La desintoxicación de China de Apple es dolorosa y tardía
Con el tiempo, la huella industrial del gigante podría parecerse a la de Tesla, con plantas en EE UU o Alemania

El éxito de Apple se basa en el iPhone. Este rentable dispositivo de bolsillo contribuyó a convertirla, de una empresa nicho en la industria de los ordenadores personales, en una de las mayores empresas del mundo, con una capitalización bursátil de casi 3 billones de dólares. Gran parte de ello se debió a su cadena de suministro en China. Ahora, las tensiones geopolíticas y las guerras comerciales están poniendo en tela de juicio esa dependencia.
El papel que desempeñó la República Popular en el auge de la firma es el tema central de Apple in China: The Capture of the World’s Greatest Company (Apple en China: la captación de la mayor empresa del mundo). El libro de Patrick McGee, que cubrió la empresa para el Financial Times, se basa en más de 200 entrevistas con antiguos ejecutivos e ingenieros, así como en otros materiales, para ofrecer un relato fascinante de cómo Apple llegó a depender de los proveedores chinos para la mayoría de sus productos y de los consumidores chinos para el 17% de sus ventas el año pasado. Ahora que se apresura a desarrollar otras bases de fabricación, su historia encierra importantes lecciones para ambas economías, así como para otros grandes fabricantes como Tesla.
La entrada de Apple en la República Popular no habría sido posible sin la taiwanesa Foxconn, conocida oficialmente como Hon Hai Precision Industry. Fundada por el empresario Terry Gou, esta firma de fabricación por contrato y sus competidores desempeñaron un papel fundamental en la configuración del modelo chino impulsado por las exportaciones a mediados de los 90, al establecer fábricas en el continente. Lo consiguieron trabajando “codo con codo” con las autoridades locales, beneficiándose de subvenciones, infraestructuras y, lo que es más importante, de la afluencia de mano de obra barata procedente de las zonas rurales. “El tío Terry”, como Apple llegó a conocer a Gou, destacaba por su astucia política, escribe McGee. “Le subvencionaron hasta la saña [the shit out of him]”, cita de forma anónima a un alto ejecutivo de Apple de la época. El gigante estadounidense afirma que las afirmaciones del libro son falsas y están llenas de inexactitudes.
La empresa comenzó a trabajar en estrecha colaboración con Foxconn en 1999, externalizando la producción de los iMac y, unos años más tarde, la de los iPod. Gracias a la capacidad de Foxconn para ensamblar productos a gran velocidad y escala, Apple vendió 22,5 millones de reproductores de música portátiles en 2005, frente a menos de un millón en 2003.
Llegada
La llegada de Apple a China fue diferente a la de otras grandes empresas. Multinacionales como Samsung o Volkswagen ya habían establecido empresas extranjeras de propiedad total o joint ventures locales. La apuesta de Pekín era que esto facilitaría la transferencia de tecnología a los socios locales, aunque eso rara vez ocurría.
Apple no tenía ninguna empresa conjunta ni había establecido sus propias operaciones. En su lugar, invirtió en muchas empresas locales y les enseñó a suministrar piezas y fabricar sus productos. Esto le permitió evitar depender demasiado de un puñado de proveedores clave, lo que mejoró su poder de negociación. También dio lugar a una épica transferencia de conocimientos técnicos “en el arte de fabricar cosas, en la organización de cuestiones prácticas y en la forma en que las personas producen, distribuyen, viajan, se comunican y consumen”, según el economista de la Reserva Federal nacido en China Yi Wen, citado por McGee. No es exagerado decir que Apple encabezó el desarrollo de la cadena de suministro de fabricación más sofisticada del mundo, al tiempo que contribuyó al surgimiento de marcas chinas rivales de teléfonos inteligentes, desde Huawei hasta Xiaomi.
Esta estrategia se llevó a cabo a expensas de las firmas taiwanesas. Gracias al apoyo del fabricante del iPhone, grupos chinos como Luxshare y BYD fueron conquistando poco a poco una cuota aún mayor de la cadena de suministro de Apple. La presión es evidente en el margen de beneficio operativo de Foxconn, que el año pasado se redujo a un escaso 2,8%, frente al 11% de hace una década.
Pero desde la llegada al poder en 2012 de Xi Jinping, este ha reforzado el control del Estado sobre la economía, incluido el sector privado y las multinacionales extranjeras. En 2015 presentó el plan Made in China 2025 para independizar al país de la tecnología extranjera. Pese a que los indicios de que los riesgos políticos de hacer negocios en China estaban creciendo, Tim Cook redobló su apuesta. Apple construyó centros de investigación y datos en todo el país, prohibió en su App Store china las aplicaciones que no gustaban a Pekín e incluso invirtió en la VTC Didi Global.
La guerra comercial amenaza con trastocar esta relación. Hasta ahora, Pekín se ha abstenido de tomar represalias contra Apple, a pesar del deterioro de las relaciones con Washington. Las autoridades chinas tienen buenas razones para contenerse. Cook, por ejemplo, afirma que el gigante de Cupertino da empleo a 5 millones de personas en el país, más de la mitad de ellas en el sector manufacturero. Atacar a una gran empresa extranjera ahuyentaría a otros inversores y socavaría la pretensión del país de estar abierto a los negocios. Pese al impulso de Xi hacia la autosuficiencia, China sigue necesitando la tecnología y el capital occidentales. Ni siquiera el auge de formidables rivales locales como Huawei ha logrado mermar las perspectivas de Apple, y los analistas encuestados por Visible Alpha esperan que Apple alcance unos ingresos de 77.000 millones de dólares en la Gran China (que incluye Taiwán, Hong Kong y Macao) en 2027.
Aunque las exportaciones de smartphones desde China están ahora exentas de los aranceles de EE UU, y ambas partes pospusieron el lunes la mayoría de sus gravámenes, está claro que el modelo de Apple de depender de un solo país para la fabricación es insostenible. Cook ha intensificado sus esfuerzos para diversificar sus cadenas de suministro: calcula que “la mayoría” de todos los productos destinados a Estados Unidos se fabricarán en India y Vietnam para el tercer trimestre de este año. La firma también se ha comprometido a invertir más de 500.000 millones en EE UU durante los próximos cuatro años para apaciguar las peticiones de Trump de que se repatríen las inversiones. A largo plazo, esto supondrá un aumento de los costes, incluso sin tener en cuenta los aranceles: fabricar móviles en India, por ejemplo, puede ser hasta un 10% más caro que en China, según fuentes cercanas. Fabricar en EE UU es aún más descabellado. El analista de Wedbush Securities Dan Ives calcula que un iPhone hecho allí podría costar a los consumidores 3.500 dólares, más del triple del precio actual.
Con el tiempo, la huella industrial de Apple podría parecerse a la de Tesla, que ha extendido sus fábricas por EE UU, Alemania y China. Más incierta es la tolerancia de Washington hacia el apoyo y las inversiones continuadas en proveedores chinos. El secretario de Estado, Marco Rubio, advirtió en una ocasión de que Apple estaba “jugando con fuego”, en referencia a sus planes, ahora cancelados, de colaborar con Yangtze Memory Technologies, un fabricante de chips de memoria respaldado por el Estado. Mientras Apple avanza en el campo de la inteligencia artificial y Tesla habla de las perspectivas de construir robots humanoides, Washington seguirá de cerca las operaciones de ambas empresas en China.
Apple puede tener algo de tiempo para llevar a cabo su tan esperada desintoxicación de China. Aun así, será un proceso doloroso.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías