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Al comercio internacional le sienta mal el populismo

La nueva administración estadounidense ha desafiado las reglas del intercambio de bienes y servicios, reconfigurando la forma en la que negocian los Estados

Imagine que ha heredado un terreno junto al mar Mediterráneo con acceso a su playa favorita y vistas de ensueño. Durante años ha pensado en construir ahí una pequeña casa para pasar los veranos con su familia, pero no se decide. Alrededor del terreno no hay carretera ni supermercados y tiene miedo a las lluvias torrenciales. Hasta que un día recibe la llamada de una aseguradora que cubre, a un precio razonable, todo tipo de eventualidades, y al que además se han sumado otros propietarios que van a edificar en la misma zona. Entonces decide realizar el proyecto y entre todos los propietarios construyen carreteras, un sistema de alcantarillado, una farmacia, bares y otros negocios. Un pueblo entero que, gracias a una aseguradora, forja una comunidad.

En esencia, dice Adam Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics (PIIE), ese ha sido el entorno económico en el que ha operado gran parte del mundo durante casi 80 años. “Estados Unidos obtuvo enormes beneficios al actuar como el principal proveedor de seguros tras la Segunda Guerra Mundial”, detalla en su último artículo para Foreign Affairs.

Alrededor de un país se construyeron grandes instituciones que regulaban los intercambios más allá de los bienes, incluidos los servicios y la propiedad intelectual. Washington impuso un sistema y los participantes en el mismo se beneficiaron. “Las fronteras se mantuvieron estables y se permitió que las economías prosperaran sin temor a la conquista”, defiende Posen.

Ese sistema ha cambiado desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. De la noche a la mañana, la aseguradora del mundo ha considerado que el contrato que había firmado no le beneficiaba, y que ya era hora de rescindirlo. La escenificación de esa ruptura ocurrió en el llamado “Día de la Liberación” (el pasado 2 de abril de 2025), cuando Trump lanzó un ataque directo a los dos fundamentos del sistema global de comercio: el principio de no discriminación, que exige tratar a todos los socios y productos por igual, y la estabilidad de las consolidaciones arancelarias, que garantiza la previsibilidad de los aranceles.

“Al alejarnos de ese sistema que promovió la prosperidad global tras la Segunda Guerra Mundial, las empresas se enfrentan ahora a un entorno internacional menos anticipable y transparente”, afirma Roy Nelson, profesor asociado en la Thunderbird School of Global Management de la Universidad Estatal de Arizona. “Esto es lo opuesto a lo que necesitan las compañías globales”, advierte.

Nelson explica que Trump ha abrazado por completo su visión nacionalista y proteccionista, imponiendo aranceles extremadamente altos a todos sus socios comerciales. “Lo ha hecho a menudo de manera caprichosa y a niveles sin precedentes. Esto ha sido perjudicial para todo el mundo, de formas que apenas empezamos a comprender”, reconoce. Actualmente, los niveles arancelarios promedio en EE UU son más altos que los establecidos por la infame Ley Smoot-Hawley de 1930, que según muchos economistas contribuyó a la Gran Depresión de 1930.

“El comercio sigue siendo global, pero está experimentando un reajuste geopolítico”, comenta Olivia White, socia sénior en McKinsey & Company y directora de McKinsey Global Institute. La tendencia actual del comercio internacional se aleja de la lógica puramente económica. Ahora, los flujos se dirigen cada vez más a socios con quienes comparten afinidad política e ideológica, un fenómeno conocido como friend-shoring.

Este cambio implica que la confianza estratégica es más importante que la eficiencia. “La distancia geopolítica del comercio [una medida que cuantifica la alineación política] ha disminuido un 7% desde 2017”, dice la especialista, basándose en un informe recién publicado por la consultora. Esto confirma que los países están dispuestos a comerciar con sus aliados para asegurar cadenas de suministro más fiables.

La nueva realidad ya ha producido cambios concretos: Estados Unidos ha desviado las importaciones de China hacia México y Vietnam, mientras que Europa ha reducido drásticamente sus lazos comerciales con Rusia. “Por tanto, la pregunta no es si habrá comercio, sino con quién”, asevera White. Además, la India se ha acercado más a Rusia y China, asegura Nelson.

Este último país está ampliando sus relaciones comerciales con América Latina. Tras la imposición por parte de Estados Unidos de aranceles del 50% sobre Brasil, este país comenzó a vender más soja y otros productos a China, que también ha puesto trabas a las exportaciones agrícolas estadounidenses, impulsando aún más las compras latinoamericanas hacia su mercado.

