Trump y el voluntario indirecto: aranceles, negocios y geopolítica
La actividad desplegada por Washington en todos estos frentes conseguirá que la Unión Europea se siente a negociar

Jensen Huang y Lisa Su estaban en la cola de personas importantes para saludar a Mohamed bin Salmán (dirigente de facto de Arabia Saudí) y a Trump. El saludo de Huang (CEO de Nvidia) y de Su (CEO de AMD) rindió beneficios: como primeros fabricantes mundiales de chips para inteligencia artificial, en ordenadores y data centers, han obtenido contratos billonarios con Arabia Saudí. Nvidia y AMD proveerán chips a la empresa saudí de IA, Humain, para construir un inmenso centro de datos.
No fue un hecho aislado, en la visita de Trump a Arabia Saudí (que continuó en Qatar y Emiratos) del 13 al 15 de mayo. Trump avisó, antes de salir de EE UU, que “anunciaría docenas de acuerdos de negocios”, en su tour por Oriente Medio. La concatenación de hechos, fruto de la causalidad (relación causa-efecto), es hilo conductor de un patrón de comportamiento de Trump, cuyo origen es el “voluntario indirecto”: Trump mira a Jaén, pero en realidad, su objetivo es Toledo. Trump amaga con desproporcionados aranceles y, en realidad, persigue negocios e inversiones.
Trump fue a Riad con medio gobierno y docenas de primeros espadas de Corporate America: Larry Fink (BlackRock), Stephen Schwarzman (Blackstone), Jane Frase (Citigroup) Ramón Laguarta, español (Pepsi) y, obviamente, Elon Musk (Tesla) y Sam Altman (OpenAI). Trump hubiera querido anunciar inversiones de Riad en América de un billón de dólares. Tuvo que conformarse con 600.000 millones. Los empresarios antes nombrados fueron beneficiados, y no en menor medida, Musk y Altman, que subieron al Air Force One (el actual, no el que regalará Qatar a Trump) con contratos billonarios en IA.
Trump abandonó Riad con un contrato de defensa de 142.000 millones. Es la punta del iceberg: Qatar y Emiratos también tienen listas inversiones para su firma. Tanta actividad comercial no es fruto de la improvisación. Máxime, cuando la guerra comercial desatada por Trump el 2 de abril y acuerdos internacionales se han entremezclado como si, como anticipamos en estas páginas hace un mes, fueran las piezas de un puzle que están encajando y solo ahora empezamos a ver el cuadro.
Por ejemplo, en Riad, Trump enmarcó las inversiones de Arabia Saudí hacia Estados Unidos, no en términos económicos, sino geopolíticos: Trump fue a Riad a recoger dinero, toda vez que Israel, con ayuda americana, ha desarbolado a Hamás, Hizbulá, la Siria de Bashar al Asad, los hutíes de Yemen y, sobre todo, tiene arrinconada a Irán, con quien está negociando (palo y zanahoria) para levantar sanciones, a cambio de no tener bomba atómica. El aplauso saudí fue estruendoso… para Trump, y para el elefante invisible en la sala (Israel). A ese aplauso siguió otro, cuando Trump dijo que acabará la guerra en Gaza (Arabia Saudí defiende la necesidad de un Estado palestino) y que levantaría sanciones a la Siria de Ahmed al-Shara. Y anunció que se verían en Riad el 14 de mayo. Esto último es inaudito porque el autoproclamado nuevo presidente de Siria es un ex yihadista que militó en Al Qaeda y en ISIS. El acercamiento de Trump a este señor, se explica porque es aliado de Arabia Saudí, versus Bachar al Asad, que era aliado de Rusia e Irán.
El voluntario indirecto de Trump
Acudió a Riad, toda vez que China y EE UU redujeron sustancialmente los aranceles, haciendo felices a inversores, las bolsas y las empresas tecnológicas; al mismo tiempo que Trump anunciaba un alto el fuego en el conflicto entre India y Pakistán, con mediación norteamericana; con Zelenski queriendo sentarse esta semana con Putin, para acabar la guerra de Ucrania y Rusia. Trump anunció en Riad que Marco Rubio, secretario de estado, iría a Estambul para mediar en las negociaciones. Putin, reticente, recibió un aldabonazo de Ignacio Lula da Silva: “¡ Vladímir, ve a Turquía a negociar!”. El presidente de Brasil, como el indio, Modi, el de Corea del Norte y Xi Jinping estuvieron en la Plaza Roja de Moscú en el desfile de la victoria. Se perfila un nuevo orden mundial, con esos líderes retando a EE UU. Putin visita Irán, para solidificar esta alianza de “sospechosos habituales”.
Y lo simbólico: Trump fue a Oriente Medio, tras recibir al último rehén norteamericano-israelí en manos de Hamás.
Todo está relacionado. Los acuerdos de reducción de aranceles de EE UU con Reino Unido y con China, son incentivo para que Europa despierte y corra. Japón y Corea del Sur son los siguientes (entre 80 naciones en negociación) en alcanzar acuerdos con Trump. Son importantes, porque ambas son potencias económicas en producción de coches, tecnología y electrónica de consumo, productos muy consumidos en América.
La desaforada actividad desplegada por Trump en todos estos frentes conseguirá –por el voluntario indirecto– que la Unión Europea se siente a negociar. Para empezar, Europa pone los medios para aumentar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB, como exige Trump. Muestra de buena voluntad de Europa ante Trump, antes de negociar.
Mientras, en el frente nacional, Trump y el partido republicano quieren sacar adelante la ley de presupuestos, con fuerte bajada de impuestos: cuando la popularidad de Trump se desploma.
Los demócratas tienen que reaccionar. Quizá el libro Original Sin: President Biden’s Decline, Its Cover-up, and His Disastrous Choice to Run Again, recién publicado, de los periodistas de CNN Jake Tapper y Alex Thompson, con testimonios de Barack Obama y George Clooney, sea un revulsivo para que despierten del desánimo en que les sumió la derrota electoral ante Trump.
Jorge Díaz Cardiel es socio director de Advice Strategic Consultants. Autor de Hillary vs Trump; Trump, año uno y Trump, año de trueno y complacencia.