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A fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La hora del poscrecimiento: no es vuestro PIB, es nuestro planeta

La economía convencional parece dar por bueno su divorcio con la naturaleza

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Parque regional de la sierra de Gredos (Ávila).Alf (GETTY IMAGES)

Se parte de una premisa tan básica como irrevocable y determinante: tanto los recursos del planeta como el propio planeta son finitos, mientras que el crecimiento económico, aunque ralentizado en los últimos años, parece no tener fin.

La pandemia de 2020 significó para el mundo un parteaguas y marcó en la historia contemporánea reciente un antes y un después. A partir de ese año, los crecimientos económicos bajos –consideremos por debajo de 5 %–, se generalizan en el mundo, la guerra comercial con China se exacerba, Rusia se presenta económicamente como una gigantesca incógnita, India podría convertirse en la tercera mayor potencia económica del mundo en 2027 y ya es la primera en el plano demográfico, África se presenta como un interrogante de escala continental…

Ambientalmente, la temperatura media de la Tierra sigue ascendiendo, la polución del aire es mayor y a la vez seguimos diezmando los bosques, sobreexplotando los caladeros y acidificando los océanos. Como consecuencia del calentamiento global, los glaciares están retrocediendo; los polos se están fundiendo, al igual que el permafrost en Siberia y Canadá, hecho que está acarreando la liberación de cantidades ingentes de metano y de CO2, al que también están contribuyendo los incontrolables y, cada vez, más frecuentes grandes incendios; más de un millón de especies de animales están en peligro de extinción…

Todos estos hechos, entre otros, sistémicamente ligados, están trayendo, como consecuencia, un cambio en los equilibrios ecológicos, que nos llevará –a no tan largo plazo– a problemas ambientales de dimensiones y consecuencias impredecibles.

Entre tanto, la economía parece más preocupada en determinar el llamado peak oil o pico del petróleo, o momento en el que la tasa de extracción de esta fuente de energía fue máxima –se calcula que fue en torno al 2010– que en cómo evitar el tipping point o punto de inflexión en el que el sistema ecológico y climático se volverá incontrolable e irreversible.

La idea que se defiende en este artículo es que el decrecimiento económico (o la autolimitación de nuestros actuales ritmos de consumo) no tiene por qué significar el fin del progreso social y de la prosperidad, esto es, que hay –o se deben– buscar alternativas para hacer posible el desarrollo social sin crecimiento económico. El precio ambiental que tenemos que pagar por vivir mejor no tiene por qué ser a costa de hipotecar el futuro del planeta y con él la vida de nuestros hijos y nietos.

Y es que el PIB mide el tamaño de la economía de un país, pero, como tantos economistas no-convencionales han señalado, no su prosperidad, porque para medir el PIB cuentan tanto los bienes como los males. Las cuentas nacionales contabilizan en ese omnipresente indicador tanto la producción industrial como el presupuesto destinado a nuestras instituciones penitenciarias, tanto la producción agrícola como las compensaciones de los seguros por inundaciones, tanto la aportación del sector turístico como el coste de extinción de los incendios forestales, tanto el valor de nuestras patentes como el presupuesto dedicado al orden público. Por el contrario, otros temas, como el coste de la desigualdad social, la destrucción ecológica, la pérdida de biodiversidad, la economía invisible del cuidado de niños, ancianos y dependientes, por poner algunos ejemplos social y ambientalmente relevantes, no se contabilizan.

La economía convencional, centrada como está en temas como la producción, el consumo, la riqueza... en suma, el crecimiento económico, parece dar por bueno su divorcio con la naturaleza, muestra una clara despreocupación por el medio ambiente y parece muy poco interesada en temas sociales como la desigualdad, los desequilibrios territoriales, el estancamiento de la esperanza de vida o las consecuencias más negativas del envejecimiento demográfico.

Como apunta Fernando Valladares (La recivilización, 2023), “llevamos décadas instalados en una economía extraterrestre, etérea, incorpórea, que no entronca ni con el territorio, ni con los principales problemas sociales, y vive casi exclusivamente en el universo de los valores monetarios”, pues la riqueza es financiera: se ha calculado que el capital financiero supera varias veces el dinero físico, capital real o tangible.

En la nave Tierra, el capital especulativo parece la única fuerza motriz. Entre tanto, como tantos autores han señalado, los salarios pierden peso progresivamente, mientras –y de forma paralela– las empresas aumentan sus beneficios. A la vez asistimos en el mundo a una concentración de la riqueza como nunca se ha conocido en la historia. Las estadísticas oficiales nos ofrecen –señala Oxfam International– un dato socialmente relevante y significativo: el 1 % más rico acumula casi el doble de riqueza que el resto de la población mundial en los últimos dos años

El mundo parece vivir instalado en la filosofía de lo que en el mundo de las finanzas se llama descuento hiperbólico, que no es otro que la tendencia a elegir una recompensa económica inmediata en lugar de esperar otras recompensas mayores para el futuro: esto es, tomar decisiones como si el futuro no existiera.

Esta forma de pensar y comportarse compromete seriamente el porvenir del planeta: las soluciones económicas pueden buscarse a corto plazo, pero las soluciones a la naturaleza y el medio ambiente solo pueden plantearse y darse para el largo plazo. Aquella (la economía) soporta la filosofía del descuento hiperbólico, pero para estos (el medio ambiente y la explotación sostenible de los recursos) tal filosofía es temeraria en grado sumo.

El futuro ambiental y social del planeta, en suma, depende más de nuestro capital natural que del capital financiero. El decrecimiento o poscrecimiento es mucho más que una etiqueta: se discute en el Parlamento Europeo (hay en la actualidad un ambicioso proyecto titulado justamente A Post Growth Deal), se ha colado hasta en la última reunión de Davos y tiene, tras de él, una robusta base teórica (T. Jackson, N. Georgesco-Roeger, A. Monserand, C. Hamilton, S. Latouche, R. Hopkins…). Nos conviene reflexionar sobre el concepto de decrecimiento o poscrecimiento. Nos jugamos, nada más y nada menos, que el futuro de nuestro planeta, nuestra casa común.

Pedro Reques Velasco es catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria

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