La inversión ESG, bajo la lupa
El péndulo sobre estos activos en Europa se ha movido a un punto más pragmático e inteligente y menos extremista

En los últimos tiempos hemos asistido a una fuerte pérdida de impulso (e incluso de rechazo) del mundo ESG en general y de este tipo de fondos en particular, lo que corrobora, bajo nuestro punto de vista, el mundo tan pendular e ideologizado en el que nos encontramos.
Hemos de recordar que el movimiento ESG en la industria de los fondos de inversión comenzó en los años 60, cuando algunos inversores comenzaron a interesarse por las inversiones éticas y socialmente responsables, y continuó en los 70 y 80 bajo el nombre de Inversión Socialmente Responsable (ISR), para involucrarse en temas tan nobles como, por ejemplo, campañas de desinversión por el apartheid en Sudáfrica. En los años 90 comenzaron a incorporarse motivos medioambientales, de gobernanza y sociales, pero no fue hasta el año 2006 cuando la ONU (sic) estableció los Principios de Inversión Responsable, que generalizaron la adopción de los criterios ESG para la industria financiera global. Hasta aquí la historia rápida y resumida de lo que fue el germen y desarrollo del ESG.
Pero, como diría el gran Mario Vargas Llosa, ¿cuándo se jorobó el ESG?, es decir, cuando comenzó este movimiento/tendencia a generar incomodidad a ciertos inversores y a gestoras (por cierto, algunas de ellas abanderadas ESG de primera hora). Pues, bajo nuestro punto de vista, en los últimos años han sido clave varios factores. El primero, la deriva ideológica de esta temática, en la que se ha aprovechado para sobrerregular en materia de equidad, diversidad e inclusión, provocando desconcierto y escepticismo entre un buen número de inversores, que empezaron a hacerse la legítima pregunta de si el objetivo fundamental de una empresa o fondo de inversión no debe ser el de maximizar el rendimiento de los accionistas/partícipes.
En segundo lugar, y que viene a corroborar el primer punto, el menor rendimiento de los fondos ESG, sobre todo desde el comienzo de la invasión de Ucrania en 2022, donde los sectores de defensa o energía (vetados por las políticas ESG) han sido grandes ganadores, mientras que el mundo renovable ha tenido una gran pérdida de impulso. Este segundo punto nos lleva al tercero: veníamos de varios años de excelente rendimiento de todo lo que eran fondos de temática ESG. Esas rentabilidades atraían a más inversores y ese dinero volvía a invertirse en un número relativamente concentrado de valores. Cabe hacerse la pregunta de hasta qué punto dicho rendimiento no era fruto de un calentamiento provocado por la retroalimentación.
El cuarto punto es, bajo nuestro punto de vista, el tsunami regulatorio de la última década. La cantidad y densidad de normas que rodea al ESG, acelerada desde 2018 con el Plan de Acción sobre Finanzas Sostenibles de la UE (el objetivo era reorientar la inversión hacia inversiones “sostenibles”; los cuestionarios de Mifid II son una buena prueba de ello) la han convertido en engorrosa y poca atractiva para las gestoras, y le han restado competitividad. En el primer trimestre de este año, 335 fondos han cambiado su etiqueta ESG y cientos han sido liquidados o fusionados en los dos últimos años.
Al calor de esta normativa, han surgido un buen puñado de consultoras cuya tarea es la de asegurarse que las compañías cumplen con un mínimo de criterios ESG que las hagan invertibles. Dichas consultoras no guardan, en algunas ocasiones, unos criterios homogéneos entre ellas, por lo que las calificaciones pueden variar. Además, y hay que reconocer que esto se daba más hace unos años, el segmento de pequeñas y medianas empresas está menos cubierto, y han quedado fuera del radar de estas consultoras, lo cual no quiere decir necesariamente que no cumplan con los criterios ESG, sino que la adaptación ha sido más gradual y costosa en términos relativos que en el caso de los valores de mayor capitalización. Por nuestra experiencia, nos hemos llegado a encontrar con empresas de menor tamaño que, en principio, no eran invertibles para estas consultoras. La realidad era que no habían sido auditadas y, por tanto, quedaban descartadas como opción de inversión.
Con todo, lo más sangrante son los cambios de opinión en función no del medioambiente, no del gobierno corporativo y no de la sostenibilidad, sino de las necesidades políticas. Nada más claro y ejemplarizante que la energía nuclear (y el gas). Hasta las 23.59 horas del 31 de diciembre de 2022, no era considerada energía verde, debido a la contaminación de sus residuos y los riesgos asociados a accidentes. A partir de las 00.00 horas del 1 de enero de 2023, pasó a ser una energía verde y limpia, por lo que muchas empresas que operaban en el sector pasaron a ser invertibles. Obviamente, la geopolítica y la necesidad de reducir la dependencia energética de Rusia están detrás de este viraje.
Y otro ejemplo (este ya es de doble salto mortal con tirabuzón) es la inclusión por parte de algunas grandes gestoras y operadores bursátiles de ciertas empresas que operan en el sector de la defensa dentro de sus fondos ESG. También se oyen rumores cada vez más fuertes de que Bruselas flexibilizará (y sin duda lo hará) los criterios ESG para el sector defensa. El objetivo es captar fondos del sector privado para la inversión en munición y equipamiento militar ante la constatación de que Europa necesita autonomía estratégica. En principio, quedan excluidas aquellas empresas que no cumplan con los Tratados Internacionales (ya veremos cuánto dura esta prohibición).
En resumen, y por ir terminando esta tribuna, creo que se pueden sacar varias conclusiones del actual momento del ESG. En primer lugar, creemos que el péndulo ESG en Europa se ha movido a un punto más pragmático, inteligente y menos extremista. Y cuando hablamos del ESG nos referimos a sus actores: gestoras, operadores bursátiles, empresas y, en menor medida, pero también, a los legisladores (políticos). Constatamos que los criterios ESG, sobre todo en materia medioambiental, pero también en gobernanza, son mobile qual piuma al vento. Mutan en función de necesidades de fuerza mayor.
En segundo lugar, sí consideramos que, en este momento, los pocos fondos calificados como artículo 9 (aquellos productos de inversión más exigentes en materia de sostenibilidad bajo la regulación europea, diseñados para canalizar capital hacia actividades que generen un impacto social y ambiental positivo de manera medible y verificable) están bastante auditados, cumplen realmente con sus objetivos y tienen una alta convicción entre sus promotores.
En tercer lugar, y en relación con el punto anterior, dentro de los fondos artículo 9 nos sentimos más cómodos, por su estabilidad normativa y por convicción moral, en aquellos cuyo objetivo es el de provocar un impacto positivo y medible en la sociedad.
Alfonso de Gregorio es director de inversiones de Finaccess Value