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A Fondo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Solo hay un consejo infalible para la opa de BBVA: “Páguenles más”

Estas operaciones solo deberían interesar a los accionistas de comprador y comprado; lo demás son argumentos ‘ad hoc’

Juan Ignacio Crespo
Despliegue de policía a la entrada del Banco de Jerez, del holding Rumasa, el 24 de febrero de 1983.
Despliegue de policía a la entrada del Banco de Jerez, del holding Rumasa, el 24 de febrero de 1983.EL PAÍS

Lo más instructivo de la opa hostil que ha lanzado BBVA sobre Banco Sabadell es la exhibición de argumentos falaces, normalmente, de parte (como casi todo, por no decir todo) que se muestran de manera algo desfallecida, como si lo que está sucediendo fuera una representación manida en la que ya ni los actores se esfuerzan en hacer creíble su personaje, por no hablar del público asistente a la representación, que observa con cara de aburrimiento.

¡Qué lejos quedan los días de mediados-finales de los años ochenta en que, por no haber, en España no había ni una ley de opas! Entonces los bilbaos y centrales de este mundo desbordaban un marco legislativo muy poco preparado para los tiempos modernos. Eran los tiempos de Mario Conde. Era la España del desarrollismo financiero.

Ese desarrollismo, que inicialmente había sido industrial y al que se apodaba de esa manera peyorativa (desarrollismo) como manera de consolarse al ver que no iba acompañado por la llegada de la democracia, terminó dando sus frutos, pues la democracia no tardaría hacerse presente.

El desarrollismo financiero vendría unos diez años más tarde, preanunciado, como no, por la correspondiente crisis bancaria. Por el camino quedaron Banca Catalana, y los bancos del Grupo Rumasa, responsables estos en buena parte de la decisión del Gobierno de Felipe González de nacionalizar el Grupo.

Era una banca que, en el barullo de la transición, permitió que todos los gatos fueran pardos y que se colaran irregularidades que hoy en día no tendrían un pase. La cosa llegó a tal extremo, que en ambientes bancarios circulaba el chiste de que había préstamos que tenían anotado al margen las siglas P.C. Que nadie piense que era préstamos concedidos al Partido Comunista; al decir de las malas lenguas y de los chistosos, lo que las siglas querían decir era que el préstamo había sido concedido per cullons.

La normativa financiera mejoró de lo lindo con la entrada en vigor de la Ley de Reforma del Mercado de Valores en 1989, que permitió que España fuera vanguardia en el terreno europeo, solo superada por Reino Unido, que, en 1986, lanzó lo que llamó su Big Bang, sucedáneo a la vez del May Day de EE UU en 1975. Se trataba en esencia de liberalizar el sector financiero, por una parte, y de introducir, en sentido contrario, nueva normativa que pusiera freno a los abusos existentes, abusos que hacían las delicias de los llamados barandilleros de la Bolsa. Lo más codiciado era la información privilegiada, que pasó de ser un momio a ser un delito.

Los fondos de inversión empezaron a ser populares a partir de 1987 y, sobre todo, de 1992, con el tratamiento fiscal que rebajó su tributación del 13% al 1%.

La Ley de Reforma del Mercado de Valores permitió, por tanto, que nos asimiláramos, dentro de un orden, a las vanguardias anglosajonas (Londres y Nueva York) y que incluso las desbordáramos parcialmente gracias al mercado continuo, pasando por delante de países como Francia, en un extremo, y Portugal en el otro. A la vez, mientras los inversores españoles ya se desenvolvían entre fondos de renta variable como si tal cosa, los franceses seguían aferrados a los depósitos y a los fondos monetarios, y los alemanes a los fondos de renta fija.

Unos años antes de esa liberalización general llegó el intento bienintencionado de democratizar y profesionalizar las cajas de ahorro. La norma que permitió el cambio instituyó lo que cáusticamente yo denominaba entonces “soviets de ayuntamientos, comunidades autónomas, sindicatos e impositores”. Es decir, asambleas generales donde estaban representados impositores (con sus primarias por sorteo y todo) y estamentos varios, en una mezcla genial de colectivismo soviético y corporatismo fascista.

Esa mezcla aspiraba a que no fueran elegidos por cooptación los gestores de las cajas de ahorro, como se había hecho hasta entonces. ¡Lástima que el modelo, que durante unos años dio buen resultado, terminara cayendo víctima del tercer desarrollismo español, el vivido entre 2002 y 2008 (entendiendo por segundo desarrollismo el que se produjo entre 1985 y 1992), un desarrollismo, que, como el segundo, tuvo su componente principal en una burbuja inmobiliaria! El único consuelo que quedaba era ver cómo los gestores de las cajas no eran peores que los de Lehman Brothers o Washington Mutual.

Lo peor de todo, moralmente hablando, en esa caída de las cajas fue el engaño sufrido por los compradores de las preferentes, lo cual asestó un golpe mortal a la confianza que los impositores habían depositado hasta entonces en los empleados de las sucursales. Ahí cayó herido sin remedio el mito de la banca de proximidad, familiar, acogedora y humana.

Por eso resulta sorprendente que, con la opa sobre Sabadell, hayan emergido argumentos que presentan la de esta como una banca más humana que la que practica BBVA.

Los hechos son los hechos. Las fallidas y dizque democratizadas y humanas cajas de ahorros son el mejor argumento que en España habrá durante años contra la propiedad colectiva (y la pública, con la que muchos la confunden). En fin, que las opas solo deberían interesar a los accionistas de comprador y comprado. Lo demás son argumentos ad hoc, del Gobierno, de la oposición, de las líneas editoriales y de los dos bancos afectados.

Si la opa quiere salir adelante, solo hay un consejo infalible para que BBVA convenza a los accionistas de Sabadell. En palabras de Joe Biden: “Pay them more!” Páguenles más.

Juan Ignacio Crespo es economista y estadístico del Estado

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