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Opa Hostil
Tribuna
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El yugo del BCE y la presunta buena salud de la banca ante un Lehman 2.0

Las entidades españolas miran de reojo la crisis del Silicon Valley Bank, incapaces de recuperar su valor en libros y ofrecer rentabilidades más jugosas a los inversores

Nadia Calviño, ministra de Economía, y Mario Draghi, cuando era presidente del BCE, en Bruselas.
Nadia Calviño, ministra de Economía, y Mario Draghi, cuando era presidente del BCE, en Bruselas.Virginia Mayo (AP)

La banca española se dejó 17.000 millones de capitalización solo el pasado lunes tras la debacle del Silicon Valley Bank (SVB). La mayoría de expertos no tardó en salir al paso de los agoreros que resucitaban fantasmas del pasado para alertar de que la situación no era extrapolable a la crisis de 2008. En efecto, el balance del SVB no podía ser más particular y la gestión del mismo más agresiva y errática. Esto es, depósitos mayoristas muy cuantiosos invertidos en carteras de bonos a muy largo plazo, minusvalías latentes de 15.000 millones frente a recursos propios de 16.000 y, en suma, el caldo de cultivo perfecto para una crisis de liquidez en cuanto los clientes reclamaran sus fondos. “No hay bancos en España con esa casuística”, explican fuentes del sector. La primera en llamar a la calma fue Nadia Calviño, que señaló no tener constancia de que ningún banco español tuviera “una exposición concreta” a los colapsos producidos al otro lado del charco. No obstante, demandó “máxima prudencia”, en velada alusión al BCE y su ritmo de subida de tipos. Al final del día, episodios como el acaecido esta semana sirven para poner a los afectados frente al espejo y no siempre agrada la imagen que devuelve el cristal.

Una conversación informal con directivos o consejeros de banca destapa los de­se­qui­li­brios que zarandean al sector financiero español. Por ejemplo, es interesante preguntarse por qué los bancos llevan tanto tiempo con cotizaciones ampliamente por debajo de su valor en libros si, como insisten políticos y ejecutivos en sus discursos públicos, están bien capitalizados, sus niveles de solvencia son más que adecuados y acumulan provisiones como para afrontar un diluvio. La respuesta que se ofrece sotto voce desde las firmas de análisis es que el negocio bancario no ofrece para los inversores los suficientes retornos como para hacerlo interesante. “Si de verdad quiere ganar dinero, no le recomendaría meter sus ahorros en un banco ni a mi peor enemigo”, admite un veterano banquero de inversión.

Esa falta de rentabilidad hila en parte con la burocracia bruselense y el empoderamiento del BCE tras la crisis de 2008. En el primer caso, la Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés) ha acumulado en estos años legajos de normativa capaces de deprimir al servicio jurídico más entusiasta. En el caso del supervisor, parece haber desarrollado un nuevo mandato espiritual, más allá del oficial que le obliga a mantener la inflación en el 2%. “Se creó una casta de funcionarios comunitarios con un objetivo casi vital marcado a fuego, esto es, que no vuelva a producirse una crisis financiera como la que tuvo lugar a resultas de Lehman, que no haya un ­Lehman 2.0. Para ello, se ha generado en torno a la banca un cerco regulatorio que sobre el papel protege, pero también limita sin remedio la gestión. Han querido eliminar al máximo el riesgo, que al final es connatural a la actividad financiera. Sin él, la posibilidad de rentabilizar las inversiones disminuye de manera exponencial”, remacha esta fuente.

Desde el whatever it takes de Mario Draghi, clave para salvar el euro, el BCE y sus políticas son un tótem que nadie osa cuestionar. Ni siquiera quienes consideran que el origen del descontrol de la inflación actual debe buscarse más allá de Ucrania y tal vez en el quantitative easing que inundó de liquidez la economía. Dentro de ese carácter cuasi mesiánico conferido a Fráncfort, sus exigencias de capital –que ponen en relación los fondos con los que cuenta un banco para hacer frente a posibles imprevistos con el riesgo que asume a través de los activos en balance– son en teoría la clave de bóveda de cualquier operativa, el cortafuegos decisivo ante una crisis sistémica y el criterio apaciguador frente a un efecto dominó en casos como el que pudiera provocar un banco como el SBV. El propio Santander, en el reciente plan de crecimiento presentado a finales de febrero, incluía entre sus pilares y salvaguardas “mantener la ratio de capital CET1 fully loaded [la de máxima calidad] por encima del 12%”. Sin embargo, ¿se trata de una verdadera red de seguridad o es solo un mantra tornado en axioma a base de repetirlo? ¿Por qué se han resentido tanto las entidades financieras en Bolsa si a priori sus espaldas están tan bien cubiertas?

“Esa ratio es estática”, rebaten fuentes internas del supervisor, críticas con el modelo actual. “Hemos impuesto a la banca requisitos durísimos, con gastos brutales en modelos internos, cuando está por ver que niveles de capital del 15% te salven de una crisis de envergadura. Lo normal es que cuando aflore un problema grave, el agujero multiplique por cuatro o por cinco esos umbrales. Lo importante es que el banco funcione, que haya negocio, que sea rentable. Eso sí, con el planteamiento conservador, quienes se blindan son los reguladores, que siempre pueden argumentar que, desde la normativa, más no se pudo hacer”. A partir de ahí, el miedo es libre y nadie está a salvo de efectos colaterales ante un escenario desconocido.

La escarpada subida de los tipos de interés denunciada por Calviño nos sitúa en este territorio. A lomos de esa política monetaria, los bancos españoles han disparado los márgenes a base de trasladarlos a hipotecas y créditos, al tiempo que arrastraban los pies a la hora de incorporarlo al pasivo. Sin embargo, cuando el corto plazo deje paso al medio, la morosidad del cliente particular se incrementará –las entidades hablan entre bambalinas de final de año–, al tiempo que los impagos de las empresas empezarán a pesar en los balances y la financiación corporativa se hará más difícil. “Estábamos en el juego de las sillas y la música llevaba tiempo sonando para un sector que se mueve con lentitud, con rentabilidades muy bajas y riesgos en el horizonte. La crisis en EE UU solo ha provocado el final de la melodía y ha arrojado luz sobre la fragilidad de algunos”, rematan estas fuentes.

El BCE ha priorizado en estos años la estabilidad a cambio de llegar casi a la asfixia regulatoria y a dinamitar la creación de valor para el accionista. Un peaje demasiado alto como para, al menos, no garantizar el sueño. Como advierte un ex alto ejecutivo de un banco cotizado, el exceso normativo “ha cambiado el negocio, al punto de que los proyectos tecnológicos no los financian las entidades, sino los fondos. Sin contar con que, en un marco de bajos retornos, en el que las políticas de Fráncfort definen tu cuenta de resultados, ¿se justifican las elevadas retribuciones de unos ejecutivos que apenas aportan en la gestión?”. A los bancos cabría aplicarles el viejo aforismo de Yogi Berra, el famoso catcher de los Yankees también célebre por sus citas entre el absurdo y la genialidad: “Si no sabes dónde vas, es posible que termines en otro lugar”.

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