<i>OMC, el final del principio</i>
Después de Seattle se corrió el riesgo de que la OMC se convirtiera en una organización irrelevante. Tras Doha ha recuperado su importancia.
Los cinco días y noches extenuantes de la Cuarta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada el pasado mes de noviembre fueron tan sólo el punto culminante de meses y meses de intenso trabajo en Ginebra. Hasta el último momento, que llegó más tarde de lo previsto, no estuvimos seguros de que el resultado fuera a ser un éxito.
Como bromeó en Doha en la sesión de clausura el representante de los Estados Unidos para Cuestiones Comerciales Internacionales, Bob Zoellick: "Estoy extraordinariamente impresionado de que hayamos conseguido terminar nuestro trabajo a las siete de la tarde, una hora tan temprana. Por tanto, no importa realmente que no sea el día que correspondía".
Ahora que hemos cerrado el trato, podríamos estar tentados de suspirar de alivio y relajarnos.
Esto sería un error. El trato es sólo el principio. Ese trato se ha logrado gracias al espíritu de cooperación y conciliación y el compromiso para con el multilateralismo que surgieron de las arduas negociaciones que los 142 Gobiernos miembros de la OMC llevaron a cabo para defender sus intereses comerciales vitales.
Debemos mantener ese espíritu de cooperación -y sí, al mismo tiempo, seguir defendiendo firmemente los intereses nacionales- si queremos que tengan algún significado las decisiones a que se llegó en la capital de Qatar el pasado día 14 de noviembre.
Sólo algunas de las decisiones de Doha constituyen resultados finales. Entre ellas, algunas decisiones sobre la aplicación de los acuerdos actuales de la OMC, la exención concedida a la Unión Europea para mantener las preferencias comerciales que otorga a las antiguas colonias de sus miembros, los llamados países de África, el Caribe y el Pacífico (ACP), y la mayor parte de la declaración sobre propiedad intelectual y salud pública.
Las demás implican bien el inicio de nuevas negociaciones y demás trabajos o bien la prosecución de las negociaciones ya en curso. Pero lo más importante es que establecen plazos cortos. La última gran negociación, la Ronda Uruguay, duró siete años y medio, es decir, casi el doble de los cuatro años previstos.
El programa que se lanzó en Doha está sujeto a un plazo de tres años. Deberá haberse completado para el día 1 de enero de 2005, aunque algunos elementos tendrán que haberse concluido para finales de 2002 o finales de 2003 (año en que tendrá lugar la próxima conferencia ministerial). Estos plazos serán difíciles de respetar, pero esto puede y debe hacerse.
Lo que está en juego sigue siendo importante para todos. Es esencial que se mantenga activo el sistema multilateral de comercio, particularmente en un momento de recesión económica en que flaquea la confianza.
Incluso sin nuevas negociaciones, el sistema de la OMC tiene un valor inestimable, pues ofrece un conjunto de normas estables y previsibles que ayuda a los Gobiernos miembros a aplicar sus políticas comerciales con confianza y a proteger a sus países de otras conmociones económicas. También permite a los Gobiernos miembros resolver sus conflictos comerciales de manera amistosa conforme al imperio del Derecho. Pero nuestro trabajo de siempre no es noticia de primera plana, por muy valioso que sea. En realidad, se va a juzgar a la OMC por su capacidad o su incapacidad para lanzar negociaciones. Después de Seattle en 1999, se corrió el riesgo de que la OMC se convirtiera en una organización irrelevante porque no se logró lanzar una nueva ronda en esa reunión. La OMC ha vuelto a recuperar su relevancia porque en Doha sí se ha conseguido lanzar esas negociaciones.
Es cierto que la función más importante de la OMC es ser un lugar en el que los Gobiernos puedan plantear sus problemas comerciales internacionales. En este contexto, el "trabajo de siempre" es el recurso a los procedimientos de solución de diferencias de la OMC y demás aspectos de la labor cotidiana de la organización.
Pero mientras vivamos en un mundo en evolución, surgirán nuevos problemas y se necesitarán nuevas negociaciones. Asimismo, también hay problemas que sólo se pudieron resolver en parte en anteriores intentos, por lo que ha sido necesario volver a entablar negociaciones, como las que ya están en curso en la esfera de la agricultura y de los servicios.
Así pues, todos tenemos la oportunidad de utilizar la OMC para tratar de mejorar el entorno económico. Esto solamente se podrá lograr si el programa de trabajo iniciado en Doha se concluye sin demora.
Entablar el programa de trabajo significa también que todos los países aprovechen la oportunidad de hacer que las negociaciones, y las demás tareas que acordaron los ministros en Doha, redunden en su beneficio en las negociaciones sobre la agricultura y los servicios que ya están en su segundo año; en las nuevas negociaciones sobre los aranceles aplicados a los productos no agrícolas, el comercio y el medio ambiente, y las normas de la OMC, como los derechos antidumping y las subvenciones, en el trabajo sobre la inversión, la política de competencia, la facilitación del comercio, la transparencia de la contratación pública y la propiedad intelectual, así como en las numerosas cuestiones relativas a la aplicación que figuran ahora en el programa de negociación.
Gran parte de este programa satisface los deseos de los Gobiernos, los políticos, los grupos de presión y la opinión pública del mundo desarrollado.
Pero se trata también de un programa destinado a ayudar a las naciones más pobres y más vulnerables a participar de manera más efectiva en la economía mundial y en la OMC. Esta es la razón por la cual el mundo está empezando a llamarlo el Programa de Doha para el Desarrollo, o la Ronda de Doha para el Desarrollo.
El mundo desarrollado quiere un sistema de normas comerciales que incluya a todos, también a las naciones más pobres.
Tal vez más que otra cosa, deba fomentarse el espíritu de cooperación que permitió llegar a la solución de transacción de Doha gracias a una asistencia mucho mayor que permita a los países en desarrollo hacer frente a la escasez de sus recursos.
La negociación, la aplicación y la cooperación técnica serán los tres pilares principales del éxito después de Doha. No podemos permitirnos esperar.