¿Tiene patria realmente el capital?
Celsa y Telefónica han reabierto el debate sobre la conveniencia de que los gobiernos orienten con estrategia la inversión extranjera
El acalorado debate de agosto sobre el mundo del deporte y su mejorable gobernanza ha dado paso en septiembre a otro sobre los riesgos de la inversión extranjera, a raíz de recientes acontecimientos. La sentencia judicial sobre Celsa, cuya propiedad podría pasar a inversores americanos y alemanes, así como la entrada de la saudita STC en Telefónica han levantado algunas voces de alarma.
En sus obras, Karl Marx afirmaba que el capital no tiene patria y solo busca los mejores rendimientos, sin preocuparse por el origen ni el destino de sus flujos monetarios. Sin embargo, las declaraciones y discusiones de los últimos días llevan a pensar que el economista alemán quizás estaba equivocado, pues el origen del capital sí puede ser motivo de preocupación en nuestras sociedades modernas, por otro lado, fuertemente globalizadas.
Este debate llega justo cuando España cerró el año 2022 con un récord de inversión extranjera directa, con más de 34.000 millones de euros captados del exterior, siendo el tercer receptor de capital en el conjunto de la Unión Europea (UE). Estudios de prestigio, como el que anualmente publica AT Kearney, sitúan a España entre los diez países más atractivos para invertir en el mundo, no muy por detrás de Alemania o Francia y por delante de Italia o incluso Holanda, una jurisdicción que ha hecho fortuna recientemente entre el empresariado español.
Los académicos han estudiado con amplitud los beneficios y riesgos de la inversión extranjera y, en su mayoría, concluyen que el capital extranjero suele ser beneficioso para sus territorios de destino. Sin embargo, los economistas también han mostrado cómo las políticas y las instituciones del país de acogida pueden jugar un papel crucial para asegurar y ampliar estos efectos beneficiosos. Como en tantas otras ocasiones, China nos sirve aquí como muestra y ejemplo.
Durante décadas, el gigante asiático ha sido el primer o segundo receptor de capital del mundo. En 2022, a pesar del aún reciente Covid y la escalada de tensión con Estados Unidos, China captó 189.000 millones de eruos en inversión directa desde el exterior. Un tercio de la ingente exportación china procede de empresas con capital extranjero, cuya aportación a la economía resulta esencial aún hoy día, a pesar del creciente sentimiento nacionalista entre capas de la población china. China es también un gran inversor en el exterior, con más de 149.000 millones de euros invertidos en el extranjero en 2022, lo cual demuestra cómo los países que atraen capital suelen ser también grandes inversores.
Sin embargo, el Gobierno chino ha aplicado siempre una audaz política de orientación del capital extranjero, no exenta de polémica, para maximizar su contribución a la economía del país. Esta contribución se materializa de muy diversas formas, a través de mayores exportaciones, transferencia (más o menos forzada) de tecnología, formación de capital humano y también con el impulso al tejido de proveedores locales. Se puede afirmar que el espectacular crecimiento chino desde 1978 es en buena parte debido al capital extranjero, algo con lo que no contaron sus predecesores en el milagro asiático, como Japón o Corea. Quizás no sería oportuno que España o Europa copien esta política china, pero sí conviene orientar con estrategia el capital extranjero para maximizar sus beneficios.
Con estrategia actúan también los nuevos inversores árabes, ávidos de diversificar sus economías y carteras de inversión para un futuro no muy lejano sin hidrocarburos. Además de adquirir clubes de fútbol europeos o inmuebles en Marbella, Londres y París, estos inversores han ido tomando posiciones en las nuevas tecnologías de futuro, tanto en materia de sostenibilidad como en digitalización. Por ejemplo, el nuevo accionista indirecto de Telefónica, el fondo soberano saudita PIF, ya invirtió 2.400 millones de euros en Uber y casi 3.000 en el líder de los videojuegos EA, además de montos inferiores en Meta (Facebook), Activision Blizzard, Paypal, Adobe, Amazon, Microsoft y Zoom.
España ha sido siempre un lugar atractivo para el capital árabe, como han demostrado diversos estudios de Casa Árabe y de la cátedra de finanzas islámicas de IE Business School. Además de los vínculos históricos –demasiado a menudo denostados en nuestro país–, España constituye para estos inversores un puente entre Europa, África y América Latina, una economía sólida, abierta y diversificada y el más amable de los miembros de la UE, desde un punto de vista de actitud vital y cultura de negocios.
Afortunadamente, pocos árabes o españoles recuerdan ya los fiascos de Kuwait Investment Office (KIO) en los años ochenta. En su lugar, destaca el crecimiento en los últimos años de empresas participadas por el capital árabe, como Cepsa o Colonial. La primera cuenta con socios de Emiratos, mientras la segunda con inversores de Qatar. En ambos casos, las sedes operativas han seguido en sus respectivos lugares de origen, Madrid y Barcelona, y sus negocios se han visto ampliamente capitalizados y reforzados.
Corresponde a las autoridades españolas dialogar sin estridencias con los nuevos inversores en Celsa y Telefónica para aprovechar sus recursos y asegurar nuevos negocios y proyectos para ambas empresas. En el caso de la operadora, sin duda se pueden explorar colaboraciones triangulares, habida cuenta del atractivo del mercado latinoamericano para el capital árabe. Corresponde también a los reguladores velar por el cumplimiento de las normas sobre protección de datos, confidencialidad, secretos militares y cuantas otras muchas obligaciones pesan sobre todas las empresas de nuestro país, ya sean de capital español, americano o saudita. Este último es ya otro debate que Karl Marx no abordó.
Jacinto Soler-Matutes es Profesor de Economía Internacional en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Autor de ‘El Nuevo Capital Árabe: Principales Actores y Oportunidades para Empresas Españolas’, (Casa Árabe, 2013)
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