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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A los estadounidenses les gusta demasiado viajar a Europa

El déficit turístico de EE UU muestra la fortaleza de su economía, pero es una vulnerabilidad a largo plazo

turismo europa
Turistas sentados en la terraza de un bar ante el paso de la manifestación organizada por entidades ecologistas, vecinales y sociales, el 6 de julio en Barcelona, para reclamar "poner límites" al turismo en la ciudad.Toni Albir (EFE)

Tire una piedra en Manhattan y lo más probable es que golpee a un neoyorquino preparándose para unas vacaciones europeas. Más estadounidenses, sobre todo los más ricos, hacen las maletas y viajan a Europa, ya sea para una estancia en Italia o un viaje a Irlanda en busca de antepasados, que a la inversa. El fenómeno ha creado la mayor brecha comercial relacionada con el turismo en más de dos décadas. Muestra la fortaleza actual de la economía de Estados Unidos, y también una vulnerabilidad a largo plazo.

Para los economistas, cuando los ciudadanos de EE UU van al extranjero y gastan dinero, cuenta como una importación. Cuando un visitante de Texas paga por una habitación en el Ritz de París y una comida en La Coupole, se trata conceptualmente, a efectos del cálculo de los flujos comerciales, como si se hubiera traído esos lujos a casa. Por el contrario, un grupo de británicos que asiste a un espectáculo en Broadway o visita la plataforma de observación del Empire State cuenta como exportación en el lado estadounidense de la contabilidad.

Durante décadas, la balanza comercial de viajes entre EE UU y Europa no ha oscilado mucho en ninguna de las dos direcciones. En 1999, EE UU tuvo un superávit de 1.400 millones de dólares, lo que significa que los europeos desembolsaron más al visitar el país que a la inversa. El año pasado, sin embargo, arrojó un déficit de 27.300 millones, el mayor registrado en el siglo y un 66% más que el de 2022, según la Oficina de Análisis Económico de EE UU. Esto encaja con otras marcas máximas: la Administración de Seguridad en el Transporte controló a más de 3 millones de personas en los aeropuertos de EE UU el 7 de julio, la mayor cifra en un solo día desde su fundación en 2001.

Las vacaciones no son solo una decisión económica, sino también emocional, y los estadounidenses salieron de la pandemia con muchas ganas de viajar. Pero los vientos de cola monetarios son innegables. La fortaleza del dólar y los precios obstinadamente altos de algunos bienes y servicios en EE UU son un canto de sirena para aprovechar un arbitraje de precios percibido.

Uno de los ejemplos más emblemáticos es el de la cantante Taylor Swift, cuya reciente gira Eras supuso para el asistente medio a un concierto en EE UU unos 2.200 dólares por entrada, según los precios medios de reventa rastreados por el proveedor de datos y vendedor de entradas TicketIQ. En Estocolmo, capital sueca, por ejemplo, el precio de las localidades baratas rondaba los 300 dólares. Si a esto añadimos el menor coste de hoteles y cenas, la operación tiene sentido desde el punto de vista financiero. Bank of America observó un aumento interanual de más de un quinto en el gasto en puntos de venta internacionales en París entre el 9 y el 13 de mayo, coincidiendo con el estreno de Swift. Incluso antes de eso hubo otras señales notables: según Bank of America, en abril, Europa representó el 32% del gasto internacional con tarjeta, cuota récord.

El dólar es solo una parte de la historia. Es cierto que su subida frente al euro hasta el nivel más alto en 20 años en 2022 dio a los estadounidenses una razón para subirse a los aviones. Pero el billete verde ha estado fuerte en otros periodos que no se correspondieron con un repunte de los viajes. Lo que es diferente es que la economía de EE UU está además sólida, y a los hogares más ricos les resulta más fácil soportar el crecimiento de los precios al consumo, que sigue estando por encima del objetivo. No solo hay más turistas de EE UU que se dirigen a Europa que a la inversa: el año pasado, la diferencia fue de 7 millones, el mayor desajuste desde 2012, según la Oficina Nacional de Viajes y Turismo de EE UU (NTTO). También tienen más dinero: el año pasado, el hogar medio viajero tenía unos ingresos combinados de 154.000 dólares, según la NTTO, frente a los 139.000 dólares de 2019.

¿Cómo se siente Europa al respecto? Es complicado. Si bien la avalancha de visitantes a Roma y demás está ayudando a impulsar las economías locales, también está haciendo subir los precios. La tarifa media diaria de una habitación de hotel en Italia, por ejemplo, aumentó un 42% de 2019 a mayo, hasta 210 dólares, según el proveedor de datos inmobiliarios CoStar. Los dueños que optan por alquilar sus propiedades a través de Airbnb también están distorsionando los mercados de la vivienda en las mecas turísticas. Durante el primer trimestre, los alquileres a largo plazo en Madrid cayeron un 15% interanual, mientras que los de corto plazo aumentaron más de la mitad, según Idealista. En Barcelona, los manifestantes rociaron a los visitantes con pistolas de agua al grito de “tourists go home” (“turistas, marchaos a casa”). El grupo que organizó la protesta, la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, quiere poner un tope a los alojamientos de corta estancia, subir los impuestos y reducir el número de terminales de cruceros.

Conseguir que más europeos vayan a visitar parques temáticos como Disney World y similares también será más difícil, porque incluso si las condiciones económicas se ajustan, hay otros factores que probablemente pesen sobre los potenciales turistas entrantes en EE UU. Según una encuesta hecha por Euromonitor International en nombre de la patronal US Travel Association, Estados Unidos ocupa el puesto 17 de 18 de los principales mercados turísticos en cuanto a competitividad global en categorías como el compromiso del gobierno, la seguridad, la facilidad para viajar con visado y la tasa de recuperación tras la pandemia. Reino Unido ocupa el primer puesto.

Los flojos resultados de EE UU, en relación con su nivel en otros aspectos, reflejan la falta de una estrategia nacional centralizada, y la burocracia. El país permite la entrada sin visado a visitantes de 42 naciones, frente a, por ejemplo, Reino Unido, que lo hace a 102 países. Los temores en materia de seguridad también forman parte del problema: el Tío Sam ocupa el decimotercer lugar en la encuesta de la patronal de los viajes en cuanto a seguridad, por detrás de España, Francia, Alemania, Reino Unido y Grecia. El reciente intento de asesinato de Donald Trump, con un rifle semiautomático que en muchos países europeos sería bastante más difícil de conseguir para un individuo, no ayuda.

Habrá oportunidades para atraer a los europeos a EE UU. Varias ciudades acogerán el Mundial de fútbol en 2026, y la final se celebrará en Nueva Jersey. Pero los factores financieros y culturales del déficit turístico bilateral tardarán en erosionarse, y puede que se sigan reforzando. A largo plazo, eso podría tener un ominoso simbolismo. Exportar turistas es una insignia de honor para una economía fuerte y rica. Pero la incapacidad persistente de atraer visitantes a cambio podría ser una señal de que la superpotencia mundial dominante está perdiendo su atractivo.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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