Mercados de divisas y de capitales
Joaquín Trigo analiza el comportamiento de las Bolsas. El autor alerta sobre los riesgos que vive el actual panorama económico en general, entre los que destaca la posibilidad de sobreinversión
El descenso en paralelo de los mercados de capitales y divisas responde a vínculos que tienen implicaciones para la vuelta al crecimiento económico. En los últimos noventa y en 2000 el ascenso de las cotizaciones fue más allá de lo que aconsejaba la realidad de los resultados empresariales y unas expectativas razonables. El dólar mantuvo una paridad que, a juzgar por el volumen de su déficit externo, era excesiva porque la entrada de nuevas inversiones permitió financiarlo sin problemas. En 2002 la caída bursátil en los EE UU se ha prolongado a pesar de datos positivos de recuperación económica. Esto responde a la reiteración de evidencias de que los resultados que impulsaron el crecimiento previo tenían dosis importantes de falsedad. Las nuevas exigencias a los gestores empresariales, auditores y supervisores, siendo convenientes, tienen mucho de regulación en caliente y no sólo no evitarán que aparezcan, si los hay, otros casos de prácticas similares a las que se condenan, sino que el mayor rigor desvelará en este ejercicio las que hayan permanecido ocultas. Sin embargo, aunque permitirán que la recuperación tenga más de músculo y menos de inflación artificial, no se han traducido en un cambio de tendencia en las cotizaciones ni en más confianza, porque, aun con las deficiencias desveladas, un bombardeo de nueva normativa aportará una carga segura y una seguridad adicional presunta.
La caída en los índices bursátiles derivada de una oferta superior a la demanda ha supuesto la salida de numerario de los EE UU, con lo que aumentó la demanda de dólares y, a la vez, redujo la afluencia de nuevos inversores. Esto puede indicar que la pérdida de riqueza ha afectado duramente a los inversores externos que, especialmente los europeos, entraron con fuertes sumas a finales de los noventa y al realizar sus posiciones han perdido parte de su inversión. Así, el cambio de dirección redujo la entrada de inversión directa, que pasó de financiar más del 90% del déficit por cuenta corriente en 1999 a menos del 45% en 2001, con lo que los analistas entienden que el déficit se hace menos sostenible y las expectativas de cotización del dólar se debilitan.
La emisión de dólares ha sido cuantiosa y aparentemente inocua. Ha permitido tipos de interés bajos que han facilitado el endeudamiento de particulares y empresas, pero, gracias a la condición de moneda reserva y al uso generalizado del dólar como medio de cambio, ha transmitido la presión inflacionaria a todo el mundo sin perjudicar seriamente a los EE UU. El impacto del exceso de inversión ha sido momentáneamente atemperado por el descenso de los tipos de interés, pero en modo alguno eliminado, por lo que hay lógica en el descenso de cotizaciones de los sectores más endeudados, por más que se recurra a ratios o indicadores que presenten una imagen positiva de unas u otras empresas. Esto es grave en las que al inflar sus resultados pagaron impuestos y repartieron dividendos por beneficios no conseguidos y afecta a las entidades crediticias con más morosidad y fallidos.
La depreciación del dólar favorece la recuperación de los EE UU pero frena la de los demás países. La debilidad institucional de la UE y, en su plano, de Japón, que dificulta un crecimiento vigoroso, ha permitido y, probablemente permitirá, un deslizamiento suave del dólar, pues sus respectivas monedas aún no pueden competir con el dólar. Este proceso puede aportar nuevas dosis de incertidumbre porque si los países de la OPEP entienden que el poder de compra de los ingresos que obtienen con sus exportaciones de petróleo desciende, tratarán de subir su precio. La misma inquietud suscitan las reacciones proteccionistas y el contagio a empresas afectadas por la solvencia de las relacionadas con los escándalos.
El ahorrador individual, en un contexto de bajo crecimiento, poca rentabilidad de los títulos de renta fija y descenso en la variable, puede considerar que la alternativa que representan los bienes reales puede dejar de serlo, pues si el volumen de recursos que optan por adquirirlos continúa creciendo, elevará aún más su precio y arriesga crear una carestía como la que ocurrió en los mercados de valores, sin duda menos hueca y por tanto de menor impacto potencial. Dos riesgos sobrevuelan el panorama macroeconómico en el momento actual. La persistencia de una situación de facilidad para el tomador de crédito en demérito de la retribución del ahorrador, que sustituyó a la de signo contrario de principios de los noventa, es un peligro que conviene conjurar. El otro es la posibilidad de nueva sobreinversión asociada a la continuidad de una política monetaria expansiva cuando ya se han manifestado los excesos de la fase precedente, que no ayudan a corregir.