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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Barreras al libre comercio

Las implicaciones políticas del aumento de los aranceles a la importación del acero decididas el pasado martes por el presidente de EE UU, George Bush, resultan evidentes y, en parte, imprevisibles. La lectura en clave interna pasa tanto por el apoyo recabado en las elecciones presidenciales de 2000 en los Estados productores de acero (Virginia Occidental, Ohio y Pensilvania) como por las elecciones legislativas que afronta el próximo noviembre para la renovación parcial de ambas Cámaras del Congreso, donde los republicanos cuentan con escasa mayoría.

Pero, además, la decisión da una vuelta de tuerca más a la política exterior de EE UU. La enconada reacción a la subida arancelaria aplicada por Bush ha puesto a sus socios de la lucha contra el terrorismo en un nuevo y serio aprieto, que amenaza con resquebrajar la difícil coalición internacional, previamente debilitada por el unilateralismo aplicado desde Washington. Antes de los atentados del pasado 11 de septiembre, Bush desarrolló una política que le enfrentó directamente con el conjunto de la comunidad internacional tras su rechazo a suscribir el Protocolo de Kioto para la protección del medio ambiente o la puesta en marcha del nuevo escudo antimisiles, que tiraba por tierra los equilibrios defensivos mundiales establecidos en el Tratado Antibalístico de Misiles (ABM, por sus siglas en inglés) de 1972. En el frente comercial, su decidida ofensiva en favor del libre comercio y los acuerdos tanto a nivel bilateral como global se vieron cuestionados tras la sanción de la Organización Mundial del Comercio (OMC) contra las subvenciones de EE UU a la exportación.

Los ataques de septiembre tuvieron el efecto de moderar la actitud unilateral de los estadounidenses, que lograron forjar una fuerte coalición internacional contra el terrorismo global. Esto se tradujo no sólo en unas nuevas relaciones con sus socios europeos, sino incluso en el apoyo de sus tradicionales enemigos, como Rusia o China. Pero la unidad internacional se debilita conforme se aleja el recuerdo de los ataques terroristas y Washington retoma, poco a poco, su unilateralismo inicial. El pasado 29 de enero Bush ya puso a sus socios europeos en un aprieto al definir el nuevo eje del mal (Irán, Irak y Corea del Norte) que constituiría la atención ofensiva de EE UU en los próximos meses. Muchos Estados europeos advirtieron entonces a Bush contra un ataque a estos países.

El nuevo frente abierto con los aranceles del acero agudiza estas tensiones. La medida se aplica en un momento en el que se empieza a vislumbrar una reactivación, pero en el que la debilidad económica es patente a este lado del Atlántico. Las concesiones realizadas por la Unión Europea en la reunión de la Organización Mundial del Comercio de Doha para impulsar una nueva ronda de liberalización caen ahora en saco roto. Y el discurso occidental en favor de la apertura de los mercados se ve claramente en entredicho.

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