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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De Nixon a Erdoğan (y quizá Trump): por qué la independencia monetaria importa

Todos intentaron hacer política desde la impresora de billetes, y todos aprendieron (o aprenderán) por la vía difícil que, al final, la inflación siempre pasa factura

Richard Nixon, tras su elección a la presidencia de Estados Unidos en 1969.

En 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon convocó al presidente de la Reserva Federal (la Fed), Arthur Burns, a la Casa Blanca al menos en 15 ocasiones para ejercer presión directa sobre él. Las transcripciones de esas reuniones revelan cómo Nixon exigía reiteradamente bajar los tipos de interés, pronunciando una frase contundente: “Aceptaremos la inflación si es necesario, pero no podemos tolerar el desempleo”. Finalmente, Burns cedió, adoptando una política monetaria expansiva que favoreció temporalmente la reelección de Nixon. Las consecuencias fueron desastrosas: la inflación en Estados Unidos se disparó por encima del 13%, provocando una grave crisis económica que se prolongó durante años.

Avancemos rápidamente más de cinco décadas y viajemos cerca de 9.000 kilómetros desde Washington hasta Ankara, Turquía, donde encontramos una situación preocupantemente similar. Allí, el presidente Recep Tayyip Erdoğan ha destituido a cuatro gobernadores del banco central en menos de cinco años, simplemente porque se negaron a implementar su política monetaria expansiva. Erdoğan insistió en mantener las tasas de interés artificialmente bajas, ignorando sistemáticamente las recomendaciones técnicas. El resultado ha sido una inflación galopante que llegó a superar el 85%, deteriorando significativamente la calidad de vida de millones de turcos y provocando una fuerte inestabilidad económica.

Ambos ejemplos comparten un elemento clave: cuando la política interfiere directamente en la independencia de los bancos centrales, las consecuencias económicas son severas. La autonomía monetaria no es un mero tecnicismo burocrático, sino una defensa crucial para garantizar la estabilidad económica y financiera a largo plazo.

Hoy, medio siglo después de Nixon y en plena era Erdoğan, resuenan nuevamente ecos preocupantes de interferencia política. El presidente Donald Trump ha lanzado duros ataques contra Jerome Powell, actual presidente de la Fed, sugiriendo públicamente que el banco central debería subordinarse a intereses políticos inmediatos. Trump argumenta que bajar las tasas de interés favorecería el crecimiento económico, pero la historia y la evidencia empírica internacional indican lo contrario.

La investigación académica confirma claramente que los países con bancos centrales independientes disfrutan de niveles significativamente menores de inflación y mayor estabilidad económica a largo plazo. Por ejemplo, un estudio reciente estima que aumentar la presión política hasta solo la mitad del nivel ejercido por Nixon durante seis meses podría provocar una subida del nivel general de precios superior al 8%. Otro análisis señala que, si Argentina lograra incrementar la independencia de su banco central al nivel del Banco Central Europeo, podría reducir su inflación a largo plazo en aproximadamente 5,3 puntos porcentuales.

Estos estudios demuestran que la independencia de los bancos centrales reduce considerablemente el riesgo de decisiones económicas equivocadas, inducidas por presiones políticas cortoplacistas. Una gobernanza sólida y transparente garantiza que la política monetaria sea predecible y esté enfocada en objetivos claramente establecidos a largo plazo, en lugar de responder a intereses políticos inmediatos.

España, Europa y el resto del mundo deberían tomar nota cuidadosamente de estos ejemplos. Es crucial mantener una separación clara entre las decisiones técnicas y las presiones políticas momentáneas. La inflación es un impuesto silencioso y cruel, que perjudica especialmente a los hogares más vulnerables. Permitir que la política monetaria sea usada para obtener beneficios electorales a corto plazo implica causar daños económicos duraderos, que afectan profundamente la calidad de vida de los ciudadanos.

Ahora más que nunca, debemos recordar las lecciones del pasado: cuando la política monetaria se usa para lograr réditos electorales, son los ciudadanos quienes pagan finalmente la cuenta. Defender la independencia de los bancos centrales no es solo proteger la economía; es también proteger nuestra democracia y nuestro bienestar común.

En definitiva, no juguemos con fuego económico. Trump, Erdoğan y Nixon tienen algo en común: todos intentaron hacer política desde la impresora de billetes, y todos aprendieron (o aprenderán) por la vía difícil que, al final, la inflación siempre pasa factura. La independencia monetaria es demasiado valiosa como para dejarla en manos de los intereses partidistas.

Omar Rachedi es profesor del departamento de Economía, Finanzas y Contabilidad de Esade.

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