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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De la cultura del esfuerzo a la cultura del futuro

La reconstrucción del concepto de trabajo se torna en algo necesario ante el cambio de valores, cosmovisión y prioridades de las nuevas generaciones

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Oficinas en el distrito financiero de las Cuatro Torres, en Madrid. JUAN BARBOSA

Es hastío, es incertidumbre, es inseguridad, es falta de atractivo o quizás fractura entre el coste-beneficio que ofrece el trabajo en nuestro país. Voces de todo tipo, ya no solo jóvenes, se alzan para explicar una creciente desconexión entre el trabajo y las personas más mental que física sin menospreciar ninguna de las formas. Se centra en la generación de los más jóvenes a los que quizás no hemos sabido darles atractivos. Pero no sólo son ellos y no solo es una cuestión generacional. Tenemos a millares de seniors talentosos que tampoco encuentran su encaje. Unos trabajan, otros no, pero ni unos ni otros muestran una conexión positiva con sus proyectos profesionales y laborales. Y cuesta de entender porque, más allá del trabajo, pocas herramientas nos hemos inventado para redistribuir riqueza, oportunidades y valores aportando al bien común.

Eso no lo dicen solo las personas, los testimonios o los fenómenos, lo dicen los datos. Hemos multiplicado por 2,5 el número medio diario de dimisiones voluntarias en las empresas, alcanzando los 10.000 por día – fenómeno arrastrado de la Gran Dimisión detectada en EE UU a partir de 2020 y que crece en el mundo -. Aunque hay causas relacionadas con la reforma laboral en España, lo cierto es que hay un incremento, aunque sea mucho menor que en otros países. Vemos cómo nuestra productividad se reduce situándonos a la cola del mundo. En el período 2013 a 2023 la hemos reducido el 10%, mientras nuestro entorno la ha incrementado y, aunque no sea la causa directa, crece ese fenómeno viral de tendencias oscilantes llamado quite quitting, una versión evolucionada de la del trabajador quemado en la que este continua en su puesto de trabajo pero apacigua el compromiso y la energía abrazando la ley del mínimo esfuerzo porque no siente que se le reconozca lo suficiente como para aportar un pellizco más.

En un país con la mayor tasa de paro de la UE y de las mayores del mundo desarrollado, donde acumulamos el 28% de desempleo de la zona euro y donde a la vez aumentan las dificultades para cubrir vacantes en puestos de trabajo de todo tipo, alguna cosa no debemos estar haciendo bien. En algunos momentos se destila un cierto conformismo, aceptando un desempleo tres veces superior al de los países desarrollados. Creamos empleo, mucho, recuperando el perdido durante la pandemia, pero seguimos quedándonos con un stock de paro demasiado grande. Y no nos quedemos con las cifras oficiales sobre vacantes de puestos de trabajo porque el mercado de trabajo hace décadas que no circula por el registro público de las oficinas de empleo; necesita mucho más vigor y celeridad de la que se ofrece allí.

Y veamos otro fenómeno, el ghosting laboral o el candidato esfumado sin mensaje ni aviso previo después de un proceso de selección o en los primeros días tras incorporarse a la empresa. Algunos de los grandes operadores del mercado ya identifican un incremento en diez veces de este fenómeno.

Y quizás nuestras empresas podrían hacerlo mejor. Recordemos que el 99,6% son Mipimes (mi- de micros, para ser inclusivos), el 86% son empresas con menos de diez trabajadores y su tamaño medio es tres veces inferior al de las alemanas. Recordemos que aplican una regulación laboral que en términos comparados acaba siendo bastante más estricta que la de muchos países de la UE, además de convenios colectivos acordados con organizaciones sindicales. Y también, que hemos fijado el séptimo salario mínimo más alto de la UE; necesario todo ello pero probablemente no suficiente y que debemos poner en el tablero de juego cuando queremos analizar con perspectiva nuestros problemas con el trabajo para buscar soluciones.

Análisis imprescindible para mirar hacia el futuro y así alejarnos de lo que no debería ser nuestro modelo. Ese donde unos exaltan las malas condiciones laborales de nuestro empleo y donde otros exponen la falta de compromiso de las personas que se acercan a un puesto de trabajo, y a la vez, donde vemos cómo un número muchísimo más elevado de personas que en cualquier parte de nuestro entorno decide ya ni tan siquiera trabajar. El pasado, la política económica, las políticas públicas, la regulación de nuestro mercado de trabajo no han acompañado a la mejor conformación de nuestra cultura laboral. A pesar de que tenemos una nueva ley de empleo sigue pesando en nuestro imaginario esa idea de que hemos reforzado el derecho al trabajo y unas condiciones laborales razonables, pero no el marco de obligaciones y responsabilidades de las personas hacia su empleabilidad y hacia su incorporación al trabajo. Sea justo o injusto, razonable o no, los datos parecen apuntar a ello. En algunos países con mejores cifras las personas en situación de desempleo que perciben prestaciones deben acudir semanalmente a las oficinas municipales de empleo para compartir con su orientador de cabecera las acciones que se han llevado a cabo para encontrar trabajo.

Quizás por eso deberíamos parar el tren y el ruido para sentarnos a prosperar mejor. Para tejer la cultura del futuro dejando atrás la del esfuerzo, que ya no vende entre nuevas generaciones con valores, cosmovisión y prioridades distintas. Nueva cultura en la que no pongamos en el centro lo que unos u otros hacen mal para justificarnos, sino donde reforcemos el compromiso de dar trabajo razonable y futuro a nuestros jóvenes. Donde además de educarlos en la cultura de ese progreso y de la aportación a la sociedad desde los quehaceres, se lo explicamos con hechos. Pero donde tejemos el necesario equilibrio entre derecho y obligación, entre beneficio y responsabilidad con nuevos lenguajes, complicidades y nuevos contenidos. Cultura del futuro con cultura del compromiso, porque de alguna cosa habrá que vivir, y el trabajo es la mejor política social en cualquier parte. Porque además de redistribuir riquezas, nos permite autonomía y crecimiento profesional y nos da la energía para escribir lo más importante, nuestros vigorosos proyectos vitales como personas. Y recuerden, el puesto de trabajo nace siempre en una empresa donde siempre hay una persona con cultura del emprendimiento que, arriesgando muy a menudo su patrimonio, intenta crear riqueza para él, para su familia y para la sociedad.

Josep Ginesta es Secretario General de PIMEC y profesor de OBS Business School


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