En el trabajo no hay amigos... ¿o sí?
Alberto Andreu aborda los desengaños que se producen en el trabajo y que surgen principalmente cuando se confunde una relación laboral con algo más estrecho como es la amistad
Cuántas veces se ha sentido sorprendido, decepcionado, engañado o, por ser más duros, traicionado en el trabajo por alguien que consideraba su amigo? 'Es que no me lo podía imaginar -me contaba hace días un antiguo colega-. Nunca pensé que ése, al que he sacado de miles de apuros, el que ha llorado sus penas en mi hombro, el que ha contado conmigo en lo personal y en lo profesional durante más de 10 años haya sido incapaz de salir en mi defensa'. 'No lo entiendo -repetía casi entre lágrimas-; si era mi amigo'.
Y mi respuesta fue bastante ácida (me van a disculpar, pero me cuesta abandonar ese tono): 'Es que en el trabajo no hay amigos -le dije. Podrás tener mayor o menor relación, más o menos complicidad, más o menos confianza. Pero, créeme: sólo cuando dejes la empresa te darás cuenta si son o no verdaderos amigos tuyos. Si después de salir mantienes la relación, la confianza y la complicidad entonces ya eran amigos'.
Pues ese es el tema de hoy. Los amigos y el trabajo. ¿Es posible, pues, cuidar, mantener y preservar relaciones de amistad dentro de la jungla de las relaciones laborales? Para responder a esta pregunta le propongo analizar dos ideas. Esta es la primera: en las relaciones laborales juegan un papel muy importante los intereses y la competitividad interna. Todo el que trabaja quiere tener su pequeño o gran ámbito de responsabilidad; sacar la cabeza de vez en cuando; sentirse protagonista de sus proyectos; ser reconocido en la organización como autor de algo; apuntarse tal o cual medalla para promocionar en el futuro; saber, en última instancia, que su trabajo se ve y sirve para algo. Vamos, que a todos nos gusta que nos den la palmadita y nos digan qué listos somos.
Y eso es bueno: la ausencia de competitividad genera organizaciones e individuos sin iniciativa porque ¿para qué me voy a esforzar si no voy a ganar nada más? Recuerdo que un familiar me contaba los problemas que tuvo en los primeros meses de trabajo en una de estas organizaciones: le llegaron a amenazar con la soledad más absoluta si prolongaba su jornada más allá de las tres de la tarde o si aceptaba o proponía nuevos proyectos de la dirección general. 'No has comprendido cómo funcionan aquí las cosas y tu falta de compañerismo nos está dejando en evidencia' -le llegaron a decir. Por el contrario, el exceso de competitividad puede generar organizaciones mercenarias y autodestructivas, donde todo vale y el fin justifica los medios. En este sentido es muy típico ver cómo divisiones de una misma compañía se roban entre sí clientes sólo para salir mejor en la foto anual. Una vez un socio de una gran firma de consultoría me confesó: 'Es que si le quito el cliente al colega, gano el partido por 2-0: el 1-0 es el cliente nuevo que yo tengo y el 2-0 es el cliente de menos con el que él se queda'.
Y es aquí donde se aplica la segunda idea: las personas, antes que 'empleados o seres organizativos' somos, en primer lugar, eso, personas. Y será por los principios heredados de nuestros padres, por la influencia religiosa, por las normas básicas de conducta que nos contaban en el colegio, por ese bonito aforismo de ser tan diligente como un buen padre de familia o será por lo que sea, todos nosotros sabemos cuando alguien cumple con lo que dice, cuando está ahí para escuchar, cuando miente más que habla, cuando tiene más peligro que una piraña en un bidé cuando busca su propio beneficio o cuando aplica sin rubor la política del sálvese quien pueda. Y eso, sencillamente, es ser una buena persona o un mal tipo.
Bien. Si reconocemos que en las relaciones laborales juegan un papel muy importante los intereses y la competitividad interna, y que los individuos somos personas antes que empleados ¿cómo se aplica todo esto a los amigos y el trabajo? Permítame, amigo lector, algunas recetillas. Como inicio, soy partidario desde el principio de sacar a relucir los intereses legítimos de cada cual, de poner en la mesa las reglas del juego, de confesar abiertamente los objetivos de tu proyecto y de entender los objetivos de el de tu colega; sólo así se pueden compartir los objetivos comunes (eso es ser competitivo y defender los intereses individuales). Sólo desde esta puesta en común se puede iniciar una relación de confianza y respeto mutuo.
Como paso siguiente, y si surgen conflictos, soy partidario de actuar con los demás como te gustaría que actuasen contigo: avanzar los problemas, no engañar y mantener tu palabra. Ya sé que muchas veces, por diferentes razones, es difícil mantener los compromisos adquiridos con colegas, jefes o subordinados (esos son los efectos colaterales de la competitividad interna). Si esto es así, amigo lector, decida usted si hay que poner por delante una dimisión o una profunda defensa de intereses. Pero no olvide una cosa: a usted le gustaría que aquel con quien llegó al acuerdo le llamase y le explicara que no pudo ser, que lo peleó y que fracasó. Si eso es lo que quiere, pues corresponda con la misma moneda.
Pero no se líe: mientras esté trabajando no confunda el respeto, la colaboración y el entendimiento con la amistad; que esto no va de amistad sino de confianza mutua; así no se llevará sofocones ni pensará que le ha traicionado ni lo tomará como una afrenta personal. A partir de ahí quién sabe. A lo mejor, como le dijo Bogart al capitán Renault en Casablanca, este sea el inicio de una bonita amistad.