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Columna
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No despreciemos la recesión

Mucho se está debatiendo estos días acerca de la fortuna con que las economías desarrolladas han escapado de una recesión que hace sólo unos meses parecía segura. La fortaleza del consumo o las ganancias permanentes en productividad parecen justificar que el descenso en el crecimiento económico haya sido tan breve, con tasas negativas de crecimiento del PIB tan sólo durante un trimestre en EE UU y la zona euro, aunque Alemania y, por supuesto, Japón hayan mostrado un resultado peor.

Creo que hay elementos discutibles en tal apreciación, pero me parece aún más preocupante que la concentración en el signo del crecimiento del PIB nos lleve a creer: a) que lo peor ha pasado; b) que posiblemente nunca hubo recesión, y c) que las economías desarrolladas están en mejor situación que nunca para combatir una posible crisis.

Tal complacencia, si es compartida por las autoridades económicas, podría ser simiente de futuras crisis, quizá aún más importantes que la que parece estar finalizando.

Los criterios tradicionales con los que analizamos si las economías están en recesión, quizá útiles cuando se propusieron, son actualmente demasiado estrictos. Y, sin embargo, da la impresión de que la enorme capacidad de análisis que se ha desarrollado en la mayoría de los países se ve en ocasiones mediatizada por la aplicación mecánica de conceptos relativamente arbitrarios, no siempre justificados por la teoría económica. El propio comité encargado de documentar las posibles recesiones en EE UU rompió, más claramente que en ocasiones previas, con el criterio de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas (NBER) de requerir dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB al certificar la existencia de una recesión en EEUU desde marzo de 2001. Será interesante, por varias razones, conocer su dictamen acerca del fin de la recesión, pero no cabe duda de que su actuación es, en este sentido, bastante razonable.

No hay nada especial en tasas de crecimiento negativo que las distinga, desde el punto de vista económico, de tasas de crecimiento positivas, pero reducidas. Nadie duda de que el crecimiento es, en líneas generales, saludable y deseable. Pero lo es en cuanto que genera empleo e incrementa la renta del sector privado de la economía, lo que generalmente incrementa el ahorro, que permite financiar la acumulación de capital, estableciendo las condiciones para el crecimiento futuro.

En este sentido, los procesos de caída de la producción industrial y de destrucción de empleo han sido suficientemente potentes en todas las economías desarrolladas como para catalogar la fase que ahora parece terminar de 'recesión'.

Como cualquier otra fase de desaceleración o de expansión, debe interpretarse dentro del contexto temporal adecuado, formando parte de un ciclo económico. Supongo que en estos dos últimos años hemos apreciado que los ciclos seguirán existiendo debido a las múltiples inercias que existen en una economía, tanto desde el punto de vista de la oferta como de la demanda. Lo interesante es analizar las causas que generan cada una de las fases de un ciclo para poder así anticipar los tiempos de entrada y salida, así como diseñar las políticas adecuadas a cada situación. Para ello es asimismo importante que no caigamos en el formalismo de creer que todos los ciclos son iguales, lo que justificaría que las políticas adecuadas fuesen siempre las mismas.

Además, la economía mundial está expuesta a importantes desequilibrios que no se han resuelto en la fase de desaceleración: 1) el fuerte déficit exterior de EE UU que, afortunadamente, no ha generado aún una fuerte depreciación del dólar; 2) el alto nivel de endeudamiento de consumidores y empresas en EE UU y Japón; 3) la profunda crisis económica y financiera en Argentina, que puede generar implicaciones imprevistas en dicho país, así como extenderse a otras economías de la zona; 4) la crisis del sistema financiero y productivo japonés; 5) las rigideces de los sectores productivos y del mercado de trabajo en Europa, y 6) el eterno conflicto en Oriente Próximo, que coloca un permanente elemento de incertidumbre sobre los costes energéticos. La persistencia de estos desequilibrios reduce la fortaleza de la recuperación y termina generando ajustes en forma de recesiones, depreciaciones, inflación, paro, etcétera.

Ello no impide que podamos estar comenzando una fase de recuperación que posiblemente no sea fuerte ni rápida. Los mercados de valores no se recuperarán hasta que las empresas comiencen a arrojar resultados positivos, y esos anuncios posiblemente no se produzcan hasta mitad de año. La creación de empleo no será aparente hasta entonces, y antes se continuará destruyendo, elevándose la tasa de paro. La recuperación de la producción industrial tampoco puede ser potente ni inmediata. Sólo ahora están comenzando a ser consistentes las señales de los indicadores de expectativas, y sólo unos meses después los indicadores de actividad pueden tomar el mismo signo positivo. Seguramente todavía veamos un deterioro del consumo en los próximos meses a ambos lados del Atlántico.

Pero ahora que comienza una nueva fase del ciclo puede ser importante no obsesionarse con el seguimiento e interpretación estrictos de cada uno de los datos frecuentes que continuamente se publican, con independencia de que sean indicadores de opinión o de actividad, demanda o empleo, y que sean contemporáneos o se refieran a expectativas de evolución futura. En la mayoría de los casos su precisión estadística no justifica una atención tan detallada. Es un gran logro disponer de tan elevado número de indicadores, e importante hacer un seguimiento continuado, pero quizá el excesivo esfuerzo en difundir opiniones lleva a alterar, a veces drásticamente y en poco tiempo, la visión del ciclo, generando elementos de incertidumbre y volatilidad que podrían evitarse.

Más útil y trascendente sería concentrarse en solucionar desequilibrios como los citados. Ello requiere una coordinación internacional de esfuerzos y actuaciones de política económica, establecer bases sólidas para el crecimiento de economías emergentes, algunas de las cuales protagonizan la oferta mundial de ciertas materias primas, y una seria reflexión acerca del modelo deseado en las tres principales áreas desarrolladas.

Minusvalorar la recesión que ahora parece finalizar sería un lamentable error; fue generada por factores no completamente resueltos, y en su transcurso apenas se ha avanzado en la resolución de importantes desequilibrios económicos internacionales que, tarde o temprano, volverán a generar episodios como el que termina.

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