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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La liberación de Trump significa complicaciones sin fin

La devoción de la Casa Blanca por los aranceles significa que la incertidumbre comercial ha llegado para quedarse

Estación de servicio de combustible cerrada en Maracaibo (Venezuela).

Donald Trump lo llama el Día de la Liberación. El presidente de EE UU afirma que los posibles aranceles sobre billones de dólares de importaciones estadounidenses, que se dispone a revelar hoy, marcarán el momento en el que sus socios comerciales dejen de aprovecharse de su país. De hecho, la decisión podría dar lugar a una serie de represalias y negociaciones que se prolongarán durante años. La devoción de Trump por utilizar los aranceles para atacar una amplia gama de males y enemigos de EE UU significa que la incertidumbre comercial ha llegado para quedarse.

Los aranceles, diseñados para contrarrestar los supuestos desequilibrios comerciales con otros países, forman parte de un aluvión de medidas que Trump ha puesto en marcha desde que asumió el cargo. Su Administración también está estudiando restricciones al comercio de productos, desde farmacéuticos hasta semiconductores, similares al impuesto del 25% sobre las importaciones de automóviles y piezas anunciado la semana pasada. Mientras, una reciente amenaza de castigar a los países que compran petróleo venezolano muestra que Trump considera los aranceles comerciales como un arma polivalente que puede apuntar a casi cualquier objetivo.

Empecemos por los aranceles recíprocos. La idea de que Estados Unidos iguale los tipos más altos que otros países cobran a sus exportaciones parece sencilla. En realidad, es complicada. El arancelario de EE UU tiene alrededor de 12.500 entradas separadas y se aplica al comercio con casi 200 países. Eso significa millones de relaciones bilaterales, cada una de las cuales, en teoría, requiere un arancel recíproco a medida. Aparte de la complejidad, este enfoque probablemente no tendría mucho impacto. Los economistas de UBS calculan que si EE UU aumentara los gravámenes al mismo nivel que los cobrados por otros países, su arancel medio ponderado por el comercio crecería solo 1,65 puntos porcentuales: en 2023, la cifra global era del 2,2%, según la Organización Mundial del Comercio.

Pero la Casa Blanca está molesta por más cosas que unos aranceles injustos. Ha señalado que hay una larga lista de factores que, afirma, impiden el flujo de productos estadounidenses a otros países, desde los subsidios gubernamentales hasta las medidas sanitarias e incluso los impuestos sobre el valor añadido. Al tenerlos en cuenta en los cargos recíprocos, la Administración puede justificar casi cualquier gravamen.

Pero aún no está claro cómo funcionará todo esto. Una opción es golpear a cada país con un cargo general sobre todo el comercio saliente con EE UU. La semana pasada, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, dijo a Fox Business que la Administración se centraba en los “15 sucios”, los peores infractores, una lista que probablemente incluye a Canadá, China, la UE, India, Japón y México, a juzgar por una presentación de febrero del representante de Comercio de EE UU.

Sin embargo, la política sigue en constante cambio. El Wall Street Journal ha informado de que Trump ha reavivado hace poco la idea de imponer un arancel general del 20% a todos los más de 3 billones de dólares en bienes que Estados Unidos importa cada año. Esto llevaría los derechos de importación generales a su máximo nivel durante la Gran Depresión de los 30. El asesor de la Casa Blanca Peter Navarro afirmó el domingo que los aranceles recaudarían 6 billones a lo largo de una década, una cifra que coincide aproximadamente con un recargo del 20%. Pero este cálculo no tiene en cuenta la probable caída de la demanda de importaciones resultante de la política.

Sea cual sea el camino que elija Trump, el anuncio de hoy probablemente marcará el comienzo de un largo período de regateo global. Las autoridades de la Administración esperan que otros Gobiernos negocien recargos más bajos: India ha ofrecido reducir los aranceles sobre productos de EE UU, como las almendras y los arándanos, en un intento de evitar el gravamen recíproco, según dos fuentes gubernamentales. Si esas propuestas fracasan, los grandes socios comerciales podrían tomar represalias. La UE podría apuntar a grandes tecnológicas como Alphabet, o entidades financieras como PayPal. China también tiene un largo menú de posibles represalias, desde presionar a Tesla hasta devaluar el yuan.

Hacer tratos es complicado, en parte porque los objetivos de la guerra comercial de Trump no están claros. El presidente y su Gabinete han identificado en varias ocasiones los aranceles como una forma de reducir los déficits comerciales, crear puestos de trabajo en el sector manufacturero de EE UU, aumentar los ingresos fiscales, reforzar la seguridad económica y frenar el flujo de fentanilo hacia el país. Estos objetivos son a menudo contradictorios. Si los fabricantes de automóviles mundiales responden al arancel del 25% de Trump trasladando la producción a EE.UU, como dice querer el presidente, las importaciones de automóviles caerán, lo que hará aún menos probable que los gravámenes aumenten los 100.000 millones de ingresos anuales que su Administración afirma que aportará la política.

Tampoco hay pruebas de que los países con aranceles altos estén logrando mantener alejados a los exportadores estadounidenses. Los economistas de Morgan Stanley señalan que los países con los aranceles más altos en relación con EE UU son Brasil y Argentina. El año pasado, aquel tuvo un superávit en el comercio de bienes con ambos países.

Al tiempo, la Administración Trump parece decidida a complicar la aplicación de los aranceles. Al anunciar la semana pasada los gravámenes a las importaciones de automóviles, la Casa Blanca especificó que las piezas fabricadas en EE UU estarían exentas del impuesto del 25% sobre los vehículos completos que entren en el país. Dado el deseo de Trump de recompensar a los fabricantes nacionales, ese enfoque tiene sentido. Pero complica los cálculos que deben hacer los importadores y abre la posibilidad de que la Administración cobre en el futuro gravámenes adicionales sobre componentes fabricados en otros países, como China.

Trump también está experimentando con otras tácticas. La amenaza a Venezuela introdujo la idea de un arancel del 25% sobre las importaciones estadounidenses procedentes de cualquier país que compre petróleo a Caracas. Este “arancel secundario” es similar en diseño a las sanciones financieras que ha usado EE UU con gran efecto contra Irán y Rusia, entre otros. Estas “sanciones secundarias” se aplican no solo al objetivo, sino a cualquier entidad que trate con él, convirtiendo así a las instituciones financieras extranjeras en los ejecutores involuntarios de las sanciones de EE UU.

Adoptar un enfoque similar al comercio podría permitir a Trump aplicar presión económica a países con pocas exportaciones a EE UU. El domingo, el presidente amenazó con imponer aranceles secundarios del 25%-50% a los compradores de petróleo ruso si Vladimir Putin bloquea sus esfuerzos para poner fin a la guerra en Ucrania. No está nada claro que Trump cumpla tal amenaza, lo que trastocaría el comercio con países como India. El riesgo de tales medidas también animará a otros países a abrir nuevos corredores comerciales y reducir su exposición a EE UU.

Pero es un recordatorio de que la afición del presidente por los aranceles durará mucho más allá de la gran revelación de hoy. La liberación prometida por Trump significa complicaciones sin fin, tanto para Estados Unidos como para sus socios comerciales.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías


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