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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El futuro de la ayuda al desarrollo está a la vista de todos, y es la UE

El modelo más exitoso de combinar idealismo con utilidad estratégica es el del Viejo Continente

Bandera de Usaid en un edificio de la agencia estadounidense en Washington.

La nueva Administración de Donald Trump ha sumido la ayuda internacional al desarrollo en una crisis existencial. A las pocas horas de asumir el cargo en enero, el presidente emitió un decreto que ordenaba una pausa de 90 días en la mayor parte de la ayuda a los países más pobres. Hace dos semanas, el Departamento de Estado confirmó que recortaría más del 90% de los programas de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid).

Esta revisión radical también está trastocando la ayuda al desarrollo de otros países. El primer ministro británico, Keir Starmer, anunció el mes pasado que recortaría el presupuesto de ayuda de su país del 0,5% al 0,3% del PIB para ayudar a satisfacer las demandas de Estados Unidos de aumentar el gasto en defensa. El Gobierno anterior ya había reducido la ayuda desde el 0,7% del PIB. La ministra de Desarrollo Internacional dimitió de inmediato. Sin embargo, las tribulaciones del modelo tradicional de ayuda al desarrollo comenzaron mucho antes del último ataque. Cuatro tendencias a largo plazo ya estaban desafiando sus supuestos básicos.

La primera es la globalización de los mercados internacionales de capital en las últimas décadas. En los años 60 y 70, los países en desarrollo que buscaban financiación externa tenían que depender de los Gobiernos o de las instituciones multilaterales. Sin embargo, en la última década, más del 90% de los flujos de capital hacia países de ingresos bajos y medios procedieron de inversores privados.

Ese cambio se debió en gran parte a una segunda tendencia a largo plazo: la transformación económica de los países conocidos colectivamente como el Sur Global. En 1990, las naciones en desarrollo representaban apenas más de un tercio del PIB mundial. Hoy en día, su participación es de alrededor del 60%. Es más, muchos de esos países están exportando capital, incluido el más grande de todos: China.

Una tercera tendencia que desafió el modelo tradicional de ayuda internacional al desarrollo fueron sus objetivos cada vez más expansivos. Hasta finales de la década de 1980, el desarrollo significaba esencialmente crecimiento económico. En 1990, las Naciones Unidas introdujeron el Índice de Desarrollo Humano, que también hacía hincapié en la salud y la educación. El clima y la igualdad de género se añadieron a la mezcla en la década de 2000. Cuando en 2015 los países miembros de la ONU adoptaron por unanimidad la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, esta incluía nada menos que 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible medidos por 169 metas separadas.

Unas nociones más amplias de lo que es el desarrollo conducen a un menor consenso sobre cómo promoverlo: esa es la cuarta tendencia a largo plazo. En los años 60 y 70, los economistas del desarrollo consideraban que el problema consistía en subsanar las carencias en el ahorro interno o en la oferta de divisas. En las dos décadas siguientes, la atención se centró en condicionar la ayuda a reformas políticas de liberalización del mercado. Con el nuevo milenio, la confianza en ese modelo de asistencia también comenzó a desmoronarse. El hecho de que China, y de hecho gran parte de Asia Oriental, hubiera evitado el llamado Consenso de Washington de libre comercio y liberalización financiera era simplemente demasiado grande como para ignorarlo.

Estas cuatro tendencias a largo plazo fueron impulsadas por los cambios geopolíticos. El modelo inicial de flujos de capital oficial, que tenía como único objetivo impulsar el crecimiento, se basaba en la rivalidad geoestratégica de la Guerra Fría. El concepto de ayuda para desbloquear la financiación privada en pos de amplios objetivos sociales y medioambientales, por su parte, se basaba en el orden internacional basado en normas que floreció después de 1989.

Placas tectónicas en movimiento

El regreso de Trump a la Casa Blanca significa que las placas tectónicas geopolíticas vuelven a moverse. El reto para aquellos que creen en el principio ético básico de ayudar a los países más pobres es encontrar un modelo de ayuda al desarrollo que también sirva a los intereses estratégicos de los donantes en un mundo más disputado y multipolar.

Un candidato es el modelo adoptado por China durante la última década. Desde 2013, la República Popular ha proporcionado al menos 1,3 billones de dólares en financiación para el desarrollo en el marco de su Iniciativa de la Franja y la Ruta (Nueva Ruta de la Seda), convirtiéndose con diferencia en el mayor donante bilateral del mundo. El enfoque en prestatarios afines a los objetivos geoestratégicos más amplios de China respalda las credenciales realistas de esta política.

Sin embargo, su éxito económico es cuestionable. La organización de investigación Aiddata.org estima que el 80% de los préstamos de la República Popular están ahora apoyando a prestatarios en dificultades financieras. Concluye que la ola de préstamos ha llevado a Pekín a “un papel desconocido e indeseable: el de mayor cobrador de deudas oficial del mundo”. Ese no es precisamente un modelo que la mayoría de los donantes desearían imitar, aunque pudieran.

Otra posibilidad es que Estados Unidos reasigne su presupuesto de ayuda al Departamento de Estado en lugar de suprimirlo por completo. Sin embargo, no está claro cómo podría la ayuda internacional al desarrollo servir coherentemente a una política exterior estadounidense explícitamente aislacionista: las tensiones intrínsecas serían demasiado grandes.

El modelo más exitoso de cómo combinar el idealismo con la utilidad estratégica en la ayuda al desarrollo está a la vista de todos. Es el proceso de adhesión a la UE, que, en una sola generación, ha permitido a 11 países económicamente subdesarrollados y debilitados institucionalmente en Europa del Este unirse a las filas de las naciones más prósperas del mundo.

Es tentador pensar que las circunstancias de la UE son tan específicas que no hay nada que puedan aprender otros donantes. Sin embargo, las sumas financieras involucradas no fueron especialmente grandes. El verdadero ingrediente secreto fue la asociación política explícita, la coherencia de la ayuda y el comercio, y la consiguiente apertura extrema de los países receptores a las entradas de capital privado. Estos elementos centrales de la receta son transferibles. Y lo que es mejor, realmente funcionan.

En 1993, los actuales miembros orientales de la UE tenían un PIB per cápita medio que apenas alcanzaba un décimo del de la vieja guardia occidental. Todos estaban clasificados como países en desarrollo. Tres décadas después, Polonia es más rica que Portugal, los eslovenos están mejor que los españoles y todos los países son miembros del club de naciones de élite de altos ingresos. Tan notable como el impacto económico de la ampliación de la UE ha sido su éxito geoestratégico. Dos bloques que estuvieron en lados opuestos de un enfrentamiento nuclear durante 45 años, y que lucharon en guerras durante siglos antes de eso, ahora están tan estrechamente aliados como ninguno en la tierra.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías


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