Las pérdidas ocultas de los bancos son el superviviente sorpresa de 2023
El tratamiento contable del valor real de sus valores sigue siendo extraño y poco útil, incluso tras la crisis de SVB
Una de las cosas supuestamente buenas de las crisis financieras es que, cuando se disipa el humo, se atan de una vez por todas los cabos sueltos que contribuyeron a causar el problema. La implosión en marzo de SVB Financial y otros tres bancos de EE UU de tamaño mediano fue una de esas oportunidades. Pero una característica de ese minicrac ha resultado ser un superviviente sorpresa de 2023: el extraño y poco útil tratamiento por parte de los bancos de las pérdidas no realizadas en valores.
Estos déficits sobre el papel representan el golpe que recibiría un banco si vendiera al precio de mercado algo que posee actualmente. Un ejemplo serían los bonos cuyo valor cae cuando suben los tipos. Si no hay precio de mercado, los bancos pueden basar la valoración en otros datos de mercado o en modelos internos. Si la entidad tiene la intención y la capacidad de mantener la inversión hasta su vencimiento, la pérdida no realizada sigue siendo teórica.
Pero a veces la realidad se entromete, como demostró SVB. El banco californiano tenía pérdidas no realizadas en bonos del Estado y valores respaldados por hipotecas equivalentes a una gran parte de su capital. Cuando los depositantes sacaron de repente su efectivo, la entidad tuvo que deshacerse de bonos, generando pérdidas reales. La saga podría haber impulsado a los reguladores a evitar una repetición en el futuro. Pero los bancos siguen acumulando pérdidas que no repercuten en sus beneficios.
La mayoría de los balances bancarios se componen en gran medida de préstamos. Por lo general, las entidades mantienen estos activos al valor de cuando concedieron el crédito, menos los reembolsos o las provisiones por deudas incobrables. Pero cuando un banco compra un bono u otro valor, tiene tres opciones generales desde el punto de vista contable.
La opción más sencilla es clasificar los títulos a su valor de mercado. Este es el caso de los activos de trading, que es más probable que se vendan a corto plazo. Pero los bancos también pueden clasificar como mantenidos hasta el vencimiento (MHV, o HTM por sus siglas en inglés) los que no tienen previsto vender. Estos se mantienen en el balance al precio de compra, más cualquier ajuste menor.
Según el FMI, en torno a un décimo de los activos bancarios mundiales están en esta segunda categoría. Los bancos ignoran en gran medida las pérdidas y ganancias no realizadas en estos valores derivadas de las fluctuaciones del mercado, y solo las mencionan en notas contables a pie de página. Estas pérdidas sobre el papel han aumentado considerablemente. En los bancos de EE UU, alcanzaron la cifra récord de 390.000 millones de dólares en el tercer trimestre, según la Corporación Federal de Seguro de Depósitos.
Para los activos que un banco considera disponibles para la venta (DPV, o AFS en inglés), las cosas se complican. Los bancos declaran pérdidas no realizadas, pero estas no afectan a los beneficios. En su lugar, los bancos restan el déficit de los fondos propios de sus balances. En EE UU, los reguladores no tienen en cuenta estas partidas a la hora de calcular los coeficientes de capital regulatorio de todos los bancos, salvo los más grandes. Según las nuevas normas propuestas hace poco, ese más estricto tratamiento podría aplicarse pronto a todos los bancos con más de 100.000 millones en activos.
El problema es que la diferencia entre activos HTM y AFS es la intención del banquero. Para decidir si un banco realmente mantendrá un bono hasta su vencimiento, un inversor necesita una bola de cristal, o una hoja de cálculo que indique si un banco podría tener que conseguir algo de efectivo extra. El resultado deja lugar a la ambigüedad.
La última vez que los supervisores de EE UU propusieron valorar casi todos los activos a su valor razonable, tras la crisis financiera, los bancos y sus lobistas se quejaron enérgicamente. Alegaron que las oscilaciones en el valor de mercado de los títulos harían oscilar sus niveles de capital regulatorio, desestabilizando todo el negocio. En una respuesta habitual a las propuestas de normas más estrictas, los bancos dijeron que eso reduciría su disposición a prestar e invertir.
Pero no todo el mundo es partidario de las normas actuales, que, como ha señalado el jefe de JP Morgan, Jamie Dimon, atan las manos de los ejecutivos. En virtud de un proceso denominado contaminar la cartera, el cambio de un solo bono de HTM a AFS obliga al banco a reclasificar el resto, lo cual puede significar admitir pérdidas. De este modo, los bancos se ven obligados a mantener bonos que, de otro modo, podrían soltar y reinvertir en algo más atractivo. Bank of America muestra los pros y los contras. Está claro que los accionistas preferirían que no reconociera sus pérdidas sobre el papel, de más de 130.000 millones. Al tiempo, el jefe, Brian Moynihan, no puede vender esas inversiones sumergidas poco a poco, aunque quiera.
El peligro que entrañan las pérdidas no realizadas depende del banco que las posea. SVB tuvo que deshacerse de sus bonos y cristalizar las pérdidas porque los grandes depositantes retiraron rápido su efectivo. Bank of America no afronta ese problema, y los inversores entienden la diferencia. Una entidad con grandes pérdidas no realizadas que depende de un menor número de depósitos de alto valor tiene más riesgo que un banco con decenas de millones de pequeñas cuentas, como Bank of America y sus grandes pares.
Aun así, no hay una forma estandarizada de presentar esa información de forma clara. Y no existe una línea roja luminosa a partir de la cual un banco se vuelve vulnerable a un pánico. La posibilidad de que JP Morgan, Bank of America u otras grandes entidades tengan que hacer una venta forzosa de sus activos mantenidos hasta su vencimiento parece casi nula. Para los bancos regionales, más pequeños, la probabilidad, aunque baja, aumenta.
Una forma de resolver el problema sería suprimir el difuso tratamiento contable de los valores y obligar a los bancos a valorarlo todo al precio de mercado vigente. Si la preocupación es que el cambio haría que el capital bancario fuera demasiado volátil, los reguladores podrían suavizar las oscilaciones a corto plazo promediando las valoraciones de unos cuantos trimestres cuando calculen cuánto capital posee un banco frente a cuánto necesita.
Pero es poco probable que los supervisores resuelvan este cabo suelto a corto plazo. El cambio requeriría un tortuoso proceso dirigido por el Consejo de Normas de Contabilidad Financiera en EE UU, y el Consejo de Normas Internacionales de Contabilidad en el resto de países. Además, a los bancos les irritan las reformas que afectan a sus beneficios o capital declarados. Las entidades ya están luchando encarnizadamente para hundir las propuestas que podrían aumentar sus requisitos de capital en más de un cuarto.
Es una pena, porque el tratamiento actual dista mucho de ser racional. Incluso Warren Buffett, el famoso inversor a largo plazo que lamenta la inutilidad de tener que valorar sus inversiones a precio de mercado cada trimestre, se muestra poco comprensivo con la contabilidad bancaria. En su reunión anual de este año, él y su ahora difunto socio Charlie Munger se sentaron detrás de placas de identificación etiquetadas como DISPONIBLE PARA LA VENTA y MANTENIDO HASTA EL VENCIMIENTO.
Puede que los inversores hayan aprendido a sortear este contraintuitivo bache contable. Pero sería mejor que el actual tratamiento de las pérdidas no realizadas no sobreviviera un año más.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
Sigue toda la información de Cinco Días en Facebook, X y Linkedin, o en nuestra newsletter Agenda de Cinco Días