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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que los aranceles no cuentan

La prioridad estratégica de EE UU es revitalizar su base industrial de defensa ante el desafío que representa China

Tierras raras, en Pedernales (República Dominicana).

Los aranceles vuelven a ser protagonistas en la Administración Trump. Si hace siete años la guerra comercial que inició Estados Unidos con China fue la antesala de una estrategia de mayor calado, pasando a convertirse poco después en el inicio de una rivalidad tecnológica que no ha dejado de intensificarse desde entonces, la guerra comercial del segundo Gobierno del republicano también tiene doble vertiente.

El predicamento de equilibrar la transacción económica marcó la guerra comercial en 2018, quedando el resto del mundo como espectadores de excepción y ajenos a una escalada de aranceles donde el propósito de Washington era reducir el déficit comercial con China. Sin conseguir los resultados esperados, la mayor presión sobre la economía china pasó a centrarse en ralentizar los objetivos del gigante asiático de convertirse en potencia tecnológica, donde la rivalidad con Estados Unidos es más patente y compleja.

Siete años después, el escenario geopolítico entre la primera y segunda Administración Trump ha experimentado cambios significativos y, aunque Washington utilice de nuevo la guerra arancelaria como herramienta de negociación, la rivalidad entre Estados Unidos y China ya ha dejado de ser meramente tecnológica.

De hecho, seguir escalando la presión arancelaria no generará mayor presión más allá de lo pronosticado por el banco de inversión Goldman Sachs, que revisó a la baja el crecimiento de la economía china del 4,5% al 4%. Con ello se da paso a la nueva etapa, siguiendo la principal prioridad estratégica de Washington, que no es otra que revitalizar la base industrial de defensa ante el desafío que representa China.

La diferencia del propósito entre ambas guerras arancelarias es evidente. Una segunda Administración Trump mucho más transaccional y menos comprometida geopolíticamente ha recuperado los aranceles como herramienta de negociación, incorporando al resto del mundo en una dinámica que busca reforzar una economía estadounidense necesitada de incrementar su gasto militar para revitalizar su industria. Se impone la urgencia por concluir conflictos activos que puedan desviar, una vez más, la atención de Washington del Indo-Pacífico, el escenario donde realmente se juega la hegemonía mundial. Las amenazas de abandonar las negociaciones si no se producen avances van en esta línea.

Restringir el acceso de China a los chips más avanzados sigue centrando el interés de Washington, más ahora que la irrupción de DeepSeek entre los modelos de IA desafía el dominio tecnológico de Estados Unidos en inteligencia artificial, y su rápida aplicación y adopción en el ámbito militar pueden marcar la diferencia.

La geopolítica se impone, y la prioridad de la agenda de estrategia y defensa pasa ahora a centrarse en recuperar una base industrial de defensa que ha perdido vitalidad, habiendo China adquirido sistemas y armamento de alta tecnología a un ritmo cinco o seis veces más rápido que Estados Unidos, según estimaciones del Gobierno estadounidense, una importante desventaja de producirse un conflicto prolongado.

La guerra en Ucrania es la referencia de la más reciente actualización de su estrategia militar, pero también de cómo un conflicto prolongado puede convertirse en una guerra industrial, el siguiente posible escenario de rivalidad entre Estados Unidos y China después de una poco efectiva guerra comercial en 2018, y una guerra arancelaria a gran escala en 2025.

La capacidad de disuasión de Washing­ton en el Indo-Pacífico se vería igualmente comprometida, sobre todo cuando Estados Unidos podría agotar la disponibilidad de munición guiada de precisión y de largo alcance en apenas una semana si se produjera un conflicto en el estrecho de Taiwán, según distintos escenarios analizados por el think tank CSIS.

Frente a los aranceles de Washington, los minerales tecnológicos se han convertido en la contraofensiva de Pekín, sobre todo en cuestión de tierras raras, indispensables para la fabricación de armamento moderno. Ambas partes saben en qué escenario se mueven. La restricción a la exportación impuesta por China de 7 de las 17 tierras raras, la mayoría tierras raras pesadas, afecta a los sectores de la automoción y la energía, e impacta directamente sobre las tecnologías de defensa, cruciales para la fabricación de desde aviones de combate hasta submarinos y radares.

Las tierras raras pesadas son la esencia de la industria militar. El monopolio de China, acaparando el 99% del refinado, es una poderosa herramienta, mayor que la presión arancelaria. Es, asimismo, una estrategia a largo plazo, más duradera que los aranceles, ya que limitará la facultad de Washington de fortalecer sus capacidades militares al ritmo que desea mientras mantenga una dependencia que le genera una importante desventaja estratégica y que se tarda años en adquirir.

La prospectiva militar bajo la que opera China, y que se desarrolla en paralelo a un dinamismo comercial que busca afianzar el crecimiento económico, difiere del esquema, más transaccional, que impera en Occidente. Más asertiva y siempre pragmática, China lleva una década impulsando su base industrial militar. Si los aranceles centran el discurso de la tensión geopolítica actual en Europa, nos estaremos desviando de afrontar el mayor desafío, la construcción de autonomía estratégica, también militar.

Águeda Parra Pérez es analista del entorno geopolítico y tecnológico de China, y fundadora y editora de #ChinaGeoTecr

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