reputados, notorias basuras y algunos fraudes en nombre del progreso.

Una de las peores formas de miopía es la que impide ver el mundo bajo otro prisma que el del mercado financiero. En algunos momentos esa miopía puede conducir a la locura. Y, en los caso menos graves, a mirar tan a corto plazo que se pierda del todo la perspectiva. Por eso, al calor del verano, mientras hacemos votos por la paulatina -y menos espasmódica- recuperación de los mercados de capitales y de la economía mundial, conviene recordar que seguimos en una economía basada, principalmente, en el conocimiento. Lo que, si bien se mira, no está reñido con la amplitud de la ignorancia.

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