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El faro del inversor
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Oda al indómito consumidor americano

Los modelos económicos convencionales no aciertan a explicar cómo las familias estadounidenses han conseguido mantener su ritmo de gasto

Establecimiento de Walmart en Chicago
Establecimiento de Walmart en ChicagoKAMIL KRZACZYNSKI (REUTERS)

Hace un año pintaban bastos en la economía mundial. El modelo de previsión macroeconómica de Bloomberg determinó que la probabilidad de una recesión en EE UU en los siguientes 12 meses era del 100%. El modelo –que combina trece variables de actividad y sentimiento– sólo había alcanzado ese nivel dos veces en sus 30 años de vida, en 2001 y en 2010, y en ambas ocasiones acertó. La economía entró en recesión en menos de 12 meses.

Esta vez parece haber fallado. El año ha pasado y la economía no pierde fuelle. Durante meses, analistas e inversores han escudriñado el calendario económico esperando ese dato que suponga el punto de inflexión. No lo han encontrado. Cierto, una recesión puede llegar más tarde, pero el año se fue con el paro incólume por debajo del 4%, a pesar de que los hogares habían sufrido una inflación cercana al 10% que no se había visto en el país desde los años 80 y la subida de tipos más agresiva en la historia de los Estados Unidos.

Cada nuevo dato inesperadamente fuerte me evocaba la historia del capitán Adrian de Wiart, un militar británico que se ganó el sobrenombre de “el soldado imposible de matar”. Con 19 años se enrola en el ejército y poco después es herido en el estómago y la ingle en Sudáfrica. Un año más tarde perdía un ojo y una oreja a balazos en la guerra de Somalia. En la Primera Guerra Mundial pierde una mano—previamente él se había arrancado dos dedos malheridos que los médicos se negaban a amputarle—y sufre siete heridas más en el estómago, rodilla, cadera, oreja y pierna, así como un tiro en la cabeza que los médicos creyeron, erróneamente, mortal. Sobrevivió a dos accidentes aéreos y, capturado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, protagonizó cinco intentos de huida. Alguno fue exitoso, pero no solían durar porque era fácilmente reconocible con su parche en el ojo y su mano ausente. Murió con más de 80 años en su casa de la campiña inglesa.

Como Wiart, el consumidor americano ha sobrevivido a tipos altos, inflación, y al fin de las ayudas gastando todo lo que tenía para –en un heroico ejercicio de responsabilidad cívica, probablemente involuntario– mantener la economía a flote. No olvidemos que, en los países avanzados, el consumo es el mayor componente de la economía, con un peso cercano al 60% en Europa y casi al 70% en Estados Unidos, muy por encima de la inversión, gasto público o sector exterior.

Esta resiliencia inesperada impacta sobre los mercados financieros. A pesar de que la tecnología ha sido el sector preferido por los inversores, ha sido en el consumo donde se ha ganado dinero. El sector “pájaro en mano”, el que más ha visto crecer sus beneficios en la primera mitad del año ha sido–oh, consumidor americano– el de consumo discrecional, el de bienes no esenciales: artículos de lujo, vehículos, vacaciones, restaurantes, muebles o electrodomésticos.

Las 52 empresas del sector en el S&P500 (Amazon, McDonalds, Starbucks, Tesla, Home Depot, Nike, o Booking.com, entre otras) han aumentado sus beneficios interanuales un 33% en el segundo trimestre de 2023, comparado con un 4% para el conjunto de la Bolsa americana. En el primer trimestre los beneficios crecieron un 22%, comparado con el 3% del conjunto de la Bolsa.

Por eso la idea de que se desinfle el consumo aterra tanto a los gestores públicos–que se podrían ver con un paro al alza– como a los inversores, que se quedarían sin el mayor motor de ganancias del año. Es un miedo fundado. Durante la pandemia y hasta mediados de 2021, los hogares americanos acumularon 2,1 billones de dólares de “exceso de ahorro”, es decir ahorro superior al que habrían generado si la tendencia prepandemia se hubiera mantenido en el tiempo. De esa cuantía ya se habían gastado 1,9 billones a finales de marzo, con lo que es razonable suponer que a estas alturas no queda nada. ¿Qué va a pasar ahora con el consumo? ¿Se desplomará? ¿O romperán los hogares el cerdito para seguir gastando esos 800.000 millones que tenían ahorrados antes de que llegara la lluvia de dinero de los cheques estatales?

La teoría económica ayuda poco. El consumo se sigue explicando hoy en las facultades de economía con modelos de los años 50 del siglo pasado. Las hipótesis del ciclo de vida de Modigliani y la de los ingresos permanentes de Friedman vienen a decir que el consumo es estable a lo largo de la vida. Si ganas más de lo que consumes habitualmente, lo ahorras, para tus hijos o para tu jubilación. Si te llega un ingreso inesperado no consumes más porque somos seres racionales que tenemos en mente una estimación de lo que ganaremos a lo largo de toda nuestra vida y es esa estimación la que determina si compramos un coche nuevo o no. En resumen, los ingresos transitorios no afectan al consumo.

El problema es que estas teorías encajan mal en la realidad de estos dos últimos años. Los 800.000 millones de dólares que el Gobierno americano envió a decenas de millones de familias no deberían haberse transformado en consumo, pero lo hicieron, creando muchos empleos por el camino.

De hecho, una teoría anterior encaja bastante mejor en este momento histórico particular. En los años 30, Keynes propuso que todos tenemos una propensión marginal al consumo que no varía con la naturaleza de los ingresos. Si me gasto habitualmente el 90% de lo que ingreso, y mañana gano 1000 euros en una quiniela, me gastaré el 90% de esos ingresos de manera más o menos inmediata. Si ahora no tengo ni ingresos ni ahorro excepcional, difícilmente aguantará el consumo, diría Keynes.

Si los modelos no fueron capaces de explicar lo que ha pasado, difícilmente les queda credibilidad para explicar lo que va a pasar en ese gran ladrillo de la economía que es el consumo. La realidad es que no lo sabemos–desconfíen de falsos profetas– lo que aumenta la incertidumbre en las previsiones económicas y, a los inversores, nos deja con las mismas viejas premisas: diversifique, que vaya usted a saber por donde irán los tiros los próximos meses.

* Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING

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