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El faro del inversor
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Europa, levántate y gasta

Las acciones del Viejo Continente baten en 2025 a las de Estados Unidos gracias, en buena medida, a las decisiones de Trump

Una manifestación pro Unión Europea, en Alemania.

Si 2025 terminara hoy, la historia de los mercados financieros sería el guion perfecto de una película mala de sobremesa, una de esas en las que un matón de instituto americano—este sería Trump—, con su novia despampanante del brazo —estos serían los inversores—, que se dedica a humillar y vapulear por los pasillos a los más débiles —Europa, Canadá, y un largo etcétera—. Sin embargo, en un giro inesperado de la historia, la novia del matón acaba dejándole para marcharse con el debilucho.

Y es que Europa empezó el año como el patito feo para los expertos, sin perspectivas de crecimiento sólidas, con una guerra en la puerta, una larga lista de problemas estructurales y un solo punto a su favor: sus acciones eran tan poco atractivas que los precios son irrisorios. Enfrente, Estados Unidos, un mercado que se iba a beneficiar de las políticas desregulatorias y la reducción de impuestos de Trump.

Sin embargo, tres meses más tarde la Bolsa norteamericana es la que peor lo está haciendo entre los mercados desarrollados. Cae (medida en euros) un 8%, el doble que Japón, mientras que el Reino Unido sube un 5% y Europa un 9%.

Lo más paradójico es que la subida de la Bolsa europea es, en gran medida, producto de las acciones de Trump. Primero porque lo errático de sus políticas ha empezado a generar miedo entre los inversores. Las subidas iniciales se basaban en la premisa de que existía un Trump put, la idea de que el presidente no adoptaría o revertiría sus acciones más dañinas si las Bolsas empezaban a caer. Cuando los inversores vieron que Trump no tenía intención de considerar la evolución de las Bolsas a la hora de hacer política, se inició un éxodo del que Europa se ha beneficiado enormemente.

Y, segundo, porque la retirada del apoyo militar norteamericano a Europa ha provocado algo que sólo ocurre en el Viejo Continente cuando las cosas se ponen realmente feas: una reacción. El plan de gastar 800.000 millones de euros en rearmar la región parece ir en serio, y eso gusta a los inversores.

Por último —no todo iba a ser Trump— Alemania ha relajado finalmente su política de austeridad fiscal, lo que supone otro giro histórico. La deuda alemana podría subir 20 puntos, hasta el 90% del PIB, para 2030, algo que, lejos de ser una locura, simplemente pondría al país en la media europea. El impacto conjunto del incremento del gasto en defensa y del paquete de infraestructuras aprobado por el gobierno alemán supera con mucho el estímulo de la reunificación alemana o el del plan Marshall que reconstruyó el país tras la Segunda Guerra Mundial. Las oportunidades son formidables y por eso el índice alemán lleva una subida superior al 15% en lo que va de año cuando el europeo ronda el 9%.

El resultado es que, a los inversores, Europa —en vocabulario de la Generación Z— les renta. El euro ha recuperado un 7%, los fondos de inversión de bolsa europeos han registrado el último mes las mayores entradas en 10 años y la encuesta de gestores de Bank of America ha registrado la rotación más rápida desde 1999: el porcentaje de profesionales que están aumentando su exposición a Europa por encima de sus niveles de referencia ha aumentado del 12 al 39% en un mes.

De todos estos factores es el gasto en defensa el que más atención está generando. Europa está acostumbrada a dar la espalda a un sector incómodo, tan ajeno a los objetivos de sostenibilidad que han vertebrado la regulación y la inversión en la última década. De repente surgen algunas preguntas relevantes.

Por ejemplo, ¿es posible gastar todo ese dinero en empresas europeas? Hoy en día la respuesta es “no”. Ni siquiera pueden cubrir las necesidades de armamento actuales de los países europeos, mucho menos las futuras en caso de expansión. Países Bajos, Italia y Suecia importan el 90% de su armamento de Estados Unidos, Alemania y Reino Unido el 75%, España un 60%. Nadie en Europa quiere verse golpeando en la puerta de los americanos con un fajo de medio billón de euros, pidiendo por favor que le vendan armas. La historia de Francia—que redujo su dependencia del 60 al 5% en 30 años—muestra que una alternativa es posible, pero no una rápida.

Para los inversores la pregunta es diferente: ¿cómo invierto para formar parte de esto? La primera reacción ha sido correr a comprar todo lo que suene a defensa en Europa. El sector aeroespacial y de Defensa del índice europeo Stoxx 600 ha superado en un 40% la evolución de su equivalente norteamericano desde febrero, cuando el vicepresidente norteamericano anunció en Múnich que a partir de ahora Europa estaba sola. Pero el sector tiene muy pocas empresas, e invertir ahí genera un problema de concentración y precio. Cinco empresas (Airbus, Safran, Rolls Royce, BAE y Rheinmetall) suponen un 80% del total. Con cinco empresas más—fabricantes tradicionales como Thales o Leonardo—ya suman el 96%. Es decir, no hay mucho donde elegir. En tan sólo unas semanas, las valoraciones del sector se han disparado y ya se acercan a ratios precio-beneficio cercanos a los 30 múltiplos, niveles más cercanos a la tecnología norteamericana que al value tradicional europeo. En breve surgirán dudas sobre si esos precios están justificados.

En cualquier caso, no hay que engañarse. Más que sexy, Europa está siendo el tuerto frente a unos EE UU que —en la visión de los inversores— acaba de acuchillarse ambos ojos. Pero tampoco pequemos de exceso de cautela. Estamos ante un impulso con potencial transformador que hace solo unos meses era inconcebible.

Francisco Quintana, director de estrategia de inversión de ING España

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