Meta, 500 días después: incertidumbre y trampa de valor
Si la empresa sigue sin centrarse en el inversor, destina beneficios a proyectos sin éxito y su negocio continúa reduciéndose será el mayor fiasco de la década
Conceder 100 días a un nuevo Gobierno antes de criticar sus medidas es una tradición en política que reconoce la dificultad de tomar decisiones rápidas y que se produzcan resultados significativos. En el entorno empresarial tampoco es fácil realizar cambios sustanciales en poco tiempo, y el periodo de tregua antes de juzgar a los responsables de una empresa debería extenderse mucho más, hasta por ejemplo los 500 días, casi un año y medio. Mark Zuckerberg anunció en octubre de 2021 el cambio de nombre de su empresa de Facebook a Meta. La misión y descripción de la compañía también cambiaron, y se pasó de aspirar a promover la comunicación entre personas en distintos ámbitos digitales como Whatsapp o Instagram a perseguir la creación del metaverso: un espacio virtual donde se podrían realizar actividades lúdicas y laborales.
En ese momento Facebook cotizaba a más de 325 dólares por acción, y el escritor del manual más famoso de valoración de empresas, el profesor de la Universidad de Nueva York Aswath Damodaran la veía como la única de las grandes tecnológicas norteamericanas infravalorada. Tras unos meses en los que se especuló mucho sobre cómo sería el metaverso y si tendría éxito en poco tiempo, se impuso la visión de que se trataba de una apuesta arriesgada y que necesitaría una gran inversión para su desarrollo.
Meta presentó resultados anuales a comienzos de febrero del año pasado y el precio de la acción se desplomó 85 dólares en un solo día. Algunos gestores que aún hoy conservan la empresa en sus fondos apuntaron a la necesidad de tener paciencia y soportar el alto coste de la inversión en el metaverso. Así, nada más se produjo la abultada caída, el asesor de Numantia Patrimonio arengaba a sus inquietos seguidores: “Vamos, arriba ese ánimo, el metaverso no va a construirse solo. Ni gratis.” En cambio, otros inversores menos idealistas, como el gestor del fondo Militia Capital, comentaba que estábamos ante el nacimiento de una trampa de valor. Es decir, una empresa que parece barata y atrae a inversores que la compran con la esperanza de que se recupere. Sin embargo, la empresa sigue empeorando su negocio paulatinamente, perdiendo ingresos y reduciendo su beneficio, por lo que el precio de la acción continúa cayendo indefinidamente.
David Orr, el gestor de Militia Capital, con una posición corta en Meta, apostaba a que seguiría disminuyendo su precio en Bolsa, comentaba también que el efecto red funciona de manera exponencial en las dos direcciones. Este efecto es una de las ventajas sostenibles que tienen las empresas sobre su competencia, y hace que por ejemplo se usen Visa y Mastercard porque la mayoría de los negocios las aceptan, y a su vez son aceptadas porque la mayoría de los clientes las usan. Lanzar una tercera tarjeta no tendría éxito porque ni los comercios ni los clientes la aceptarían. Del mismo modo, alguien usa Whatsapp, Instagram o Facebook porque la mayoría de sus contactos también lo tienen, y a su vez estos lo tienen porque otros usuarios también están registrados en esas plataformas digitales. El efecto red permite que este tipo de servicios crezca muy rápido, pero una vez que comienza a caer su uso, el descenso se produce también a gran velocidad.
Además, cabe preguntarse si Mark Zuckerberg es un gran empresario fundador capaz de hacer prosperar su negocio durante décadas, o solo tuvo la suerte de que su red social se impusiera a los competidores y la audacia de comprar por un precio razonable a la red social Instagram y al servicio de mensajería Whatsapp. TikTok mostró que, a pesar de la superioridad de Facebook, la aparición de competidores exitosos no se podía descartar. Mientras, el número de usuarios activos de Facebook tocó techo y comenzó a disminuir en algunos países desarrollados. Así, la incierta apuesta por el metaverso podía ser vista como un movimiento desesperado para que la empresa no desapareciera en unos años. Sin duda, se hubiera visto de esta forma si se hubiese llevado a cabo por una compañía más pequeña, pero gracias al tamaño de Meta y a su historia de éxito y supervivencia en un sector complicado, se acallaron estas interpretaciones durante un tiempo.
Damodaran actualizó su valoración y seguía viendo a Meta como la gran empresa tecnológica más infravalorada, evidenciando el peligro de invertir utilizando solo la contabilidad, sin tener en cuenta que los negocios evolucionan de manera no lineal. Tras la caída inicial, Meta siguió anunciando grandes inversiones en su nuevo proyecto estrella, pero los resultados fueron muy modestos tanto en ventas de equipos ópticos para utilizar el metaverso, como en el desarrollo de este, que ha sido comparado con videojuegos que ya existían hace más de una década.
Poco antes de Navidad, con el precio de la acción a poco más de 100 dólares, la empresa pagó anuncios a toda página en periódicos de todos los países desarrollados, spots publicitarios en internet y televisión, y hasta marquesinas en muchas ciudades anunciando el brillante futuro del metaverso e instando a comprar las gafas especiales como regalo navideño. De nuevo, esa campaña se puede ver como un intento desesperado y, como no podía ser de otra manera, no tuvo el efecto que se pretendía.
El mercado bursátil se ha recuperado en los últimos dos meses, y Meta se revalorizó aún más tras el despido de una parte importante de la plantilla para reducir costes y la ralentización de la inversión en el proyecto que hizo cambiar de nombre a la empresa. Sin embargo, la ralentización del incremento de los ingresos por publicidad y el estancamiento del número total de usuarios generan una gran incertidumbre sobre qué pasará con la compañía en unos años.
Para intentar mejorar las perspectivas sobre Meta, y ante el fracaso del intento de realizar el metaverso, Zuckerberg se apunta ahora a la moda de la inteligencia artificial, como tantos otros presidentes de empresas tecnológicas en horas bajas, con un mensaje publicado en su perfil de Facebook en el que afirma estar creando un departamento para generar productos que den respuestas a sus usuarios a partir de la inteligencia artificial, como chats integrados en Whatsapp y los mensajes de las redes sociales, así como con imágenes, filtros y vídeos. El mensaje llega tarde y es muy vago, por lo que de nuevo hace pensar que es otro intento desesperado por no quedarse detrás del resto de grandes tecnológicas.
Mientras tanto, los accionistas siguen sin cobrar dividendos y las recompras de acciones apenas compensan la emisión de nuevos títulos para remunerar a los empleados. Si la empresa sigue sin centrarse en los inversores, destina sus beneficios en proyectos que no tienen éxito y su negocio central se reduce cada vez más rápido, se convertirá en la mayor trampa de valor de esta década.
Juan Luis Santos es Profesor de economía en la Universidad CEU San Pablo
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