Ir al contenido
_
_
_
_
A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La gran estrategia de Trump para rehacer el orden mundial

Los aranceles enmascaran objetivos como reducir la deuda pública, bajar impuestos y reconstruir el poderío militar

Trump ataques prensa

Rehacer el orden mundial requiere una disrupción monumental. En el momento, los actores, protagonistas y secundarios, no son conscientes de la magnitud del cambio. Solo la perspectiva histórica permite apreciar el antes y el después. La guerra comercial desatada por Trump es una anécdota temporal, dentro de un diseño grandioso, para iniciar un cambio de época. Si los muebles de la residencia de Mar-A-Lago de Trump pudieran hablar, relatarían el contenido de reuniones del presidente con su círculo íntimo para reinventar el mundo.

Tras la caída del Muro de Berlín, Francis Fukuyama declaró el fin de la historia. Parafraseando a Rafael Alberti: “Se equivocó la paloma”. La desaparición de la URSS en 1991 solo aumentó la soberbia de Washing­ton como única potencia mundial. Para Vladimir Putin, la caída de la Unión Soviética fue la “mayor tragedia geopolítica del siglo XX”, dijo en 2005. ¿Morriña pasajera? Más bien, nostalgia histórica: “La disolución de la URSS significó la desaparición de la Rusia histórica bajo el nombre de la URSS”, explicó Putin en 2021. El presidente ruso lleva en el poder 25 años, tiempo suficiente para iniciar la reconstrucción de su “Rusia histórica”. Trump admira a Putin y Xi Jinping porque se eternizan en el poder: les da tiempo a hacer cosas. ¿Quién dijo algo de un tercer mandato?

Trump entiende a Putin. No así George Bush: “He mirado a Putin a los ojos y he visto el alma de un hombre en el que se puede confiar” (2001, Eslovenia). Bush hijo, en general, no entendía mucho. Convencido por Condoleezza Rice de la necesidad de llevar la democracia a Oriente Próximo, Bush quedó boquiabierto cuando las elecciones libres en Egipto dieron la victoria a los Hermanos Musulmanes. Bush pasó el problema a Obama, que tuvo que lidiar con la Primavera Árabe (2011) y sus consecuencias: guerra civil en Siria, nacimiento de ISIS...

Bush dejó a Obama otros dos problemones: las guerras de Irak y Afganistán y la Gran Recesión (2007-2009), que Barack resolvió con matrícula de honor. Obama intentó con diplomacia recuperar el prestigio de América. A Trump, las ingenuidades de Bush y la intelectualidad de Obama le resultan insufribles. Es un vendedor inmobiliario que quiere resultados y los tanques de Bush y la diplomacia de Obama no funcionaron para que América volviera a ser la potencia indiscutible del mundo.

Para Trump, rehacer el orden mundial es como tirar un hotel antiguo para construir otro nuevo. Pero, en economía, la voladura debe ser controlada. Todo responde a un plan. Los aranceles no solo buscan superávit comercial de EE UU con 180 países. Trump necesita reducir el déficit público, insostenible. Y descuenta la rebaja de tipos de la Fed: Trump ha colocado en una situación tan incómoda a Jay Powell, que su canto del cisne del día 4 (“los aranceles supondrán aumento de la inflación y ralentización económica”) derivará en la bajada de tipos que quiere Trump. Si el precio del dinero es barato, también lo será la refinanciación de la deuda. Y están los ingresos adicionales, fruto de las negociaciones bilaterales de las principales potencias del mundo: Israel –primer país en negociar aranceles cero con Trump–, Japón, Corea del Sur y, a fecha de ayer, 80 naciones más están en la cola de la negociación. Lo advirtió Eric Trump –hijo del presidente– cuando ambos se fueron a jugar al golf mientras los mercados de valores norteamericanos sufrían una corrección (caída del 20%) y pérdida de valor de 10 billones de dólares: “Lo he visto toda mi vida con mi padre. Los primeros en negociar saldrán ganando. No me gustaría ser el último país en negociar”.

Una sustancial reducción de la deuda y déficit públicos norteamericanos permitiría a Trump un segundo objetivo: fuerte bajada de impuestos. Es la única manera de dar alegría a sus millones de votantes, que, en el corto plazo, sufrirán las consecuencias de la guerra comercial con China y la Unión Europea. Porque Reino Unido e Israel han salido bien parados de la negociación de aranceles con Trump: a este, le gusta que los aliados le rindan pleitesía y Netanyahu y Starmer lo han aprovechado.

Trump reconoce que, “a veces, es necesario tomar medicina para curar al enfermo” (declaraciones a la prensa en el Air Force One, día 6). Tampoco descarta una breve recesión económica (dos trimestres consecutivos con el PIB negativo) en el primer semestre. Mientras, bajará impuestos y meterá prisa a las empresas que han comprometido billones en inversión directa en EE UU, para construir fábricas, centros de datos, etc. México y Canadá han salido bien parados de la guerra comercial. Antes no parecía así. Sheinbaum, presidenta de México, envió 10.000 militares a su frontera con EE UU y, automáticamente, los aranceles se fueron flotando por el Río Grande.

Superávit comercial, reducción de la deuda pública, bajadas de impuestos, recuperación de la capacidad productiva e industrial, reconstrucción de poderío militar (el billón de dólares que ahorrará Elon Musk con DOGE irá al Pentágono) son objetivos nacionales, enmascarados con el ruido que generan los aranceles. Los objetivos internacionales son ambiciosos y están perfectamente alineados. Oriente Próximo ha sido reconfigurado: Israel es la gran potencia de la zona. Irán, sin aliados, se sienta en la mesa de negociación con Trump sobre su programa nuclear. La guerra de Ucrania acabará cuando decidan Trump y Putin: Rusia no ha recibido aranceles de EE UU.

China se debilitará aún más, económicamente, en su pulso con Norteamérica por los aranceles. Y la UE –en la visión de Trump– volverá a ser un grupo de Estados vasallos dependientes de Estados Unidos, en situación similar a la que ya vivieron tras la Primera y Segunda Guerra mundiales.

Trump no quiere volver al siglo XIX. Quiere reinventar su siglo XXI, como de manera presciente explican el intelectual de izquierdas John Cassidy (How markets fail), esta semana en The New Yorker, y el maestro de la geopolítica contemporánea George Friedman (The next 100 years) en Geopolitical Futures: “Estamos al comienzo de una nueva era histórica”.


Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_