Europa frente al reto de los refugiados ucranianos
A diferencia de lo que puede ocurrir con otras crisis humanitarias, ésta no se puede gestionar únicamente con ayuda asistencial
Parece que ha pasado una eternidad, pero solamente han pasado 4 meses desde aquel fatídico 24 de febrero en el que las tropas rusas cruzaban la frontera de Ucrania y comenzaban la invasión del país, o como eufemísticamente la denomina Rusia, comenzaba su “operación militar especial”.
Esta invasión posiblemente suponga la mayor crisis que afrontamos desde la segunda guerra mundial, no sólo porque haya despertado el fantasma de una nueva conflagración mundial o haya puesto encima de la mesa por primera vez desde la crisis de los misiles de 1962 la posibilidad del uso de armamento nuclear, sino porque desde un punto de vista menos conceptual y más inmediato, está generando una complicadísima crisis energética y un enorme reto humanitario. En este sentido, hemos sido testigos de un verdadero éxodo, en el que casi 13 millones de ucranianos han tenido que dejar sus hogares, de los cuales aproximadamente 4 millones se han refugiado dentro de las fronteras de la Unión Europea, lo que supone un verdadero reto, no sólo para los Estados que la conforman, sino también para las sociedades de acogida y, lógicamente, para los propios ucranianos.
A diferencia de lo que puede ocurrir con otras crisis humanitarias, ésta no se puede gestionar únicamente con ayuda asistencial, sino que también se tienen que adoptar medidas que permitan la integración temporal de los refugiados en las sociedades que les están acogiendo, y lo que es más importante, se les tiene que dar la posibilidad de mantenerse por sus propios medios y ayudar a las sociedades que los hospedan. En este sentido, afortunadamente la UE ha actuado con una celeridad que no hemos visto en otras crisis de refugiados, aprobándose el pasado 4 de marzo, por primera vez en su historia, la activación del artículo 5 de la Directiva 2001/55/CE, concediéndose a los ciudadanos de Ucrania una protección temporal que les permite residir, trabajar o estudiar en cualquier país de la UE, este permiso se hace extensible también a ciudadanos de terceros países que tuvieran residencia legal el Ucrania en el momento de la invasión. De acuerdo al artículo 4 de la citada directiva esta protección tendrá una duración de un año, aunque contempla la posibilidad de prorrogarla.
En comparación con otros países de nuestro entorno (como pueden ser Polonia, Alemania o República Checa), los aproximadamente 118.000 refugiados que hemos recibido en España parece un número relativamente pequeño. Sin embargo, hemos de ser conscientes que estamos solo ante el cuarto mes de una guerra que, desgraciadamente, es muy posible que se extienda en el tiempo.
Europa, como sociedad y como proyecto político, se ha construido en base al principio de solidaridad, pero la solidaridad que ahora se requiere no consiste en un momento puntual de generosidad, sino que ésta se ha de mantener estable en el tiempo hasta que se alcance el objetivo deseado. En este sentido, no cabe la menor duda que la activación del artículo 5 de la directiva y la solidaridad que de manera mayoritaria está mostrando la sociedad europea con el pueblo ucraniano van en la buena dirección. Pero un flujo humano tan importante es sin duda un grandísimo reto, no sólo para las sociedades de acogida, sino también para aquellas personas que tienen que abandonar sus hogares, sus vidas y sus familias para encajarse en una realidad totalmente ajena para ellos.
Por tanto, por importante que sea, no basta con la simple activación de la Directiva 2001/55/CE, sino que ésta ha de estar acompañada y complementada con medidas que permitan la adecuación social y cultural de los refugiados, facilitando el aprendizaje del idioma del país en el que van a residir y trabajar, entender su idiosincrasia, sus usos y costumbres sociales, etc. ya que, de no hacerlo, no sólo estaremos desaprovechando recursos públicos y privados, sino que también estaríamos desaprovechando el potencial que pueden aportar esos millones de desplazados a sus sociedades de acogida, y lo que sería aún más peligroso y delicado, podríamos estar creando el germen de futuras tensiones sociales y dando alas a planteamientos extremistas.
Estamos ante el mayor movimiento migratorio que vive Europa desde la segunda guerra mundial, el cual coincide con el final de una pandemia de dos años que ha dejado “tiritando” a nuestras economías y con un futuro económico complejo, pero los lamentos de nada sirven, esa es la realidad que nos ha tocado vivir, y la tenemos que afrontar escapando de planteamientos edulcorados pero pocos realistas y afrontarla de manera enérgica, sabiendo que la solidaridad no siempre es fácil, pero que es precisamente uno de nuestros valores fundamentales que nos define como europeos. Ojalá pronto esos millones de desplazados puedan volver a sus hogares y nuestra solidaridad se pueda encaminar a ayudarles a reconstruir su país y sus proyectos de vida.
Álvaro Aldereguía Fernández de Mesa, director jurídico Grupo Synergie España.