El mix eléctrico no debe ser dogma ideológico
¿Por qué España es el único país del mundo que se plantea cerrar nucleares cuando vivimos un renacer de las mismas? ¿La izquierda europea que las defiende es menos de izquierda?
¿Por qué la energía solar que genera la empresa X es más de izquierdas que la nuclear generada por la misma empresa, estando la proveniente del gas, también de X, en el centro? A este absurdo hemos llegado cuando se carece de argumentos, pero la polarización política nos obliga a convertir cualquier cosa en seña de identidad partidista.
La política energética europea, en el marco de los acuerdos COP de la ONU, está marcada por tres principios: reducir emisiones de CO2 (descarbonizar), abaratar el precio de la energía para mejorar nuestra competitividad y evitar la dependencia externa de gas y petróleo ganando autonomía estratégica. Y debe aplicarse sobre tres sectores principales: eléctrico, transporte y construcción. En cumplimiento de esos tres objetivos, las energías solar y eólica están teniendo un desarrollo espectacular gracias a los avances técnicos y al apoyo financiero de los Gobiernos; además, la Comisión Europea ha incluido a la energía nuclear como “limpia” por no emitir CO2 y, de la mano de los nuevos avances tecnológicos, se está produciendo una revitalización del sector nuclear con más de 62 nuevos reactores en construcción y la recomendación del Informe Draghi de NO cerrar instalaciones nucleares donde las haya. Como consecuencia, en 2024, el mix energético europeo constata un importante avance de renovables (48%), seguido de la nuclear (24%), gas (16%) y carbón.
En España las cosas han sido un poco distintas. En primer lugar, el sector eléctrico ha centrado la casi totalidad del esfuerzo de descarbonización, con transporte y vivienda muy por detrás a pesar de su peso en la emisión de CO2. En segundo lugar, la estrategia gubernamental, recogida en el Plan Nacional de Energía y Clima (cuyo primer borrador se conoció en 2019), señalaba una apuesta total y casi exclusiva por las energías fotovoltaicas y eólicas, así como la decisión de cerrar las nucleares según un calendario fijo y establecido. Así, hoy, en el Plan revisado y subiendo la apuesta, se prevé que en 2030 el 81% de la generación eléctrica será renovable y la certifica que en 2035 no quedará ninguna central nuclear en funcionamiento, tras empezar a cerrar en 2027. Si el primer Plan era voluntarista, el segundo, directamente, el cuento de la lechera por las hipótesis que aceptaba como certezas y las restricciones técnicas que olvidaba.
Con el primer borrador, y desde Red Eléctrica de España, cuya única misión es garantizar el suministro eléctrico a los españoles (que no haya apagones), recuerdo las objeciones que pusimos al Plan, de la mano de los expertos, por su actualidad:
- La gran apuesta por las renovables, con ese calendario, pese a estar muy subvencionadas desde el Gobierno, no dejaba de ser una hipótesis que podría no llegara cumplirse por problemas de rentabilidad, logísticos o de bloqueo en el acceso a redes. ¿Qué pasa si en 2030 no hay en funcionamiento tanta renovable pero ya hemos empezado a cerrar nucleares?
- Dada la intermitencia de las renovables, hay momentos donde se produce mucho más de lo que se consume. Para evitar vertidos con pérdidas para el inversor, hay que poner en marcha almacenamiento y reforzar interconexiones para exportar esos excesos puntuales. Ni lo primero está regulado todavía, ni se ha avanzado en lo segundo.
- La nueva estructura de generación extendida por todo el país obligaba a una ampliación sustancial de las redes y sus nudos de conexión. En la Planificación siguiente se escatimó inversión, retribuida en la tarifa, para evitar que empresas privadas como REE y las distribuidoras ganaran demasiado dinero con ello (sic).
- Incorporar de forma masiva y rápida tanta energía renovable a las redes eléctricas actuales exige cambios técnicos importantes, ya que fotovoltaica y eólica no tienen la inercia ni la tensión requerida para estabilizar la red y eso puede generar “desconexiones de generación”, es decir, apagones. Invertir para acondicionar técnicamente las conexiones con conversores y asegurar fuentes de respaldo de energía firme (agua, gas, nuclear) como mercados de capacidad era imprescindible para darle flexibilidad al Operador del Sistema. Ambas cosas siguen pendientes.
Con un objetivo loable, aunque gestionado de forma pésima, se complicaba mucho la gestión diaria de un sistema eléctrico que debe equilibrar al microsegundo lo que se demanda con lo que se genera si se quiere garantizar el suministro. Y eso, desde mi punto de vista, exigía dos cosas adicionales:
- Reforzar la autonomía técnica del operador del sistema para que las decisiones que debe tomar al instante están buscando solo asegurar el suministro con el menor riesgo posible. Si un apagón como el del lunes 28 tiene la misma probabilidad de ocurrir que de que toque el Gordo, el operador del sistema, incluso así, no debe verse forzado a comprar números de la lotería.
- Por prudencia, ante tantos incumplimientos, no atarse las manos con un calendario cerrado de cierre de las nucleares porque si luego las necesitamos, será tarde. Además: ¿Por qué España es el único país del mundo que se plantea cerrar nucleares cuando vivimos un renacer de las mismas? ¿La izquierda europea que las defiende es menos de izquierda? Cuando la vicepresidenta de la Comisión dice que “las nucleares son necesarias para Europa”, ¿deja de ser socialista? Y ¿por qué para España no son igualmente necesarias? Si el mundo ha cambiado tanto que la política de defensa es hoy necesario abordarla en un Gobierno progresista, ¿por qué no revisar las nucleares y su nueva necesidad como complementaria, sobre todo, en un mundo de renovables?
Me gustaría conocer el informe preceptivo que el operador del sistema debe elaborar sobre el impacto del cierre de todas las nucleares y sobre la seguridad del suministro. Será un informe técnico, no ideológico, porque a veces las matemáticas y la física no entienden de siglas políticas. Demasiadas cosas hemos asumido como dogmas sobre la transición energética. Tal vez ha llegado la hora de revisar una gestión manifiestamente mejorable. Por lo menos para reducir todavía más las probabilidades de otro apagón.
Jordi Sevilla es economista.