“Ninguna región del planeta es autosuficiente”, aclara White. Cada una depende de las importaciones de otras para más de una cuarta parte del consumo interno en al menos una categoría crítica, como la energía, los minerales críticos o la electrónica. Y a pesar del discurso sobre la regionalización, las cadenas de suministro no se han acortado. “El valor promedio de un dólar de bienes comerciales recorre actualmente unos 5.200 kilómetros, una distancia ligeramente mayor que hace una década”, especifica la socia sénior de McKinsey & Company.

Lo que Estados Unidos ha hecho desde abril no ha sido crear un nuevo orden comercial mundial, defiende Alan Wolff, del PIIE. “Simplemente ha impuesto un nuevo conjunto de requisitos para comerciar”. EE UU representa poco menos de una séptima parte del comercio mundial. Wolff señala que Trump creyó que el sistema comercial global era injusto porque no recibía un trato recíproco de sus socios. Su solución implica desmantelar el sistema multilateral para que cada país, siguiendo el ejemplo de Washington, renegocie sus acuerdos de manera individual y corrija sus propios desequilibrios comerciales.

El tiempo dirá si este enfoque es replicable. “A gran escala, probablemente solo China y la Unión Europea tendrían la capacidad económica o política para restablecer el equilibrio bilateral en las relaciones económicas con la mayoría de los países”, resalta.

Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la OMC, ha alertado sobre un fuerte deterioro del entorno comercial global debido al marcado incremento de los aranceles. Desde que la OMC comenzó su monitoreo en 2009, estas medidas se han ido acumulando. Hasta hace seis meses, la suma de todas esas restricciones históricas representaba el 12,5% del comercio mundial. Sin embargo, debido a las recientes y rápidas imposiciones de nuevos aranceles, ese porcentaje global afectado ha saltado al 19,4% en tan solo medio año.

Las multinacionales también están priorizando la alineación geopolítica por encima de los lazos comerciales tradicionales, comenta White, del McKinsey Global Institute. Esta tendencia es visible en los proyectos de Inversión Extranjera Directa (IED) greenfield (de nueva creación), donde el capital se despliega hacia socios políticamente más cercanos.

Por ejemplo, explica esta última experta, la proporción de inversiones anunciadas desde economías avanzadas hacia China se redujo de aproximadamente un 10% a cerca de un 2%, mientras que las entradas de capital hacia Rusia se desplomaron en torno al 98% al comparar los datos de 2025 con los promedios previos a la pandemia.

En el caso de los semiconductores, la inversión anunciada se ha disparado a unos 115.000 millones de dólares anuales desde 2022. En contraste, las inversiones en semiconductores en China han caído un 80% respecto al período 2015–2019, mientras que la nueva capacidad se desplaza hacia Estados Unidos, Europa y Japón. Las baterías y los vehículos eléctricos muestran una tendencia similar: la IED anunciada se sitúa en torno a 110.000 millones de dólares anuales desde 2022, en su mayoría fuera de China.

Todo esto demuestra que las empresas están respondiendo a una señal geopolítica y preparando su huella futura –desde la ubicación de las plantas hasta la elección de proveedores– para una nueva era del comercio. “Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, avisa Adam Posen, del PIIE. “El Gobierno de Trump ha urbanizado un paraíso y construido un casino”.

  1. La situación actual. Es el resultado de tensiones acumuladas, no solo de las generadas por Donald Trump. Tras la Segunda Guerra Mundial, EE UU fundó un orden basado en reglas (GATT, luego OMC), buscando el libre comercio.
  2. El ascenso de China. Que el Órgano de Apelación (OA) de la OMC no penalizase adecuadamente a China, el gran rival económico de Washington, generó una profunda irritación entre los dirigentes estadounidenses.
  3. Empezaron los vetos. La primera Administración Trump (y después la de Joe Biden) comenzaron a vetar los nombramientos de nuevos juristas del OA. Esta acción paralizó el sistema a finales de 2019, dejándolo sin el mínimo de tres miembros.
  4. Proceso colapsado. Como resultado, el proceso de apelación ante la OMC ha colapsado. Los países apelan al vacío, invalidando la capacidad del organismo para hacer cumplir sus decisiones. Esto ha despojado al comercio global de un mecanismo de arbitraje vital.

Sobre la firma

Óscar Granados
Es periodista. Estudió Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón (México) y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Colaborador habitual del suplemento Negocios.
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