Uruguay
Jordi de Juan i Casadevall analiza la situación económica del país. El autor llama la atención sobre la necesidad de un replanteamiento del modelo social, así como la conveniencia de un impulso comercial por parte de la UE
El efecto tango, la preocupante crisis financiera argentina, ha acabado abrasando al vecino país, Uruguay. Algunos creen que era de prever. De hecho la suya es una economía muy dependiente de Argentina y de Brasil. Estos tres países, juntamente con Paraguay, conforman el Mercado Común del Sur (Mercosur). Mercosur representa, como su nombre indica, un intento por construir un área de libre comercio en el Cono Sur, homologable a lo que supone la Comunidad Andina de Naciones, el Nafta u otras áreas regionales similares. Homologable aunque no idéntico. De hecho, Mercosur es una unión aduanera bastante imperfecta con notables y extensas excepciones a la regla de libre comercio.
Hace unas semanas tuve ocasión de visitar y conocer este país y de participar en un seminario sobre comercio internacional. En aquellos momentos había una cierta expectación por saber si el corralito cruzaría el Río de la Plata y llegaría a Uruguay. Aquellos temores han tomado cuerpo aunque se trata de una versión light del corralito argentino.
Uruguay siempre ha tenido una gran dependencia, no ya sólo económica, sino incluso política de Argentina. Su guerra de la independencia, en 1810, es contra España, pero, sobre todo, contra Argentina, el poderoso vecino del sur que consideraba a la llamada banda oriental del virreinato como poco más que una dependencia administrativa suya. Y lo mismo cabría decir respecto de Brasil. En realidad, la República Oriental del Uruguay es un pequeño enclave territorial de poco más de 3.000.000 de habitantes situado entre esos dos poderosos países. Su economía, su actividad política e, incluso, su alianza estratégica, Mercosur, se explica por esa vecindad. Una vez más, se demuestra que la geografía es la madre de la historia. Otra cosa es que esa historia en ocasiones sea o no dolorosa. Por eso dicen los uruguayos que 'nuestros vecinos nos quieren tanto que cada vez que nos dan un abrazo nos dejan casi sin respiración'.
Con más paro, un déficit público galopante, parálisis económica y un masivo éxodo rural, el Estado debería plantearse la subsistencia del modelo social
Políticamente ha gozado de un notable nivel de estabilidad institucional. Con el paréntesis de la dictadura militar, su sistema político ha girado en torno a dos grandes partidos: el Partido Colorado, el que más tiempo ha permanecido en el poder, y el Partido Blanco. A este esquema de bipartidismo perfecto se ha añadido un tercer protagonista, el Frente Amplio, un cóctel de partidos de fuerte componente izquierdista que son Gobierno local en Montevideo. En la actualidad, el Partido Blanco y el Colorado gobiernan el país en coalición con un presidente colorado. Ambos partidos han sido a lo largo de la historia un factor de estabilidad, aunque, en el actual contexto de crisis económica, la perspectiva de una eventual victoria del Frente Amplio supone un elemento de incertidumbre para el país.
Desde un punto de vista económico, Uruguay es un país con un potente sector primario, la ganadería fue la fuente tradicional de riqueza. De ahí que fuera un exportador de carne a otros países americanos, con la carne salada, el tradicional tasajo, o a Europa con los grandes barcos frigoríficos. Bajo la presidencia de Batlle, y con otras presidencias posteriores, desarrolló un modelo de sustitución de importaciones. Aunque ese modelo batllista dio ciertos réditos económicos, lo cierto y verdad es que propició una economía cerrada que se fue abriendo progresivamente hasta que con la presidencia de Lacalle, del Partido Blanco, Uruguay ingresa en Mercosur. Pero, sin duda, si hay una característica que llama la atención de la sociedad uruguaya, es la existencia, hasta fechas relativamente recientes, de una importante clase media. El modelo batllista de política social supuso el establecimiento de un auténtico welfare state en el que el Estado garantizaba la cohesión social mediante un acabado sistema de prestaciones sociales con una sanidad y una educación públicas. El Estado del bienestar de una economía próspera que no conocía el fenómeno del desempleo posibilitó la formación de una clase media, desconocida en otros países latinoamericanos, con un nivel cultural elevado. Hoy, con las filas del paro engordando, un déficit público galopante, una parálisis económica importante y un masivo éxodo rural a la ciudad, el Estado deberá plantearse la subsistencia de un modelo social difícil de sostener.
Uruguay es un país de fuerte vocación europeísta. La Suiza de América, como se le conocía, no es un país indoamericano, sino esencialmente europeo, con una población que desciende de los italianos y de los españoles. Los apellidos vascos, gallegos y catalanes abundan sin que el elemento indígena autóctono, los charrúas, haya sido decisivo en la formación de su personalidad nacional. No es de extrañar que Europa hubiera sido un destino preferente de sus productos agropecuarios. Además de la ortodoxia económica, monetaria y financiera que incumbe al actual Gobierno uruguayo para salir de la crisis, Europa debería ayudar a dar una salida comercial a sus productos. Con la presidencia española de la Unión Europea se avanzó, y prácticamente se concluyó, la negociación de los capítulos político y de cooperación del Acuerdo UE-Mercosur, sólo queda pendiente impulsar la negociación comercial. Esperemos que la presidencia danesa siga por la misma senda.