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Columna
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La frágil e incierta economía

Anselmo Calleja asegura que en el sistema económico se están instalando problemas que pasarán factura. Según el autor, si se añade la significativa apreciación actual del euro, la combinación puede ser letal para la expansión

Donde hay movimiento hay vida. A fuerza de repetirla, esta jaculatoria podría tranquilizar los ánimos frente al movimiento descompuesto de las plazas bursátiles. Pero si esta inquietud puede ser señal de vida no sería de una vida fácil, sino dominada por una incertidumbre respecto a la marcha del motor de la economía mundial, EE UU, y como consecuencia la de Europa y, por supuesto, la española. Y no tiene nada de sorprendente este comportamiento ciclotímico de los mercados cuando en semanas los juicios de los observadores de la economía dan unos giros tan violentos que merecen dos comentarios.

Uno es la prontitud con que los coyunturalistas bursátiles y gran parte de los analistas de la economía, tanto del ámbito privado como del público, se apoderan de las estadísticas para hacerlas decir aquello que arrima el ascua a su sardina particular. El otro es el artificio de los razonamientos en que se apoya buena parte de las previsiones vendidas como fruto de un análisis racional.

Se comprende el sesgo que en ocasiones se quiere dar a las previsiones porque ocupan un lugar muy particular en el debate público en la economía. Hay que tener en cuenta que las previsiones dependen de los signos precursores que nos ofrece el presente, de la interpretación del curso de la economía y de la capacidad de los economistas para seleccionar las informaciones pertinentes entre todas las disponibles. De ahí que los errores de previsión puedan tener al menos tres orígenes: una insuficiente información, una mala especificación teórica y la no realización de ciertas hipótesis.

Y la comparación del aumento de los precios al consumo en España en lo que va de año (3,6% anual en abril) con la previsión oficial (2%) resume lo dicho. En efecto, este fuerte incremento no debería haber sorprendido a ningún observador bien avisado que, con independencia de criterio, hubiera simplemente seguido e interpretado correctamente la evolución de los indicadores más relevantes, como, por otra parte, se anticipó en estas columnas hace ya bastantes meses. Para empezar, las crecientes tensiones inflacionistas de 2001 puestas de manifiesto por la aceleración de la inflación subyacente hasta casi el 4% anual no permitía esperar una mejora significativa en el aumento de los precios en 2002, a menos de contar con una nueva ayuda del precio del petróleo. Además, lo que auguraba este indicador venía confirmado dado su valor predictivo de la evolución de los precios, por una progresiva aceleración de la M3 (incluso corregida de factores especiales asociados a la incertidumbre de los mercados financieros tras el 11 de septiembre) que llegó al 10% anual a finales de 2001, cuando el objetivo para la zona euro era del 4,5% anual.

Es posible, sin embargo, que al fijar la previsión de los precios en 2002 en sólo el 2% hayan prevalecido otras razones sobre lo que cabría esperar de estos indicadores tan relevantes. Por ejemplo, un endurecimiento de la política monetaria del BCE, que la persistente superación de los límites establecidos para los dos pilares de su estrategia (la M3 y el IPC de la zona) y el cumplimiento de su cometido fundamental hacía altamente probable, olvidándose de la influencia contraria (preponderante) de la situación recesiva de Alemania.

También ha debido pesar la intención de generar, con la ayuda de las consabidas exhortaciones a la moderación salarial (que practica habitual e inútilmente el BCE), unas expectativas capaces de frenar e incluso invertir las fuertes tendencias inflacionistas. Y una vez más se ha puesto de manifiesto que en tales circunstancias y si se quiere realmente mantener la expansión de la economía, esta política no puede sustituir los necesarios ajustes estructurales pendientes y a la larga tendrá un coste político todavía mayor que el que ahora se quiere eludir.

No hay duda, en efecto, de que está teniendo lugar una pérdida de poder adquisitivo en las familias que acabará frenando el motor principal que mantiene, con la construcción, la economía en expansión: el consumo. Basta ver cómo los siete millones de pensionistas ya han perdido en estos cuatro meses del año más del 1% de su renta en términos reales, que se añade a casi otro 1% cedido el año anterior, por el absurdo método aplicado en la revalorización de las pensiones.

Después de haber alcanzado de forma puntual la estabilidad de forma interna y externa exigida para el ingreso en la Unión Monetaria, se ve que el examen aún no ha terminado. Sólo se ha cambiado de aula. Ahora hay que superar las mismas pruebas, pero de forma permanente aplicando las reglas del nuevo club a que se pertenece, lo que está resultando bastante más difícil.

La evolución más reciente de la coyuntura deja ver, en efecto, que aquellos esfuerzos espasmódicos para merecer el euro no ha cambiado tanto como cabría esperar los viejos hábitos. La caída de la tasa de inversión y el importante y creciente déficit corriente exterior muestran que se vive por encima de las posibilidades. Pero lo peor, por lo que tiene de sintomático y no es de buen augurio para el futuro, es que, como en el pasado, la tasa de inflación ya supera ampliamente el ritmo de crecimiento y, por supuesto, la del conjunto de la UE.

Como en la zona euro no hay que respetar el vínculo exterior y aplicar los ajustes pertinentes, ya no urge poner remedio a la persistente y creciente pérdida de competitividad. Pero los daños que de forma insidiosa se están instalando en el sistema económico acabarán tarde o temprano pasando factura. Es más, si a esto se añade una apreciación significativa del euro, como la que está teniendo lugar, y probablemente continuará, la combinación sería letal para la expansión de la economía.

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