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Columna
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El futuro demográfico de la UE, una ecuación con mil incógnitas

'Las poblaciones europeas están llegando al final de un ciclo'

M. Livi Bacci

La Unión Europea afronta un horizonte demográfico incierto, determinado por la caída sostenida de la fecundidad a lo largo de las últimas décadas, por el consiguiente envejecimiento de su población y por la perspectiva futura de la regresión demográfica. Economía general, sociedad, política presupuestaria, actividad laboral, estructuras familiares, consumo, vivienda, urbanismo… cual fichas de dominó se verán de una u otra manera directamente afectados por las consecuencias del nuevo orden demográfico al que nos encaminamos.

El envejecimiento cambiará, en primer lugar, la estructura y composición de la fuerza de trabajo en los países de la Unión. En efecto, en las próximas décadas (véanse las pirámides de población) va a producirse un basculamiento de los grupos de edad mayoritarios desde las tramos de edad adultos-jóvenes, en la actualidad, a los adultos-viejos hacia 2030 y a los tramos superiores (65 y más años) en el año 2050.

Este hecho acarreará dificultades a esta población activa más envejecida para adaptarse a las nuevas exigencias de un mercado laboral globalizado, caracterizado -ya lo está- por la flexibilidad, la descentralización, la adaptabilidad, la formación permanente, la movilidad geográfica y profesional y la segregación y multiplicidad de condiciones de los empleados en empresas y organizaciones (alta dirección, cuadros medios, trabajadores fijos, trabajadores temporales, inmigrantes legales, inmigrantes ilegales, parados jóvenes, parados maduros,...), rasgos éstos potencialmente generadores de tensiones sociolaborales e intergeneracionales.

Se argumenta que el envejecimiento demográfico traerá aparejado el final del paro, y en efecto, según Eurostat el pleno empleo se podría alcanzar en Europa hacia 2010: sin duda que los vientos demográficos soplan favorablemente. Sin embargo, también es cierto que a partir de 2007 se irá perdiendo fuerza laboral de forma progresiva y constante hasta alcanzar cifras de 1.100.000 puestos de trabajo anuales hacia el año 2030 (véase el gráfico) en el conjunto de los actuales países del Unión Europea.

El Instituto de Prospectiva Tecnológica de Sevilla (IPT), dependiente de la Comisión Europea, nos pone en guardia frente al argumento demográfico para alcanzar el pleno empleo, advirtiendo que la caída de la fecundidad puede no tener efectos inmediatos en el índice de desempleo de la UE, fundamentalmente, por tres razones: primero, por la falta de personas preparadas para acceder a las nuevas ofertas de empleo, que se centrarán en torno a sectores como nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, biotecnología, etcétera. En segundo lugar, porque muchas mujeres -actualmente madres de familia estadísticamente consideradas como inactivas- regresarán al mercado laboral después de tener los hijos. La tercera y última razón, es que, en todos los países de la Unión, se promoverán -se están promoviendo ya- políticas tendentes a retrasar la edad de jubilación para disminuir la previsible presión sobre el sistema público pensiones que podrían derivarse del envejecimiento y el aumento de la esperanza de vida.

Junto a estos factores habría que considerar los derivados de las fuertes diferencias entre naciones en cuanto a la intensidad del paro y las características demográficas y profesionales se refiere: la realidad de los países mediterráneos -y a partir del 2005 de los países del Este europeo- poco tiene que ver, a pesar de los esfuerzos de la ultima década, con los de los del norte y del centro de Europa.

Ligado a la actividad laboral un sector que se verá afectado por el proceso de envejecimiento será el sistema público de pensiones y de asistencia social: el número de activos respecto al de jubilados, que era en 1960 de 4 a 1, es en la actualidad de 2 a 1 y podría llegar a ser de 1 a 1 hacia el año 2030.

