Adecuar la defensa europea a las actuales amenazas
Indigna que PSOE y PP no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en asuntos importantes, en los que, además, piensan igual

Defender lo obvio es siempre cansino. Pero si debe hacerse -como vimos la pasada semana-, en una sesión parlamentaria del Congreso o en el seno del Gobierno respecto a la imprescindible actualización de la política de seguridad europea en un contexto internacional que ha cambiado de forma radical, es todavía más preocupante, porque define la verdadera capacidad de los grupos políticos para participar, o no, en algo tan importante como la gobernanza de España. Si hay algo serio y que, como estamos viendo en Ucrania o en Gaza, no se resuelve con bonitas palabras, ni con enconos personales, es garantizar la seguridad de los ciudadanos, también en la dimensión militar.
Las democracias no quieren la guerra. De hecho, son un sistema político definido por resolver los conflictos mediante la negociación, y el acuerdo permanente. Basta mirar la experiencia de la Unión Europea, que ha marcado el periodo más largo en la historia de paz entre países del continente. Pero vivimos en un mundo en el que más del 90% de la población vive en países que no son democracias plenas. Y, en algunos que sí lo eran, como USA, están gobernados hoy por una derecha que se define como neoreaccionaria y antidemocrática, que prefiere aliarse con Putin y abandonar a los europeos a su suerte, centrados como están en reconvertir EE UU en una especie de autocracia plebiscitaria que adormece la separación de poderes y sanciona a quienes se oponen al líder mesiánico.
Europa tiene que prepararse mejor para hacer frente a las amenazas globales, como pandemias, cambio climático, ciberataques, desinformación, terrorismo, ataques híbridos o delincuencia organizada, sin olvidar las tradicionales: norte de África, Oriente Próximo, Ártico… Y debe incluir dos datos nuevos: el expansionismo ruso y el anunciado fin del escudo protector militar americano. Además, hemos pasado de un orden mundial basado en la cooperación, reglas e instituciones a otro en el que predomina la rivalidad, la fuerza y la ausencia de normas pactadas. Así, China ha pasado a ser un rival estratégico, o USA desata una guerra comercial contra Europa. Y asegurarse la autonomía en el acceso a energía, materias primas esenciales, así como a la tecnología crítica, forma parte del nuevo concepto de seguridad europea.
Europa está sola, ante un número creciente de amenazas, en muchos casos interrelacionadas. La gran decisión es, pues, si queremos decidir nosotros nuestro futuro o bajamos los brazos para que otros decidan qué hacer con nosotros. Estamos ante un giro histórico, en el que aquello que decidamos ahora determinará nuestro futuro.
Todo programa de seguridad requiere dos capacidades: protegernos y disuadir. Y una decisión política clave: no abordarlo a nivel nacional, sino hacerlo a escala europea, mediante programas conjuntos que incrementen la eficacia y el impacto de ambas caras de la misma moneda permitiendo, además, establecer cooperación con países aliados que están fuera de la UE (Reino Unido, Canadá, Noruega…). Sin esto, faltaría la masa crítica suficiente para asentar una seguridad eficaz al nivel de las amenazas. De todo esto se reflexiona en el Informe Niinistö (Safer Together, Más seguros juntos), del que ha salido los recientes Libro Blanco de la Defensa Europea y el Plan ReArm Europe, que pretende impulsar los planes conjuntos de seguridad.
Es duro para quienes defendemos la idea europea, como ejemplo exitoso de proyecto de paz y bienestar en el continente, tener que adoptar decisiones contundentes, como estas, en el ámbito de la seguridad. Pero no hacerlo sería una irresponsabilidad, cuando no una traición (tenemos fuerzas políticas en nuestros Parlamentos aliadas de quienes, desde fuera, quieren dividirnos y debilitarnos) a los valores europeos de democracia y derechos humanos universales, que están siendo objeto de claras amenazas y cuya defensa no puede abordarse ni con discursos buenistas, ni a escala nacional.
Queda mucho por hacer y no hay demasiado tiempo para actuar, con tres objetivos, en el ámbito militar por sí solo: reducir la dependencia de USA, agregar demanda acabando con la actual fragmentación y fortalecer los ejércitos europeos en todo lo que necesitan. A pesar de las señales recibidas desde hace años, nadie pensaba que llegaría este momento en el que Europa no pudiera contar con USA como aliado en el bando occidental. Tampoco creímos posibles una pandemia, la guerra de Ucrania o la decisión china de controlar nuestra economía generando una dependencia excesiva de productos estratégicos.
Pero aquí estamos. Como dijo la presidenta de la Comisión: “Los riesgos son reales y las responsabilidades serias”. Tenemos que resetear nuestras ideas para responder al momento actual, muy alejado del previsto. El proyecto ahora, de quienes defendemos la independencia europea para preservar nuestras democracias, es afianzar su autonomía militar, económica, climática y energética. Esto representa un giro de 180º en muchas de las políticas seguidas hasta ahora y, sobre todo, una acción drástica, ya que hablamos de proyectos disruptivos (como lo fue el euro), cuyo éxito requiere tiempo para desplegarse. Y, en paralelo, avanzar con la misma rapidez en las recomendaciones de los otros dos informes: el de Draghi y el de Letta.
Aterrizar este cambio histórico en el terreno nacional es, hoy, la primera responsabilidad de los representantes democráticos. Si Ucrania, Trump y la nueva Europa no conducen a un gran pacto de Estado entre quienes defienden lo mismo en Bruselas, será que nuestros políticos no están a la altura del desafío vital que afrontamos. Hablamos de asuntos demasiado importantes para dejarlos en manos de una torpe partitocracia, incapaz de subordinar, ni en un tema como este, sus intereses partidistas a los generales del país.
Como demócrata, me avergüenza el blanqueo que Feijóo hace de los quintacolumnistas de Putin y Trump. Como socialista, me abochorna la escasa talla política de los aliados (más o menos) de Sánchez. Como español, me indigna que los dos grandes partidos, que representan más del 75% del Congreso, no sean capaces de ponerse de acuerdo ni en asuntos importantes, en los que, además, piensan igual. Porque la historia no nos perdonará si no actuamos, juntos, ya.
Jordi Sevilla es economista