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Columna
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Seis meses y medio después

Se ha repetido hasta la saciedad que el ataque terrorista del 11-S cambió el curso de la historia, al menos en EE UU. Pero los trágicos acontecimientos de esos días fueron interpretados por los agentes y los analistas económicos como la confirmación de que las grandes economías occidentales -comenzando por la americana- habían entrado oficialmente en recesión.

En este medio año largo hemos asistido a una frenética actividad de las autoridades para relanzar la actividad. Allende el Atlántico, la Reserva Federal se embarcó en una acelerada rebaja de los tipos de interés mientras la presidencia olvidaba su ideario ultraliberal para intervenir regalando miles de millones de dólares a ciertos sectores con dificultades estructurales y proponiendo al Congreso medidas fiscales que, afortunadamente, han quedado empantanadas en la habitual pugna partidista.

En Europa las cosas han ido mucho más lentas: ni el BCE se ha mostrado tan rápido como la institución presidida por el señor Greenspan -acaso por desconfianza respecto a la evolución de los precios- ni los Gobiernos nacionales parecen saber cómo conjugar la estabilidad presupuestaria con el empleo de los estabilizadores automáticos para sostener una actividad económica aquejada de un debilidad preocupante.

Los efectos de la desaceleración mundial se han dejado sentir -¡ cómo no!- en la economía española, que en aquel fatídico septiembre crecía a una tasa de variación interanual del 2,6%, reducida a un pausado 2,3% el cuarto trimestre, con el resultado de que en 2001 se creció un punto menos que en el ejercicio anterior, un 2,8% exactamente.

Ese ritmo se basó en el consumo privado y en la inversión en construcción, acusándose un claro debilitamiento en la actividad industrial. Además, según revelaba recientemente el Banco de España, en el inicio del nuevo año se mantenía como rasgo preocupante la aceleración de los costes laborales unitarios -no es casual que desde finales del verano se moderara el proceso de creación de nuevos puestos de trabajo- y repuntaban las tensiones inflacionistas, no sólo como resultado de la evolución alcista de los salarios, el descenso de la productividad y el mantenimiento de los márgenes empresariales, sino también, añado yo, debido a las secuelas de la entrada en vigor del euro y el estirón de la cantidad de dinero en circulación -superior a la registrada en el resto de la UEM- experimentada ya en los postreros meses de 2001.

Este rápido repaso a la situación de nuestra economía no podía concluir sin una breve referencia a las medidas presupuestarias adoptadas para 2002, siquiera sea porque resumen las intenciones -o su ausencia- del Gobierno para gestionar tan delicada coyuntura. Pues bien, se puede decir que las mentadas medidas, relativas tanto a ingresos como a gastos, son tan variadas y numerosas que el efecto final se presume cuando menos incierto.

Lo que no es dudoso, especialmente conocidos ya los resultados de febrero, es que la inflación se presenta de nuevo como el talón de Aquiles de nuestras perspectivas, tanto más cuanto que el ritmo de sus componentes básicos se sitúa en la elevada tasa del 3,7%, y que el diferencial con la UEM se amplía una vez más. Con semejante telón de fondo las primeras previsiones para el año en curso no pueden ser demasiado optimistas, cifrándose en torno al 2% la tasa más probable de crecimiento de la economía, a lo cual se añade una inversión en bienes de equipo floja y débiles ritmos de crecimiento en el sector industrial y el empleo.

Más optimistas se anuncian las previsiones de recuperación internacionales, basadas concretamente en una pronta recuperación económica en EE UU -¡la confirmación de una tasa de crecimiento del orden del 1,7 % durante el cuarto trimestre del 2001 supone que esa economía ha estado en recesión únicamente un trimestre!- y su continuación, algo más tardía en Europa.

Pero tales pronósticos plantean dos interesantes incógnitas, a saber: cuáles serán los efectos de las políticas presupuestarias adoptadas por los Gobiernos de la Unión y cuándo oficializará el BCE las tendencias al alza de los tipos de interés a corto plazo. ¡ Crucemos los dedos y ofrezcamos una vela a santa Rita, abogada de lo imposible!

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