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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Estamos ante el final de la globalización?

Las tensiones entre EEUU y China y la guerra de Ucrania son signos de un mundo fragmentado que traerá consecuencias económicas

El presidente chino, Xi Jinping, recibe en Pekín a Joe Biden, entonces vicepresidente de EEUU, en diciembre de 2013.
El presidente chino, Xi Jinping, recibe en Pekín a Joe Biden, entonces vicepresidente de EEUU, en diciembre de 2013.POOL New (Reuters)

Es poco probable que el proceso de globalización desaparezca, pero los desafíos son cada vez mayores. De hecho, es razonable esperar que a lo largo de la próxima década las fricciones comerciales continúen conduciendo a una mayor presión inflacionaria e inestabilidad financiera.

Hasta hace poco la globalización ha sido un importante creador de deflación en el mundo desarrollado, al reducir los costes de producción y de mano de obra. Pero la desglobalización actual, caracterizada por mayores aranceles y el cambio de los flujos comerciales mundiales a regionales, probablemente contribuya a una mayor presión inflacionaria en los próximos años. Hay que tener en cuenta que para muchos países producir en sus territorios o más cerca de estos conllevará un aumento de los costes de producción. Otras implicaciones incluyen la posibilidad de un menor crecimiento económico y un mayor riesgo de inestabilidad financiera. Efectivamente, las simulaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) han mostrado que un cambio hacia bloques económicos con barreras arancelarias y de inversión puede suponer un coste de hasta 1,2% para el PIB mundial y llegar hasta el 1,5% si se incrementan las barreras no arancelarias entre los bloques, además de eliminar el comercio en sectores energéticos y de alta tecnología. Los países más intensivos en comercio internacional, los de la región de Asia y Pacífico, se verían afectados de manera desproporcionada, y pueden llegar a perder alrededor de 3,3% del PIB en el peor escenario.

Hay que tener en cuenta que la globalización, definida como una creciente integración de la economía mundial mediante el comercio, los movimientos de capital y los flujos migratorios, ha sido un importante motor del crecimiento económico durante más de cuatro décadas, sobre todo para las economías en desarrollo. Pero nunca ha sido un proceso lineal. Ha progresado a trompicones desde finales del siglo XIX e incluso se invirtió durante la I Guerra Mundial y la Gran Depresión, que comenzó en 1929. Solo se recuperó después de la II Guerra Mundial en 1945 y cobró nuevo impulso con el colapso de la Unión Soviética a principios de la década de los 90 y más tarde con la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001.

El aumento en el flujo global de los bienes se viene tambaleado desde la Gran Crisis financiera mundial de 2008-2009, hasta el punto de que algunos observadores han identificado un proceso de slowbalisation, es decir, de desaceleración del comercio internacional. Otros van más allá y creen que ya hemos entrado en una era de desglobalización, caracterizada por el desacoplamiento de los vínculos comerciales entre países en respuesta a los imperativos geopolíticos o nacionales. A ello ha contribuido el creciente descontento con la globalización, debido al aumento de la desigualdad, una inmigración desenfrenada y la pérdida de empleos en las industrias manufactureras. Todo ello ha alimentado los últimos años el populismo político y el proteccionismo. Es el caso del voto del Reino Unido para abandonar la UE en 2016 y el surgimiento de tensiones comerciales entre EE UU y China desde 2018, que han desafiado el modelo tradicional de globalización, reducido su velocidad y aumentado la incertidumbre política.

Más recientemente, la pandemia de Covid-19 ha sometido la globalización a una mayor presión, al poner de relieve la vulnerabilidad de las cadenas de suministro mundiales y exponer los riesgos de depender en exceso de unos pocos proveedores clave. Esto ha llevado a muchos países a repensar la forma en que operan sus economías, con esfuerzos por acortar y diversificar las cadenas de suministro y reducir la dependencia de una sola fuente.

La guerra en Ucrania también ha provocado una profunda reflexión entre los países respecto a la seguridad de las cadenas de suministro y la dependencia de socios poco fiables para los productos críticos. Esto contribuye a traer las cadenas de suministro y de producción o a trasladarlas a países amigos que compartan los mismos valores. Este fenómeno, conocido como friend shoring, implica fabricar y abastecerse de países aliados geopolíticos y ya es evidente en el petróleo y gas. Incluso varias políticas, como la Ley de Reducción de la Inflación de la Administración Biden en EE. UU., la estrategia industrial Made in China 2025 de Beijing y la ley de chips de la UE para reducir la dependencia de los fabricantes europeos de productores de semiconductores estadounidenses y asiáticos, han surgido en nombre de la seguridad nacional y la competitividad, desafiando más la cooperación internacional. Al mismo tiempo, los países están imponiendo un número creciente de restricciones comerciales, especialmente en sectores de alta tecnología. De particular interés es la decisión de la Administración Biden, en su esfuerzo por frenar avances de China en tecnología de vanguardia, de restringir las exportaciones de equipos avanzados de fabricación de chips al gigante asiático.

El caso es que las tensiones comerciales entre EE UU y China y la invasión rusa de Ucrania son indicadores de un mundo más fragmentado, con importantes consecuencias económicas a largo plazo. Ahora es fundamental observar hasta qué punto Washington y Pekín intentan unir a sus respectivos aliados y consolidar su influencia en diferentes partes del mundo. De momento EE UU ya está pidiendo a sus amigos que elijan bando en tecnología, avivando aún más la tensión con China. Las profundas divisiones políticas en el país norteamericano han probablemente exacerbado las tensiones entre las dos potencias. Aparentemente, la necesidad de ser duro con China se ha convertido en uno de los pocos asuntos importantes en que demócratas y republicanos pueden estar de acuerdo. Las críticas a Pekín parecen ser una forma segura de ganar puntos políticos en los EE UU.

Nadia Gharbi es economista de Pictet Wealth Management

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