El tercer campo será el de la sanidad pública. El presupuesto sanitario necesariamente habrá de aumentar, si se tiene en cuenta el llamado efecto multiplicador del envejecimiento, por el cual una persona sexagenaria, según se ha constatado, cuesta el doble que una persona de 40 años, y un octogenaria dos veces más que un sexagenaria.

Si se tiene en cuenta que actualmente los gastos sanitarios relacionados con la tercera edad absorben cerca del 50% del presupuesto sanitario de la Unión y que éstos podrían incrementarse al mismo ritmo que el envejecimiento, podríamos caminar, según apuntan los demógrafos franceses J. P. Bardet y J. Dupâquier, hacia un sistema de protección social a dos ritmos y con dos intensidades: a toda marcha y de calidad hasta los 70 o 75 años, en proceso de reducción progresiva -excepto para quienes cuenten con sistemas privados- a partir de esta edad, hecho éste preocupante si se tiene en cuenta que este proceso esta ya adelantado. De hecho, los expertos hablan ya de un 'segundo envejecimiento' o de 'sobreenvejecimiento' para referirse al incremento relativo del peso de las personas de 80 y más años, que es, por otra parte, el grupo que más está creciendo en términos absolutos y relativos.

Un solo dato: según el IPT en 2005 los mayores de 65 años alcanzarían los 85 millones y su peso relativo podría llegar a ser del 22%. El presente demográfico es futuro.

El desplazamiento del centro demográfico de gravedad desde el grupo de adultos al de viejos llevará aparejado el cambio de las partidas presupuestarias: el menor gasto público en hacer frente al desempleo se verá compensado con creces con el incremento del gasto público destinado a financiar pensiones de jubilación y al sostenimiento del sistema público de salud.

Finalmente, la familia, tanto en su tamaño como en su estructura, se verá modificada por el cambio demográfico que apuntamos. Así, el porcentaje de hogares unipersonales, que en Europa era de un 14 % en 1960, pasó a ser del 26 % en 1990 y podría alcanzar porcentajes del 25% o del 30% a lo largo de las próximas tres décadas, hecho que plantea interrogantes muy importantes en relación a las consecuencias -en nuestra opinión insuficientemente analizadas- que puede tener sobre la asistencia social, especialmente en los países del sur, tradicionalmente mas familistas y con sistema públicos de apoyo más débiles.

Pues bien, el desconocimiento del papel demográfico de la inmigración, cuantitativa y cualitativamente considerada, las consecuencias demográficas y socioeconómicas de la futura ampliación de la Unión hacia el Este, el imprevisible comportamiento de la fecundidad (¿recuperación hasta el umbral del reemplazo generacional?, ¿mantenimiento de los bajos índices actuales?) y la evolución de la esperanza de vida (en 2030 de 78 años los hombres y 83 años las mujeres, según las hipótesis, sin duda, conservadoras; 82 años los hombres y 87 las mujeres, según las hipótesis más optimistas) hacen que el futuro demográfico de Europa se nos plantee, en palabras de los demógrafos franceses citados, como 'una ecuación con mil incógnitas'. En nuestra opinión, sin embargo, en dicha ecuación, una constante, el envejecimiento, está perfectamente medida y constatada. Sus consecuencias sociales y económicas lo están en mucha menor medida.

El envejecimiento demográfico, pues, es un fenómeno complejo que escapa a soluciones simples e interpretaciones únicas. Hay quien lo entiende como una carga económica; otros, como un logro demográfico; en nuestra opinión es, sobre todo, un reto social. En este sentido, mientras que Anders Johansson lo define como 'una nueva e intensa fuerza motriz para configurar una nueva actitud en la interminable pugna entre productividad y condiciones del entorno de trabajo', el gerontólogo M. Loraux (padre del concepto de geritud, en su opinión más ajustado que el de envejecimiento), de forma muy positiva y optimista, lo entiende como 'una nueva concepción de la vida que convierte a la prudencia, la sabiduría y la solidaridad en valores alza'. Buena falta nos van hacer, sin duda, estos valores en la Europa demográfica y social que viene.

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