<I>Un año después de Palm Beach</I>
Lo crean o no, apenas ha pasado un año desde el culebrón de Palm Beach.
Tras semanas de rocambolesca disputa electoral, la mayor democracia del mundo tuvo que recurrir al Tribunal Supremo para dirimir quién debía ocupar la presidencia. El 12 de diciembre del 2000, los jueces emitieron el dictamen que llevó a la Casa Blanca al republicano tejano George Bush, a pesar de que había conseguido menos "votos populares" que el demócrata Al Gore.
Los tertulianos de las televisiones protagonizaron encendidos debates sobre la dudosa justicia del veredicto. Los políticos se cruzaron durísimas críticas. Los grupos civiles protagonizaron ruidosas protestas. Y los políticos europeos no ocultaban su preocupación por el talante "unilateralista" mostrado por el republicano, que empezó su andadura como presidente renunciando al Tratado de Kyoto y anunciando que pensaba construir un escudo antimisiles con o sin apoyo de sus aliados.
Las elecciones del 2000 demostraron que EE UU estaba dividida exactamente a la mitad. Y Bush llegaba al puesto sin ninguna experiencia internacional y con evidentes carencias de cultura general y dominio de su propio idioma. El ex presidente Jimmy Carter auguró cuatro años de "resentimiento y disensión" política permanente. Y muchos pensaron que Bush se sentiría obligado a adoptar posiciones más moderadas que reflejaran el resultado electoral salomónico. Sin embargo el tejano se instaló en la Casa Blanca sin complejos y aplicó de inmediato una política al más puro estilo Ronald Reagan que dejó atónitos incluso a miembros moderados de su propio partido.
Un año más tarde, Bush tiene un 90% de popularidad a pesar de estar promoviendo leyes que recortan derechos constitucionales básicos y acaba de renunciar unilateralmente al Tratado de Misiles Antibalísticos (AMB) de 1972 sin que nadie pestañee (Rusia lo considera un error, pero no se siente amenazada por la decisión).
Los atentados de septiembre y la caída en recesión han eliminado de un plumazo cualquier amago de disensión dentro del país. Todas las leyes son aprobadas con carácter de emergencia y cualquier crítica es considerada antipatriótica. Fuera de las fronteras, la cruzada contra el terrorismo ha permitido al tejano asumir un liderazgo mundial que aparentemente no buscaba, y que es aceptado por el resto de los países con una mezcla de complacencia y resentimiento.
Resulta obvio que en la presidencia de Bush existe un antes y un después de los atentados del 11 de septiembre. Lo que no está tan claro es qué ocurrirá "después de la guerra contra el terrorismo", ni cuándo se dará por concluida esa guerra.
Mantener los mismos niveles de popularidad local y liderazgo internacional en un clima normalizado parece complicado. Con lo cual Bush puede intentar prolongar el "estado de emergencia nacional" durante los cuatro años de mandato y ampliar la guerra contra el terrorismo, extendiéndola fuera de las fronteras de Afganistán. Una opción que puede parecer tentadora a los estrategas republicanos, pero difícil llevar a la práctica. Sin embargo, hace sólo un año también parecía impensable que Bush se convirtiera en un presidente con apoyo popular récord en EE UU y masivo reconocimiento internacional. O sea, que todavía puede haber más sorpresas.