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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El desencanto de Alemania: ¿qué va a ser de nosotros?

El coloso ha perdido la confianza, pese a la solidez de su industria y su empleo. La gente está decepcionada con el rumbo del país y la gestión del Gobierno

grupo Volkswagen
Fábrica alemana de VolkswagenVOLKSWAGEN (VOLKSWAGEN)

Es la tercera economía mundial por PIB, con 4,43 billones de dólares en 2023. Líder en empresas medianas exportadoras globales de tecnología, con 1.573 hidden champions (llamadas así por ser firmas relativamente desconocidas), la mitad de las existentes en todo el mundo. Es el tercer país del mundo en exportaciones, tras China y EE UU. Con una balanza comercial a su favor espectacular, que ascendió en la primera mitad de 2023 a 98.700 millones de euros (más del doble que en la primera mitad de 2022), en una economía orientada a la exportación, lo que le lleva a ser una poderosa máquina de creación de empleo. Con dos consorcios entre el centenar con mayor valor del mundo: SAP y Siemens. Y, sin embargo, Alemania está sufriendo una fuerte depresión mental colectiva. ¿Cómo tal coloso ha podido perder la confianza en sí mismo? Y, ¿qué sentido tiene? ¿Podrá cumplir con su papel de locomotora económica global? Tampoco en el foro económico suizo de Davos hubo una respuesta. Las claves están en factores externos, como la pandemia, Ucrania, la inflación y los elevados tipos de interés, que están frenando la exportación made in Germany de su industria. A ello se suma la gestión política del tripartito gubernamental (socialdemócrata, verde y liberal), incapaz de actuar en bloque. Se le critica que no tenga un plan de futuro para defender el modelo de negocio alemán. Así que va de política y de dinero. Pero también del pesimismo germano congénito, que siempre le ha llevado a la reflexión para mejorar.

Protestas. Huelgas. Desencanto y disgusto. Esa es la imagen hacia fuera. La gente no está contenta. No tanto por su situación personal, sino por la del rumbo del país. La economía, parada, crecerá en 2024 solo el 0,3% mientras el mundo saltará casi el 3%. BDI, la patronal de la industria, pide al BCE que baje los tipos, teniendo en cuenta que cae la inflación, y exige al Gobierno que busque una salida a la encrucijada actual. Al mismo tiempo, la patronal reconoce la “complejidad” de los problemas económicos y políticos. Y cita el riesgo que supone el año 2024 para la democracia ante las elecciones en los Estados de Brandemburgo, Sajonia y Turingia, regiones del este con un elevado respaldo al ultraderechista AfD, segundo partido en sondeos en Alemania (22%), tras la Unión de democristianos y socialcristianos (31%). Ante el riesgo de un giro hacia la extrema derecha, BDI ha hecho un llamamiento en enero al voto democrático para proteger la democracia y la libertad. “Apostamos por una sociedad abierta y dispuesta al debate político y al compromiso democrático.” Pero el cambio estructural asusta. Muchos ciudadanos se reposicionan y se escudan bajo el eslogan: “Con ideología no se come”.

Detrás están el miedo a perder bienestar y la inseguridad ante el futuro. No es nada nuevo. El asunto ahora es que ese estado de ánimo pesa cada vez más. La agenda Hightech de la economía alemana exige investigación y desarrollo, automatización, digitalización e inteligencia artificial. Pero mientras los retos inquietan, el Gobierno no transmite seguridad. Entre los grandes países de la UE, Alemania fue el único que menguó el 0,3% en 2023. El elevado precio de la energía machacó a su industria, que tiene un mayor peso en su economía que en otros países europeos. El sector químico cayó un 20%. Y en general cayeron las exportaciones en la segunda mitad del 2023 por el encarecimiento global del crédito.

Es una depresión mental colectiva descomunal, que paraliza, polariza y retiene la inversión. Pero el estado de ánimo es peor que la realidad, asegura el investigador Marcel Fratzscher, del instituto DIW. La economía está estancada y la preocupación por el futuro es legítima porque los retos de la transformación son enormes. Por otro lado, ni Alemania es el paciente europeo ni tiene cinco millones de parados como a principios de este milenio. Todo lo contrario, Alemania registra una cifra récord de empleo. Pero “la gente intuye que estamos ante una transformación gigantesca. También social. Se pregunta “qué va a ser de mí”. Y falta una visión política en la que confiar”.

El miedo ha impactado en el centro de la sociedad. Se teme la pérdida de bienestar, se teme el nuevo reparto social (factor en el que intervienen los millones de refugiados) y se teme carecer de margen de maniobra personal. Fratzscher avisa de que a largo plazo aumentará la desigualdad. El 40% de la población mayor de 20 años no tiene ahorros. La inflación y la escasa subida salarial les hacen mucho daño. “Ese 40% alcanza el centro de la sociedad. No es un grupo pequeño el que debe apretarse todavía más el cinturón.” Los debates políticos que enfrentan y dividen tampoco ayudan. Y menos en el Este de Alemania, donde el escepticismo cala profundamente, porque tras 30 años de cambio se le pide ahora más.

Los socialdemócratas apuestan por reformar el límite a la deuda (anclado en la Constitución, restringe el crédito de la deuda anual al 0,35% del PIB, aunque estuvo suspendido durante la pandemia); pero los liberales (FDP) en el tripartito gubernamental se oponen a la reforma provocando una gran tensión en un Gobierno que lucha contra crisis paralelas. Mientras el grupo parlamentario socialdemócrata contempla el freno como un riesgo para el bienestar alemán porque estrangula la inversión, para el FDP el ahorro forma parte de su identidad. También se oponen el partido democristiano y el socialcristiano, porque especulan con nuevas elecciones.

Los últimos acontecimientos han precipitado la policrisis. Tras las protestas de los agricultores contra el recorte de subvenciones a su sector, los socialdemócratas insisten en que el freno a la deuda es hoy una medida discordante y “un riesgo para el bienestar de la generación actual y de las futuras”. El dilema gubernamental es también una consecuencia del varapalo del Constitucional a la coalición de Olaf Scholz por considerar ilegal la reasignación de 60.000 millones de euros de deuda no utilizada durante la pandemia al fondo para el clima. El agujero abierto en el presupuesto federal para 2024 por el fallo de Tribunal Constitucional asciende a miles de millones y se cerrará con recortes.

Eludir el freno de la deuda será difícil. Se trata de disponer de recursos para combatir crisis, invertir en el futuro y evitar debacles políticos como el actual. Pero la reforma requeriría una mayoría de dos tercios en el Bundestag y precisaría el apoyo de democristianos y liberales. El SPD baraja la propuesta de recuperar la regla constitucional formulada en 1969 por el canciller Kurt Kiesinger (CDU) y Karl Schiller (SPD), vigente hasta 2009, que permitía endeudarse anualmente por el mismo importe que se invertía.

Y hay otro factor: el viraje hacia la ultraderecha en este año decisivo 2024. Adam Posen, el economista americano presidente del Peterson Institute, advertía esta semana en la revista Der Spiegel: “Sabemos por la Historia que la austeridad alimenta a los partidos radicales”.

Lidia Conde es periodista y analista de economía alemana

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