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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

EE UU, un hueso comercial duro de roer

Está por ver si el arancel del 10% a los británicos y el temporal del 30% a los chinos son las dosis adecuadas de proteccionismo para la potencia

Howard Lutnick, secretario de Comercio de EE UU.
CINCO DÍAS

Es llamativo que, en solo un mes, Estados Unidos y China hayan pasado de una guerra arancelaria sin cuartel, con tasas por encima del 100%, a una tregua de 90 días con niveles mucho más razonables: del 30% de EE UU a China, y del 10% en sentido contrario. Ambos saben que un conflicto descarnado acabaría perjudicando a ambos; pero tampoco son ajenos a la política de la imagen, en la que prima demostrar fuerza ante los competidores de cara a la opinión pública y a terceros países. Con estos tres meses de pausa ganan, además, tiempo para que la atención sobre el pulso se vaya diluyendo.

La Casa Blanca llegó el jueves a un trato con Reino Unido, que fija un arancel general del 10% para los productos del país europeo. Aunque está por encima del nivel previo a la contienda de Donald Trump, las partes lo saludaron con cierta euforia, igual que las Bolsas, que también celebraron ayer la pausa pactada por Washington y Pekín, en la que el 30%-10% sustituye al 20%-20% medio de los últimos años (según calcula el Peterson Institute for International Economics).

El investigador catalán Pau S. Pujolas, uno de cuyos artículos científicos sobre comercio citó Trump en su día de la liberación, criticó duramente los exagerados aranceles decretados entonces, pero reconocía que, en niveles moderados, el país con déficit de intercambios lleva las de ganar. Está por ver si ese 10% con los británicos y el 30% temporal con los chinos son las dosis adecuadas de proteccionismo para EE UU; pero la tendencia a templar los ánimos mostrada ahora por la Administración del país tras el shock inicial parece indicar que había algo de sobreactuación, destinada a crear un estado de opinión en el que unos aranceles más altos en la práctica sean recibidos con alivio en general, y en particular por los mercados.

Puede que estos tarden unos meses en asumir la nueva realidad económica global, que, si bien no será tan dura como podía temerse, sí será más negativa para las empresas y para el crecimiento, al menos a corto y medio plazo, hasta que se reajusten las cadenas de suministro, sea o no en la línea que desea el presidente de EE UU.

Después de Reino Unido y China, le tocará el turno a la Unión Europea, que puede poner sus barbas a remojar, aspirando a un acuerdo también restrictivo para las exportaciones. Bruselas tiene otras armas para presionar a Washington, sobre todo en el sector servicios –como endurecer su supervisión sobre las grandes tecnológicas–, pero el país más poderoso del mundo está demostrando ser un hueso duro de roer, más allá de la volatilidad y la retórica de su inquilino principal.

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