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Tribuna
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Cómo las sanciones contra Rusia contradicen los objetivos climáticos

Se importa más GNL que puede generar casi tantas emisiones como el carbón y crecen los buques fantasmas

Vista aérea de un buque de gas natural liquado.
Vista aérea de un buque de gas natural liquado.Felix Cesare (Getty Images)

Desde el inicio de la guerra en Ucrania en 2022, la industria energética europea ha tenido que enfrentarse a un mercado profundamente alterado. Ante la necesidad urgente de reducir su dependencia de los hidrocarburos rusos, la Unión Europea adoptó una serie de medidas drásticas: embargo al petróleo ruso, límites al precio, aumento de las importaciones de gas natural licuado (GNL) y una aceleración en las inversiones en infraestructuras de transporte. Aunque estas decisiones fueron imprescindibles para responder a la agresión rusa, también han puesto de relieve las limitaciones de un sistema industrial que sigue estando excesivamente ligado a los combustibles fósiles.

El GNL: una solución transitoria con un alto coste ambiental

Para contrarrestar la caída de las importaciones de gas ruso por gasoducto, la UE recurrió masivamente al gas natural licuado (GNL). Transportado en buques metaneros a lo largo de miles de kilómetros, este combustible se presenta como una alternativa estratégica para diversificar las fuentes de suministro. Sin embargo, esta opción lleva aparejadas graves implicaciones ecológicas, a menudo ignoradas en los discursos políticos.

El proceso de producción del GNL es notablemente intensivo en consumo de energía. Para licuar el gas y hacerlo transportable, se debe enfriarlo a temperaturas extremadamente bajas, un proceso que requiere grandes cantidades de energía. Una vez en su destino, el gas debe ser regasificado antes de inyectarlo en las redes de distribución europeas. Estas operaciones, junto con el transporte de largas distancias (varios miles de kilómetros en barco frente a menos de 1.500 kilómetros por gasoducto), aumentan significativamente la huella de carbono de cada metro cúbico de GNL. En comparación, un gasoducto como el Nord Stream, antes de su cierre, permitía un transporte mucho más eficiente desde el punto de vista ambiental, con una huella de carbono hasta 20 veces menor que la del transporte marítimo.

¿Europa atrapada en una dependencia estructural del GNL?

A estas preocupaciones se suma el origen del GNL importado. En Estados Unidos, uno de los principales proveedores europeos, el 74% de este gas proviene de la extracción de gas de esquisto, mediante fracturación hidráulica. Este método de extracción, ampliamente criticado, no solo consume enormes cantidades de agua y productos químicos, sino que también genera altas emisiones de metano. Estas fugas de metano, difíciles de contener, hacen del GNL un combustible con impactos ambientales mucho mayores de lo que podría parecer a primera vista. Por ejemplo, el GNL estadounidense genera, en su ciclo de vida completo, emisiones similares a las del carbón.

El auge del GNL en Europa ha estado acompañado de inversiones masivas en nuevas infraestructuras. Terminales de GNL se han construido o ampliado a una velocidad récord para gestionar los crecientes flujos de metaneros procedentes de América del Norte, Qatar o Nigeria. Aunque indispensables a corto plazo, estas infraestructuras presentan un desafío industrial significativo: el riesgo de “bloqueo tecnológico”. Una vez instaladas, los operadores y los inversores buscarán maximizar su rentabilidad, prolongando el uso del GNL más allá de los plazos climáticos establecidos por el Acuerdo de París.

Además, estas inversiones podrían ralentizar la transición hacia energías renovables. Al desviar recursos que podrían destinarse al desarrollo de la energía eólica, solar o al hidrógeno, mantienen a Europa en una dependencia estructural de los combustibles fósiles, cuya huella de carbono sigue siendo elevada.

La flota fantasma: un riesgo ambiental subestimado

Paralelamente al auge del GNL, el sector petrolero ha sido testigo del crecimiento de una “flota fantasma” rusa. Compuesta por petroleros que operan al margen de los circuitos regulados, esta flota transporta clandestinamente petróleo ruso a mercados asiáticos como China o India, burlando las sanciones europeas y estadounidenses que limitan el precio a 60 dólares por barril. Estos buques, a menudo antiguos y mal mantenidos, representan una grave amenaza tanto para la seguridad marítima como para el medio ambiente.

Uno de los aspectos más preocupantes de esta flota es la falta o insuficiencia de seguros que cubran a estos buques. Las principales aseguradoras occidentales, así como progresivamente las grandes aseguradoras rusas, sujetas a las sanciones, han abandonado este mercado, dejando espacio a compañías locales de bajo capital que no pueden ofrecer garantías sólidas. En algunos casos, las cargas viajan sin ninguna cobertura aseguradora. Los riesgos de accidentes graves, como colisiones o derrames de petróleo, con consecuencias devastadoras para los ecosistemas marinos, no pueden ser ignorados. Además, el consumo de combustible de estos buques exacerba la huella de carbono del transporte marítimo. Por sus rutas más largas para evitar controles y su ineficiencia energética, esta flota consume aún más recursos, agravando los daños ambientales.

Alberto Garoscio es analista energético independiente

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