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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cambio en el orden mundial beneficia a las economías ‘intermedias’

Los inversores no tienen por qué irse a Brasil o India: las mejores opciones las ofrecen Europa, Canadá y Japón

Banderas de China y EE UU en Shanghái (China), en 2019.

Por si quedaba alguna duda, el momento unipolar de EE UU ha terminado. El 30 de enero, el Recién nombrado secretario de Estado de EE UU, Marco Rubio, dio por terminada la trayectoria de tres décadas del país como único árbitro de los asuntos mundiales, calificándola de “anomalía”. Quince días después, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, explicó de forma clara la nueva dinámica al describir a China como un “competidor a la par” y dijo a otros miembros de la OTAN que, a partir de ahora, EE UU debe centrarse en la disuasión de su nueva superpotencia rival. La invasión de Ucrania por parte de Rusia, los conflictos en Oriente Próximo y la insistencia de EE UU en que sus aliados, desde Canadá hasta Panamá, rechacen lo que afirma ser una infiltración china ya eran síntomas de un nuevo orden mundial fundamentalmente bipolar. Los aranceles generales de Donald Trump subrayan aún más el cambio.

Pero las asignaciones de inversión internacional siguen estando claramente desfasadas con respecto a este cambio geopolítico de época. En la última década y media, los mercados de capitales de EE UU han sido los únicos en juego. En diciembre, la propiedad extranjera neta de activos estadounidenses alcanzó un máximo histórico de algo más de 26 billones de dólares, o casi el 90% del PIB de EE UU, según la Oficina de Análisis Económico del país. Su mercado de valores es tan gigantesco, y está tan valorado, que representa casi tres cuartos del índice MSCI World de acciones de mercados desarrollados. Tres empresas, Apple, Nvidia y Microsoft, representan cada una una proporción mayor del MSCI ACWI de acciones globales que todo el mercado de valores de Reino Unido. En lo que respecta a la inversión, es como si el momento unipolar nunca hubiera terminado.

El resultado neto de esta tremenda desconexión es la perspectiva de un cambio generacional en la asignación de activos, a medida que los inversores busquen realinear sus carteras con la nueva realidad geopolítica. Pero la cuestión no es sencilla. Por un lado, las oportunidades son mayores que nunca. A diferencia de la Guerra Fría original, tres décadas de globalización significan que los inversores de hoy tienen acceso a mercados grandes y líquidos en todos los lados de las nuevas divisiones estratégicas. Por otro lado, el nuevo desorden mundial está alterando completamente el riesgo de inversión global. Las finanzas públicas están sufriendo una miríada de nuevas tensiones, el comercio y las finanzas afrontan nuevas y drásticas perturbaciones, y los flujos de capital están experimentando fuertes ajustes.

Los ‘intermedios’

Una categoría convincente de destinos de inversión podría denominarse intermedios: aquellos grandes mercados emergentes que combinan mercados financieros en los que se puede invertir con el peso económico y geopolítico suficiente para evitar alinearse por completo con EE UU o China. Sin duda, los inversores no estarán de acuerdo sobre qué jurisdicciones cumplen exactamente estos dos criterios. Pero, como mínimo, Brasil, Turquía, Sudáfrica, los países del Consejo de Cooperación del Golfo, India e Indonesia cumplen los requisitos. Ese grupo por sí solo hace que los intermedios sean demasiado grandes para ignorarlos. En conjunto, representan más de un cuarto de la población mundial en edad de trabajar; casi un quinto del PIB medido en paridad de poder adquisitivo; algo menos de un sexto del personal militar activo; y alrededor de un décimo del comercio, así como del gasto en defensa.

La tesis de que la neutralidad estratégica puede generar ventajas económicas tangibles, además, tiene precedentes históricos que la respaldan. En 1961, los líderes de 25 países en desarrollo fundaron el Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) con la intención expresa de preservar la autonomía en las relaciones comerciales, tecnológicas y financieras con las dos superpotencias de la Guerra Fría. Durante las dos décadas siguientes, esa estrategia dio sus frutos. El crecimiento de la renta per cápita en los países del MNOAL superó notablemente la media mundial. Los principales miembros que maximizaron la oportunidad de pedir préstamos y comerciar tanto con Oriente como con Occidente obtuvieron recompensas aún mayores. Egipto, Yugoslavia e Indonesia hicieron crecer sus economías a tasas anuales medias del 6,0%, 5,7% y 5,4% al año, respectivamente, durante 20 años seguidos.

En la era actual de comercio global y mercados de capital mucho más integrados, los beneficios de estar en buenos términos con las dos superpotencias son, sin duda, aún mayores. Para hacerse una idea de las ventajas, no hay más que fijarse en centros financieros como Dubái y Singapur –las ciudades en auge que atraen a banqueros internacionales de Londres y Nueva York– o en antiguos lugares apartados como Kazajistán, que se han convertido en centros dinámicos del comercio este-oeste. Actuar como intermediario en una economía global 10 veces mayor que en los días del MNOAL original es al menos 10 veces más valioso. Olvidémonos del arbitraje regulatorio y fiscal que ha sido la clave para optimizar las estructuras de capital corporativo y las cadenas de suministro durante las últimas tres décadas. Es el arbitraje geopolítico el que desbloqueará la resiliencia y la rentabilidad en la nueva Guerra Fría, y son los países intermedios los que ofrecen los lugares obvios a los que acudir para ese servicio.

Sin embargo, aunque el no alineamiento vino muy bien a los MNOAL en los 60 y 70, el rendimiento de sus miembros en los 80 fue menos impresionante. Entre 1981 y 1991, el crecimiento de la renta per cápita del grupo comenzó a quedar rezagado con respecto a sus competidores de los bloques occidental y oriental. En Yugoslavia, que había disfrutado del acceso más liberal al comercio y las finanzas de ambos bandos, los ingresos per cápita se redujeron. Resultó que la independencia que se obtiene al ser indispensable para ambos bandos en un mundo polarizado puede convertirse fácilmente en indisciplina política.

Esto es una advertencia para los inversores atraídos por los países en una posición intermedia. Entre 2000 y 2014, Arabia Saudí registró un superávit presupuestario medio de casi el 8% del PIB. Durante la última década, proyectos de inversión extravagantes como el proyecto de desarrollo NEOM, de 500.000 millones de dólares, han convertido eso en un déficit medio anual del 6% del PIB. El mes pasado, Ekrem Imamoglu, principal rival del presidente turco, Tayyip Erdogan,, fue detenido por cargos de corrupción, lo que provocó una caída libre de los mercados del país. La desintegración del orden unipolar puede significar que también se evaporen valiosas restricciones externas sobre la gobernanza y las finanzas públicas de los países intermedios.

Pero la mayor amenaza para la apuesta de estos países por una parte de la próxima reconfiguración de los flujos de capital proviene de una dirección completamente diferente. La diferencia más marcada entre la Guerra Fría original y el último enfrentamiento entre superpotencias es el repudio repentino de EE UU a sus aliados de toda la vida en Europa, Norteamérica y Asia. Eso plantea una posibilidad obvia. Quizá los verdaderos indecisos estén ahora más cerca de casa de lo que creen los inversores de los mercados desarrollados. Los destinos de inversión que ofrecen la mayor oportunidad de arbitraje geopolítico a los refugiados de los desfasados mercados unipolares de EE UU no son otros que Europa, Canadá y Japón.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías


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