Es una cuestión de sentimientos
Hasta hace muy poco, hasta mediados de la semana pasada en concreto, los mercados hacían distingos entre el día antes y el día después de los atentados terroristas en Estados Unidos. Vino luego el paréntesis previo al inicio de los ataques contra Afganistán y, con ellos, la recuperación de los mercados.
En el antes y el después hay, como hecho evidente, un punto que marca la diferencia y el cambio de expectativas. Es el sentimiento del mercado. Hasta el día de los atentados se seguía con especial interés la evolución de las cuentas de resultados de las empresas y el clima de confianza de los consumidores. Se decía entonces, como luego han corroborado las cifras, que las Bolsas estaban altas y sobrevaloradas, es decir, que los recortes estaban servidos a corto plazo.
Ahora, ya en el día después, los resultados de las empresas confirman un claro deterioro y los signos de recesión son cada vez más evidentes. El sentimiento, sin embargo, ha cambiado a mejor y eso se observa en la lectura, muy alocada y fuera de lógica, que hacen los analistas de la situación.
Los resultados son malos, sin ambages, pero en Wall Street se pregona en estos días que "son mejores de lo esperado, porque se esperaba algo peor". O lo que es lo mismo, ya no se calculan multiplicadores, sólo se atienden sentimientos y la fe, el ansia si cabe, de la recuperación.
Contaba ayer un viejo observador que a corto plazo los mercados del mundo, de nuevo capitaneados por Wall Street, padecen los efectos de una borrachera especial, esa alegría instantánea que procura el hecho de que haya desaparecido, al menos de manera momentánea, el pánico de las Bolsas. Advierten los analistas, sin embargo, que las borracheras generan situaciones ilusorias y que después de ellas llega la inevitable resaca.