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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La IA, una disrupción en toda regla

La IA generativa supone una revolución en el ejercicio profesional. Sorprende que no esté siendo utilizada por las empresas españolas de forma más generalizada

Una captura de la aplicación de inteligencia artificial Chat GPT
Una captura de la aplicación de inteligencia artificial Chat GPTFlorence LO (REUTERS)

Me invaden un conjunto de pensamientos y sentimientos contradictorios como profesional al usar ChatGPT. Alguien podría sentirse un tanto culpable al presentar como propio algo que ha hecho la máquina, aunque en su defensa pueda argumentar que es el genuino autor del prompt.

Personalmente, me invade una cierta angustia que casi deriva en resignación, al tomar conciencia de que ChatGPT es capaz de multiplicar el número de competidores en muchas profesiones, que no precisarán ya de experiencia ni de conocimiento para llegar al mismo nivel competencial. Aquí, aunque es verdad que puedes hacer lo mismo en dirección a otras profesiones, no es menos cierto que como amas la propia, sientes un poco de nostalgia al saber que si poseías algún tipo de ventaja diferencial, buena parte de ella está en riesgo, pues no podrás competir con las capacidades de la máquina. Tu competencia humana integral podrá ser sustituida por un humano mínimamente competente si es capaz de usar la IA con cierta habilidad. La máquina hará el resto. Es cierto que tu mediocridad en otros campos podrá ser ayudada por la IA para convertirte, en apariencia, en un profesional mínimamente aceptable.

La IA es una disrupción en toda regla que en el ejercicio profesional me ayuda enormemente en un doble sentido: como soy pionero en su uso aún poco extendido y menos comprendido, siento que juego con ventaja por las muletas derivadas de la herramienta. De otra parte, me ahorra una cantidad de tiempo considerable, sobre todo en la redacción de entregables y, por encima de cualquier otra consideración, me ayuda a valorar nuevas perspectivas de análisis que puedo tener en cuenta. De hecho, la mayoría de mis prompts buscan esas nuevas perspectivas para que la IA me aporte aquello que no he contemplado en el análisis, al objeto de que me abra nuevos escenarios de pensamiento. Esa, creo, es la interacción diferencial.

Estas dos derivadas, la cuantitativa y la cualitativa, son de una importancia capital. Pero al mismo tiempo me invade una cierta nostalgia, porque siento en mi interior la tristeza por llegar a la conclusión de que el conocimiento ha sido democratizado por la IA. Dicho de otra manera: la posesión del conocimiento ha dejado de ser un valor profesional diferencial.

Hace años que vengo insistiendo en ello en los posgrados que dirijo en la universidad, en el entorno del escenario Google, donde prácticamente todo el conocimiento está a la distancia de un clic y este clic no es nada diferencial, precisamente porque es común en su uso.

Con la irrupción de la IA, el impacto estalla en la cara, porque hemos pasado del acceso al dato a golpe de clic, que luego había que ordenar y colocar (entorno Google), al lenguaje conversacional que te ordena y coloca el dato (ChatGPT).

La clave es saber preguntar a la IA para obtener respuestas potentes, para lo que se requieren tres premisas: una mente curiosa, que empuje a la máquina a explorar caminos no habitados para aportar luz desde el pensamiento humano ayudado por la máquina. Conocimiento profundo del tema (profesión) y capacidad para pensar. En este sentido, la IA es el vehículo veloz que te llevará hasta el lugar si sabes dirigirlo y alimentarlo, aunque una vez allí, será el pensamiento humano creativo quien tome las riendas.

Desde ese nivel hacia atrás, habrá una delgada línea apenas perceptible, que contendrá en su perímetro a profesionales considerados como muy aceptables. En otras palabras, la IA hará aumentar la productividad de buenos profesionales conceptuales (que no generan pensamiento), y aquí reside la diferenciación profesional futura, que conecta con una aspiración de los posgrados de desarrollo directivo que dirijo en la universidad y que no es otra cosa que intentar aportar la capacidad de pensar. Porque la clave no está en llegar a la respuesta, la clave está en saber qué hacer con ella. Y en esa clave reside la diferenciación profesional del individuo, que ya no se mide en ningún campo profesional por la cantidad de conocimiento que acumula, sino por su capacidad de relacionarlo y, en consecuencia, aprovecharlo. Esto me plantea la duda de si la capacidad de pensar, que es una aptitud fija e inamovible, podrá ser modificada por la IA en sentido evolucionable.

La IA es una gran disrupción que aportará un salto cualitativo y cuantitativo a la productividad personal y profesional. Me sorprende enormemente que no esté siendo utilizada en España por las empresas de forma más generalizada.

Nunca como ahora, la competencia de la capacidad de pensar está siendo más actual y necesaria, gracias a la tecnología. ¡Quién lo hubiera dicho hace pocos años! Sin duda, historiadores, filósofos y lingüistas tendrán un gran futuro en la era tecnológica que se nos viene encima. El sistema educativo no va a favor de corriente disruptiva, pues debería estar implantando la IA como metodología en vez de preocuparse por si copian los alumnos. Algo tan sencillo de resolver como hacer que los alumnos hagan preguntas (prompts) en lugar de resolver las que les planteamos.

Pero el sistema global no puede cercenar la libertad individual, el único método a su alcance es limitar al individuo.

Tomar conciencia y poseer la competencia de saber pensar serán dos de las claves de éxito fundamentales de los futuros profesionales que llegarán. Entender el entorno en toda su dimensión de forma holística y saber pensar no se aprende en las universidades, sino desde la conciencia del ser y la pausa necesaria para centrar la atención en aquello que es indisociable del desarrollo integral de la persona primero y del profesional después. Este será el perímetro donde podrán converger tecnología y humanismo en la forma de desarrollar cualquier profesión afectada por la IA, pues al fin y al cabo, la inteligencia artificial tendrá sentido si abre nuevas perspectivas y es preciso ser optimistas en ese sentido. De lo contrario, solo será una palanca aplicada a la productividad y una muleta que dará la mano al conocimiento, y eso sabemos que ha dejado de tener gran parte del valor.

¡Ah! y por favor, no la regulen demasiado. El retraso por la regulación es un camino trágicamente rápido que no admite lamentaciones posteriores.

Jaime Batlle es director académico y posgrado Desarrollo Directivo de la Universidad Pompeu Fabra

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