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Para Pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Occidente reacciona, aunque tarde

Un nuevo Estado industrial, neoproteccionista y militarizado está surgiendo para afrontar el desafío chino, pero también debe ser social

Chinese President Xi Jinping attends the opening ceremony of the 19th Asian Games in Hangzhou, China, Sept. 23, 2023
El presidente de China, Xi Jinping.Lee Jin-man (AP)

La globalización neoliberal, sin reglas, ni gobernanza, ha tenido dos grandes beneficiarios: los dueños de empresas plurinacionales que han mejorado beneficios al trocear sus procesos, producirlos donde era más barato, para luego ensamblarlos, y países como China, convertida, gracias a ello, en la fábrica del mundo, a la vez que en gran expoliador de tecnologías. Y dos grandes perdedores: Occidente, cuya hegemonía mundial está amenazada porque el poder económico y tecnológico se desplaza a Asia, y los trabajadores de las industrias occidentales, al ver como su empleo se deslocalizaba y se quedaban desprotegidos por un Estado nacional dominado por una lógica de recortes sociales.

Y es que, al final, nada ha salido como nos prometieron cuando, tras la caída del comunismo, se proclamó el triunfo total del capitalismo competitivo y de la democracia liberal que, dada su demostrada superioridad, irían expandiéndose por todo el planeta. Treinta años después, por el contrario, se consolidan modelos de capitalismo estatalista que no respetan las normas del mercado (China, Rusia…), grandes oligopolios como las empresas tecnológicas con procesos abiertos por ello en EE UU y en la UE, mientras el Estado vuelve a ser reclamado como agente imprescindible para hacer frente a crisis económicas como las de 2008 o sanitarias, como la pandemia, y la democracia retrocede, empujada por el populismo y se refuerzan modelos alternativos de democracias populares de partido único. A la vez, la mayor interrelación económica no ha reducido las tentaciones bélicas, como se encarga de demostrar Putin en Ucrania, o las amenazas de Xi sobre Taiwan.

Según un informe que realizado por EsadeGeo, el eje del poder económico mundial se ha desplazado a Asia, empujada por un mayor crecimiento de la población y, sobre todo, por un espectacular y persistente incremento del PIB, de la mano de sus exportaciones de productos fabricados en sus países, al principio, por empresas occidentales a las que han ido desplazando conforme absorbían sus conocimientos. La globalización neoliberal se ha basado, pues, en una especie de intercambio desigual en favor de Asia y de los más ricos del planeta, dado que el dinero es nómada y puede moverse buscando mayor rentabilidad y menor fiscalidad, mientras que el trabajo es, básicamente, sedentario.

El camino de China hacia la hegemonía mundial está trazado desde hace años, por las resoluciones del Partido comunista y los discursos de su líder Xi. Y tiene tres elementos: incrementar su autonomía estratégica en sectores clave como el tecnológico; desplazar a EE UU como líder en Asia y, tercero, extender su influencia a nivel mundial con iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda y otros instrumentos alternativos a los existentes, buscando el objetivo del Partido Comunista Chino de conseguir “un cambio sistémico en el orden mundial” actual.

A partir del momento en que el liderazgo de Xi prioriza la seguridad militar y el control interno sobre las empresas y las personas, Occidente empieza a tomarse en serio las aspiraciones chinas como desafío y organiza su respuesta. Así, tanto EEUU como la UE, revisan su relación con el gigante asiático, que pasa a ser declarado por ambos como principal rival sistémico, a lo que añade la nueva definición de la OTAN a Pekín como un “adversario sistémico” porque sus políticas coercitivas “desafían los intereses de seguridad y los valores de occidente”. El marco está trazado.

Sin duda, la pandemia y la ambigua posición de China respecto a Ucrania, reforzando sus lazos con Rusia, han hecho a Occidente consciente de que tenemos dos problemas: una excesiva dependencia de China en productos estratégicos y la amenaza que ello representa para el actual orden internacional. Y, como consecuencia, la necesidad de poner en marcha una respuesta, aunque no coordinada, tanto por parte de EEUU como de la UE, basada en dos principios: reducir, por razones de seguridad nacional, esa excesiva dependencia estratégica de China y responder a las iniciativas internacionales del régimen de Xi, con propuestas propias que contrarresten la creciente influencia diplomática que está consiguiendo la inversión china. Italia, por ejemplo, está debatiendo salirse de la Nueva Ruta de la Seda que ha proporcionado a empresas chinas un control de varios puertos europeos importantes.

El presidente Biden visualiza dicha reacción mediante la reciente Ley de reducción de la Inflación (IRA), mientras la UE pretende colgarla de su iniciativa de Autonomía Estratégica Abierta. En ambos casos, la lógica explícita es la misma: se definen unos sectores económicos básicos en los que se quiere conseguir un elevado nivel de autosuficiencia mediante el fomento de la producción propia, aunque para ello sea necesario movilizar ingentes cantidades de dinero público como subvenciones. Esta nueva política industrial, se acompaña de medidas selectivas de proteccionismo comercial y de restricciones a las inversiones chinas en estos sectores estratégicos.

Esta tardía reacción representa un vuelco total a todos los principios con que se puso en marcha la globalización neoliberal a comienzos de siglo. Pero no puede hablarse de un desacoplamiento en las relaciones económicas mutuas, ya que se aplican con bisturí solo en algunos sectores considerados claves como, por ejemplo, los chips, sin duda, el producto esencial hoy, tanto para la fabricación civil como para la militar; la inteligencia artificial y la nube. Lo siguiente en la escala de productos estratégicos son las materias primas necesarias para la economía verde y digital que estamos construyendo y que abarcan desde el litio, el silicio o las llamadas tierras raras, cuyo control está provocando ya grandes cambios geoestratégicos, con China llevándonos la delantera.

Un nuevo Estado industrial, neoproteccionista y militarizado está surgiendo en Occidente tras la asunción del desafío que representa hoy China para nuestros intereses y valores. Pero se echa en falta que venga acompañado de un nuevo Estado social que proteja a los ciudadanos en estos tiempos de gran inestabilidad. Así, aunque tarde, reconstruiríamos un estado del bienestar del siglo XXI, superado ya el neoliberalismo como enfermedad senil del capitalismo.

Jordi Sevilla es economista

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