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Columna
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Pérdida de competitividad

Acaban de hacerse públicos los datos que cierran el ejercicio 2001 en lo relativo a nuestro comercio exterior, tanto en términos de balanza de pagos como del registro de Aduanas. Ambos reflejan el brusco descenso que se ha producido a nivel internacional en el intercambio de mercancías, al cual España no ha sido una excepción. La principal causa es, indudablemente, la rápida desaceleración de la demanda de consumo e inversión privados en las economías desarrolladas que han generado una menor necesidad de recurrir a productos externos.

En esta fase de desaceleración, el ritmo de crecimiento del consumo privado se ha reducido notablemente, si bien se ha mantenido positivo, es decir, el consumo ha continuado creciendo. Por el contrario, la inversión entró en tasas negativas, disminuyendo, por tanto, respecto al año anterior.

De acuerdo con la contabilidad nacional, el consumo privado aumentó un 2,8% en 2001, mientras la inversión en bienes de equipo caía un 1,2%. Estas tasas están corregidas de inflación, por lo que pueden interpretarse como variaciones anuales en las cantidades de bienes consumidos e invertidos, respectivamente.

Esto explica que la crisis vivida en 2001 haya afectado básicamente al sector industrial y, especialmente, a su componente de bienes de equipo, elementos directamente productivos, que representa el 15% del índice, y mucho menos a sus componentes de bienes de consumo (38% del índice) y bienes intermedios (47% del índice). Como ejemplo, el índice de producción industrial español cayó un 1,2% en 2001, con un descenso del 3,5% en bienes de equipo, del 0,1% en bienes intermedios y del 1,6% en bienes de equipo.

Esta desaceleración ha producido una caída en nuestra demanda de productos externos. En términos de balanza de pagos, las importaciones españolas aumentaron tan sólo un 3,3% en términos nominales, es decir, en euros, frente a un incremento cercano al 20% durante el año 2000.

Simétricamente, el enfriamiento de las economías de nuestros principales clientes ha hecho que nuestras exportaciones crecieran sólo un 4,6%, nuevamente en euros, frente a un aumento superior al 18% el año previo. La comparación entre los dos últimos años ilustra palpablemente la magnitud del descenso que se ha producido en el comercio internacional, que ha tenido en todas las economías desarrolladas un impacto similar al que acabamos de describir para España.

Un examen del registro de Aduanas, que contabiliza los intercambios de bienes en términos de su entrada y salida del país, en vez de en términos de los pagos efectivamente realizados o recibidos por la compraventa de bienes, arroja unas tasas similares a las descritas para ambos años.

Entre nuestras importaciones del exterior, las relativas a bienes de consumo crecieron casi un 11% en euros, mientras las de bienes de capital, es decir, equipos, caían casi un 4%, reflejando así la localización de la crisis en el componente de inversión. En todo caso, el aparentemente robusto comportamiento de las importaciones de bienes de consumo encierra un claro enfriamiento en la última parte del año que creemos que se acentuará en 2002, con un aumento de las importaciones de este tipo de bienes sensiblemente inferior al de 2001.

En el otro lado de los intercambios, descendió bruscamente el ritmo de nuestras ventas a la eurozona, creciendo sólo un 5,5% en euros, frente a un incremento superior al 16% en 2002. Aún se moderaron más nuestras ventas a países fuera del área, que aumentaron sólo un 2,2%, frente al incremento del 26% un año antes. Cayeron un 5% las compras de productos españoles en EE UU, contabilizadas en euros, si bien este es el destino de menos de un 5% de nuestras ventas en el mercado exterior.

Más relevante es el estancamiento de nuestras ventas a Alemania, destino del 12% de nuestras exportaciones, y el aumento de un 5% de las destinadas a Francia, que recibe casi el 20% de nuestras ventas exteriores. Esta dispar evolución no hace sino reflejar la situación cuasi recesiva vivida en EE UU y Alemania, a la vez que el buen comportamiento de la economía vecina, que, al igual que nuestro propio país, ha logrado mantener un crecimiento muy aceptable, compensando dentro de la eurozona el mayor deterioro de su principal economía.

Estas cifras van a empeorar en el primer semestre del presente ejercicio, pues el comportamiento del comercio en el último trimestre de 2001 fue apreciablemente peor que el de los anteriores.

Pero, además de esta evolución cíclica, no puede ignorarse un segundo elemento influyente en el volumen de intercambios con el exterior, como es la competitividad de nuestras empresas exportadoras.

En este sentido, es preocupante el sostenido diferencial de precios que mantiene nuestra economía con las de sus socios comerciales y la ausencia de reflexión seria acerca de las políticas adecuadas para generar una mayor flexibilidad de precios. El diferencial de inflación se produce especialmente en los sectores de servicios, y no tanto en los industriales, como consecuencia de que estos últimos están inevitablemente expuestos a una mayor competencia externa.

En ocasiones se piensa que esta asimetría reduce la importancia de la pérdida de competencia, pues afecta a los bienes menos expuestos a competencia exterior, pero este argumento es incorrecto: una mayor inflación de servicios acaba realimentando unos incrementos salariales mayores a través de la economía y, con ello, contiene el germen de un mayor diferencial de inflación futura también en sectores más expuestos a competencia externa.

Es necesario que valoremos en su justa medida la importancia de hallarnos permanentemente en el furgón de cola de la eurozona en materia de inflación. El diferencial de inflación, que se había reducido significativamente a mitad de 2001, ha vuelto a situarse en el entorno de un 1%, siendo de un 1% en el caso de Francia y de un 1,5% con Alemania. Es cierto que fue superior en años pasados, pero también que parece haber encontrado sus umbral de resistencia en los niveles citados, de modo que, cuando se acumula a través de los años, el encarecimiento relativo de nuestros productos resulta muy significativo.

Si no se resuelve el problema, nos encontraremos con que cuando se produzca la recuperación del comercio internacional, nuestras empresas exportadoras se vean menos favorecidas de lo que les correspondería.

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