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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La política climática requiere un enfoque más realista

La búsqueda de emisiones netas cero de carbono ha sido un fracaso rotundo, y siguen creciendo de forma inexorable

Vista de satélite de la Tierra.

La búsqueda de emisiones netas cero de carbono ha sido un fracaso rotundo. Pese a los billones de dólares gastados en energías renovables, los hidrocarburos siguen representando más del 80% de la energía primaria mundial y una proporción similar de los recientes aumentos del consumo de energía, según The Energy Institute. La producción de carbón, petróleo y gas natural está en máximos históricos. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando inexorablemente. Los mercados financieros ya estaban perdiendo confianza en la transición energética antes de que Donald Trump regresara a la Casa Blanca. Se necesita urgentemente un enfoque más realista de la política climática.

La energía solar y la eólica han crecido hasta representar apenas el 3,5% de la producción de energía primaria. El coste nivelado de la energía renovable, que mide el valor actual neto de la electricidad producida a lo largo de la vida útil de una planta, ha caído drásticamente a lo largo de los años. Pero esto no se ha traducido en una reducción de los precios de la electricidad. De hecho, a medida que ha aumentado la proporción de la combinación energética aportada por las renovables, han tendido a aumentar. Esto se debe a que la eólica y la solar son intermitentes. Dado que el almacenamiento en baterías no es rentable, las fuentes tradicionales siguen siendo necesarias como respaldo, lo cual es caro.

Alemania y Reino Unido, que obtienen una parte relativamente grande de su electricidad de fuentes renovables, también sufren los costes de electricidad más altos del mundo. Esto se debe en parte a la guerra de Ucrania, que puso de manifiesto los riesgos inherentes a la dependencia histórica de Europa del gas ruso y a las prohibiciones nacionales de la fracturación hidráulica (fracking). Los elevados costes energéticos han paralizado la fabricación nacional. La producción industrial alemana ha bajado un 15% desde su punto máximo, según Andy Lees, de MacroStrategy Partnership. La química germana BASF anunció en 2024 que iba a reducir su producción nacional. La última acería de altos hornos que quedaba en Gran Bretaña, en Port Talbot, cerró en octubre. “La UE y Reino Unido lanzan la advertencia más severa contra los intentos de forzar la reducción de emisiones sin tener en cuenta las realidades físicas que distinguen a los hidrocarburos de las renovables modernas, como la eólica y la solar”, escribió el año pasado Chris Wright, entonces CEO de Liberty Energy, que es ahora el secretario de Energía de EE UU.

Sin consuelo

Al menos, los países europeos que persiguen objetivos de cero emisiones netas pueden consolarse sabiendo que están poniendo su granito de arena para reducir el calentamiento global, cuyos efectos ya se están manifestando en olas de calor, tormentas e inundaciones más intensas. Eso es una ilusión, afirma el economista de energía Dieter Helm. Los objetivos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero se miden en función de la producción territorial. Esto incentiva a los países a pasar de la fabricación nacional a la importación de bienes que consumen mucha energía, a menudo de países como China y la India, cuyas fábricas funcionan en gran medida con electricidad generada por carbón. Así pues, la reducción de las emisiones de un país concreto puede conducir a un aumento de las emisiones mundiales.

Hay otro problema. Abordar el cambio climático es un problema de acción colectiva, como observó hace poco el gestor de hedge funds Paul Marshall. Los beneficios de la reducción de las emisiones son compartidos por todo el mundo, pero los costes los soportan los países individuales. Los acuerdos globales, como el de París de 2015, fueron un intento de resolver este rompecabezas. Pero permitieron que países como China siguieran emitiendo más carbono, incluso mientras aumentaba simultáneamente la energía renovable.

La República Popular consume más de la mitad del suministro anual de carbón del mundo, y el año pasado inició la construcción de centrales eléctricas de carbón con una producción equivalente al doble de la capacidad de generación total de Gran Bretaña. India, que al igual que China obtiene la mayor parte de la energía primaria del carbón, también está poniendo en marcha muchas nuevas centrales de este material. Mientras, Trump ha firmado un decreto para retirar a EE UU, el segundo mayor productor mundial de gases de efecto invernadero, del Acuerdo de París por segunda vez. El presidente quiere aumentar la producción nacional de petróleo y gas. Su Administración espera que una energía más barata, que incluye algunas formas de renovable, fomente un renacimiento de la industria manufacturera del país. También planea aumentar las exportaciones de gas natural, gran parte del cual terminará en Europa.

El experto Vaclav Smil ha comparado los costes de la transición prevista con los de una nación que lucha en una guerra total durante décadas. La era de los tipos cero creó la sensación de que la oferta de capital era infinita y su coste insignificante. El alza de los tipos disipó esa ilusión. La economía de la eólica y la solar, con sus elevados costes de inversión inicial y sus gastos de funcionamiento relativamente bajos, se ha visto trastocada. Wood Mackenzie calcula que cada aumento de dos puntos porcentuales en el tipo libre de riesgo eleva el coste nivelado de la electricidad renovable en torno a un 20%.

Los mercados han captado el mensaje. El S&P Global Clean Energy Transition ha caído en torno a un 65% desde su máximo a principios de 2021. En ese mismo período, el S&P World Energy, compuesto por productores de petróleo y gas, casi se ha duplicado. Orsted, el mayor operador de parques eólicos del mundo, ha recortado hace poco sus planes de inversión de capital y ha rebajado sus objetivos de suministro de renovable.

No hace mucho, los inversores temían que las energéticas tradicionales se quedaran con “activos bloqueados”, es decir, yacimientos de petróleo y gas abandonados a medida que se agotaba la demanda de combustibles fósiles. Pero, a principios de febrero, Shell anunció una minusvalía de casi 1000 millones de dólares por su inversión en un proyecto eólico frente a la costa de Nueva Jersey. BP está eliminando los objetivos de aumentar la generación de renovable y recortar la producción de petróleo y gas. Como escribe Lees, “en todo el sector, las grandes petroleras que cambiaron sus carteras a energía verde se están dando cuenta de su error y buscan restablecer su negocio de combustibles fósiles”.

A medida que las energéticas cambien de rumbo, es poco probable que los inversores institucionales y los bancos se interpongan en su camino. A principios de año, Black­Rock anunció que se retiraba de la iniciativa Net Zero Asset Managers, convocada por la ONU, que antes de la salida del gigante contaba con miembros que supervisaban unos 57 billones de dólares en activos. Los bancos más grandes de EE UU, incluidos JP Morgan y Citigroup, se han retirado de la Net-Zero Banking Alliance.

Las transiciones energéticas, como ha señalado Smil en repetidas ocasiones, llevan mucho tiempo. Ha habido cambios anteriores exitosos: de la madera al carbón, del carbón al petróleo y del petróleo al gas natural. Cada uno se logró gracias a las fuerzas del mercado y no a la orden del Gobierno. El mundo sigue necesitando urgentemente una alternativa a los combustibles fósiles. El fracaso de la neutralidad en carbono muestra que lo mejor que pueden hacer los Ejecutivos es fomentar la búsqueda de nuevas fuentes de energía viables. El ingenio humano fue el responsable de desarrollar los combustibles fósiles, que aportaron mejoras en la prosperidad material a la vez que ponían en peligro el planeta. Depende del ingenio humano resolver el problema.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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