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Tribuna
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Volatilidad, inestabilidad, vulnerabilidad

Los mercados financieros y las economías llevan desde hace un año, pero especialmente desde hace seis meses, en una situación de incertidumbre global. La inestabilidad viene caracterizando a la recuperación económica de los países desarrollados, al equilibrio de los emergentes, a la situación económico-financiera de las empresas; como consecuencia, la volatilidad ha caracterizado a los mercados.

A pesar de la confluencia de shocks los sistemas financieros han mostrado una resistencia significativa a ser vulnerables. Las entidades financieras han mejorado sus técnicas de diversificación de riesgos, lo que ha permitido absorber los shocks. No obstante, existe el riesgo de que los efectos de los mismos se manifiesten cuando la recuperación económica se haya asentado. Habríamos pasado desde una situación de reacciones más abruptas y significativas a una situación donde las consecuencias se dilatan en el tiempo. Por lo tanto, es importante tener presentes los efectos de los riesgos sobre la estabilidad financiera.

Hace falta que se asiente la recuperación económica para acabar con la actual volatilidad. Desde enero, se viene anticipando la recuperación económica tanto en Estados Unidos como en Europa. En ambos casos, el gasto de capital no consolida su aportación al crecimiento. La razón se encuentra en la incertidumbre sobre la mejoría de los beneficios empresariales, a lo que se une la incertidumbre sobre la calidad de la información de las empresas que están publicando beneficios. Los sectores que se encuentran bajo mayor escrutinio son aquellos en los que hay evidencia de sobrecapacidad o endeudamiento elevado. Aunque el ratio de revisiones alcistas/bajistas de beneficios empresariales, recogido por el FMI en su informe trimestral sobre estabilidad financiera, superó el umbral de 1 en febrero-marzo de este año, los nuevos fiascos contables pueden haberlo corregido nuevamente. Esta falta de certeza sobre los beneficios empresariales ha constituido un riesgo para el mercado bursátil, sobre el que, además, persistía la duda sobre si se había alienado con las valoraciones basadas en datos fundamentales.

Los inversores no han tomado posiciones a largo plazo y la atonía de la demanda de valores se ha trasladado a la oferta, de forma que, en Europa, las salidas a Bolsa han disminuido un 45% en el primer trimestre de 2002, situándose en 5.400 millones de dólares. Aunque en Estados Unidos las salidas a Bolsa en el primer trimestre superaron la media de los 10 últimos años y alcanzaron los 9.300 millones de dólares, hay que señalar que en la mayoría de los casos responden a la sustitución de deuda por capital, lo que reduce su carga financiera en una situación en que la curva de rendimientos ofrece una pendiente positiva.

Precisamente, las agencias de rating y los inversores centran su atención en la capacidad de reacción de las empresas más endeudadas a un aumento de los tipos de interés. Si esto ocurre cuando la recuperación se afiance, las empresas pueden experimentar un aumento de costes antes de beneficiarse de una mayor demanda. Esta preocupación, y la desconfianza sobre la representatividad de sus cuentas, ha hecho que en Estados Unidos se duplique el diferencial de rentabilidad entre la deuda privada de mejor calidad y la de peor.

Esto ha afectado especialmente a las empresas de tecnología, donde el deterioro de las previsiones de ventas ha llevado a cuestionar su capacidad para gestionar su endeudamiento. Para el resto de empresas ha existido financiación, con primas de riesgo fluctuantes a espasmos de los movimientos bursátiles y de indicios de recuperación económica. Hay que señalar que, especialmente en Estados Unidos, estas empresas obtienen financiación condicionada a las decisiones de rating, lo que aumenta la fragilidad de la situación.

Otros riesgos que deben permanecer en el punto de mira son los procedentes de los países latinoamericanos. La crisis de Argentina ha sido absorbida fácilmente por el sistema financiero, así como parece ser el caso de la situación de Brasil hasta ahora, pero en ambos casos permanece la incertidumbre a cual sería la reacción ante una subida generalizada de los tipos de interés en Europa y en Estados Unidos y a un mayor descenso en el nivel del dólar. En resumen, parece que nos encontramos en una situación de menor vulnerabilidad ante shocks, pero de debilidad encadenada: mientras no se afiance la recuperación económica, no mejorarán los beneficios empresariales, pero, si la recuperación va acompañada por un aumento en los tipos de interés, puede que las empresas tarden en mejorar su situación.

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