_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Euromanifestaciones sociopolíticas

Estos últimos años se han venido realizando convocatorias de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), llamando a manifestarse en las capitales donde corresponde celebrar las reuniones del Consejo Europeo. Es una experiencia que merece la pena comentarse, por varias razones. La primera y más obvia es que refleja la conciencia de que para corregir las deficiencias y los desequilibrios del proceso de unidad europea, particularmente en materia social, no bastan las peticiones a las correspondientes instancias políticas de la UE: hay que echarse a la calle para reclamarlas.

Pero lo significativo es que tales deficiencias y desequilibrios vienen de muy lejos. Casi de tan lejos como la propia CES. Sin embargo, el fenómeno movilizador que comentamos es reciente y, además, se produce en un contexto donde los sindicatos de la mayoría de los países europeos, por distintas y variadas razones, se muestran inseguros, cuando no remisos, a la hora de promover movilizaciones en la calle o huelgas. De todo lo cual cabe deducir que está adquiriendo más fuerza la idea de que los problemas a los que se enfrentan hoy los trabajadores y el movimiento sindical hacen ineludible potenciar e impulsar la acción sindical en su dimensión supranacional. Lo que sin duda es un dato interesante, sobre el que los interlocutores de los sindicatos, no sólo los políticos, deberían tomar nota.

Este tipo de convocatorias están realizándose con relativa frecuencia y consiguen un más que apreciable nivel de seguimiento. Las manifestaciones de Oporto, Niza y la más reciente de Laeken, en Bruselas, cabe calificarlas de multitudinarias, hecho que adquiere mayor valor si se tiene en cuenta que sus características difieren de las tradicionales manifestaciones de protesta que más conocemos en nuestro país, por lo general frente a medidas legales o de otro tipo en las que se agreden de forma inequívoca y directa conquistas y derechos concretos de los trabajadores, lo que siempre estimula la participación.

Las manifestaciones de la CES no son mucho más que advertencias a los responsables políticos, para que tengan más en cuenta la vertiente social del proceso unitario europeo. Son de clara naturaleza sociopolitica, con objetivos genéricos, cuya materialización, en el mejor de los casos, es lenta. Por eso tienen potencialmente menor atractivo de masas.

Para el próximo día 14 de marzo está convocada una nueva manifestación, esta vez en Barcelona. Los datos que se manejan permiten afirmar que la participación será similar a las precedentes. Lo que se tiene menos claro es el grado de receptividad que obtendrán las demandas planteadas, centradas en el empleo, la igualdad entre hombres y mujeres y la solidaridad. Receptividad que, por cierto, sí se ha percibido en otras ocasiones.

El momento es poco propicio. Como señala la Comisión Europea en la comunicación previa que ha dirigido a este próximo Consejo Europeo de Barcelona, el panorama se caracteriza por el debilitamiento de la confianza de las empresas y de los ciudadanos, por el recorte drástico de los pronósticos de crecimiento para 2001 y 2002, y porque la tendencia a la disminución del desempleo se ha interrumpido. Aun así, anima al optimismo por cuanto prevé que la recesión dure poco tiempo y cree posible seguir avanzando en la estrategia marcada en la cumbre de Lisboa de 2000, donde se fijó que para 2010 la tasa de actividad en la UE llegue al 70%.

Este objetivo exigiría, entre otras cosas, la creación de alrededor de seis millones de nuevos puestos de trabajo en la UE y un crecimiento del PIB anual en torno al 3%. De momento, sabemos que el año pasado el crecimiento del PIB se ha quedado en la mitad y que el paro ha aumentado en unas 500.000 personas. No hay, en verdad, motivos para la euforia. Pero quizá lo que más ensombrece la cumbre de Barcelona es que el en cierto sentido pintoresco trío formado por Blair, Berlusconi y Aznar está decidido a darnos una nueva vuelta de tuerca sobre su peculiar idea de la liberalización, en la que, faltaría más, sitúan en plano destacado la reforma laboral.

Bien es cierto que la Comisión Europea, en la comunicación citada, ha puesto en suerte las cosas para que el trío de marras las remate. Con el estilo eufemístico con que suelen disfrazarse las medidas impopulares, la Comisión habla, antes de recomendar que se sigan bajando los impuestos y el gasto público, que hay que 'eliminar las barreras y desincentivos que disuaden de incorporarse a un puesto de trabajo y permanecer en él'. Para que no haya dudas, alude a renglón seguido a la reforma de las prestaciones sociales.

Habrá que esperar a la celebración de la cumbre para hacer balance, momento en el que deberán considerarse otros asuntos de su agenda. Pero no deja de ser sintomático que para esta ocasión la CES, esto es, el sindicalismo europeo, haya escogido como lemas los de 'Más Europa' y 'Europa somos todos'. Se nota que es escasa la confianza de que sus gobernantes lo tengan suficientemente en cuenta.

Archivado En

_
_