El Plan de Estabilización argentino: entre lo convencional y lo inédito (parte I)
El programa de Milei va por el camino previsto, a costa de una contracción económica e indicadores sociales deteriorados
A finales de 2023, Argentina se encontraba sumida en una de las crisis económicas a las que nos tiene acostumbrado. Los desequilibrios macroeconómicos desestabilizaban una vez más el tejido económico y social del país. Una inflación galopante que superaba el 200% anual erosionaba rápidamente el poder adquisitivo de la población, mientras que un complejo sistema de tipos de cambio múltiples, conocido popularmente como “cepo”, distorsionaba toda la actividad económica.
La magnitud de la crisis se reflejaba en indicadores alarmantes: un déficit fiscal del 5,4 % del PIB para 2023, al que habría que sumar el déficit cuasifiscal del Banco Central, llegando a casi el 10% del PIB y, lo más preocupante, reservas internacionales muy comprometidas. Esta situación no era el resultado de un shock externo o una crisis repentina, sino la culminación de años de desequilibrios acumulados y políticas económicas insostenibles, donde la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal había generado una dinámica inflacionaria que se retroalimentaba constantemente.
El impacto social de esta crisis no puede valorarse sino como devastador. Los salarios y las jubilaciones, aunque se ajustaban periódicamente, perdían constantemente poder adquisitivo frente a una inflación que parecía fuera de control. La pobreza aumentaba mes a mes, mientras que la clase media veía cómo sus ahorros se evaporaban. El mercado laboral reflejaba las profundas distorsiones de la economía: el empleo formal se estancaba, mientras crecía el empleo informal y precario.
Además, el sistema financiero mostraba señales de estrés agudo, con una alta exposición de los bancos a la deuda pública y los pasivos remunerados del Banco Central (principalmente Leliq) que pagaban tasas de interés superiores al 100% anual. La dolarización de facto de los ahorros y la desconfianza en el peso como reserva de valor complicaban la intermediación financiera, limitando severamente la capacidad del sistema para canalizar el ahorro hacia la inversión productiva. Las empresas, enfrentadas a un entorno de alta incertidumbre y constantes cambios en las reglas de juego, postergaban inversiones y decisiones de contratación.
Es en este contexto crítico cuando Javier Milei, economista libertario conocido por su estilo basado en la confrontación y sus propuestas radicales de reforma, accede a la presidencia del país austral. Tras asumir el cargo en diciembre de 2023, y contrario a las expectativas de quienes anticipaban una implementación gradual de reformas, Milei lanzó rápidamente un ambicioso plan de estabilización económica. Este programa, diseñado para abordar los múltiples desequilibrios antes descritos, se estructuró en torno a tres pilares fundamentales.
En primer lugar, y quizás el más visible, se implementó un ajuste fiscal sin precedentes que contempló una reducción drástica del gasto público primario del 35% en términos reales, materializado principalmente a través de la eliminación gradual de subsidios económicos junto con una profunda reforma del Estado. A ello se sumaron medidas controvertidas, pero consideradas necesarias, como el congelamiento nominal de los salarios públicos y el ajuste de las jubilaciones por debajo de la inflación.
En el frente monetario, segundo pilar del plan, el programa ha atravesado tres fases distintivas tal y como lo ha definido Ernesto Talvi del Real Instituto Elcano, cada una con objetivos específicos. Una fase inicial (diciembre 2023 - abril 2024) que implementó una política deliberadamente restrictiva que llevó a una contracción real de la base monetaria del 35%. Esta política de shock monetario elevó el coste de oportunidad del dinero a niveles históricos, forzando a los agentes económicos a vender dólares para obtener liquidez. Como resultado, el Banco Central logró acumular reservas y reducir significativamente la brecha cambiaria entre el tipo oficial y el de mercado desde el 120% al 20%.
En una segunda fase (abril - julio 2024) marcó un giro hacia una política monetaria más expansiva, con una reducción de los tipos de interés y una compleja operación de reestructuración de pasivos monetarios del Banco Central. Sin embargo, esta expansión generó tensiones en el mercado cambiario y una ralentización en la tendencia descendente de la inflación. La tercera fase (desde julio 2024) se ha caracterizado por un nuevo control estricto de la expansión monetaria mediante la regulación que operaciones de esterilización monetaria.
La política cambiaria, tercer pilar del programa, combinó una devaluación inicial del 100% con un régimen de devaluación controlada del 2% mensual (crawling peg), manteniendo temporalmente el “cepo” cambiario como salvaguarda de las reservas internacionales, contradiciendo en parte las promesas originales de Milei. Este esquema, aunque criticado por algunos analistas que consideran que el tipo de cambio real sigue desalineado, busca equilibrar la necesidad de corrección de los desequilibrios con la prudencia necesaria para evitar una crisis mayor. Dicha decisión sobre el cepo, aunque contradictoria con los objetivos de liberalización, refleja un pragmatismo impuesto por la fragilidad inicial de la posición externa.
Los resultados iniciales del programa no han podido ser otros que la acumulación de reservas internacionales y la reducción de la brecha cambiaria. Sin embargo, esto se ha logrado, como es habitual en estas políticas, a costa de una contracción económica significativa y un deterioro de los indicadores sociales.
Así pues, y si hacemos retrospectiva de la reciente historia contemporánea de Latinoamérica veremos que este tipo de planes son una constante en la historia de los países que la conforman, y el programa argentino actual sigue en muchos aspectos un manual ortodoxo, a pesar de la apropiación de banderas por parte de los sectores libertarios que quieren ver en el plan algo novedoso. Sin embargo, y a pesar de esto, es justo argumentar que el actual plan presenta algunas características particulares que lo distinguen de experiencias previas.
Por ejemplo, el alto nivel de dolarización de la economía y la complejidad del sistema de tipos de cambio múltiples heredado representan desafíos excepcionales, condicionando el diseño de la pata cambiaria del plan. Además, el contexto político del plan lo hace singular en la historia reciente de Latinoamérica, ya que se asume la implementación del mismo sin el respaldo de un partido político tradicional y en clara minoría institucional, lo que le obliga a recurrir a decretos de urgente necesidad. Esto, como veremos en la siguiente columna sobre el Plan, comporta un importante riesgo a medio y largo plazo.
Así, Argentina se enfrenta a su enésimo plan de estabilización y cuyos resultados iniciales están yendo por el camino previsto, con fuerte reducción inicial de desequilibrios a costa de un golpe real en la economía que tensa indicadores de pobreza y privación. Pero esto es, no nos engañemos, la parte más fácil. Todos sabemos cómo reducir estos desequilibrios. Lo importante es, sin embargo, garantizar que no se trate de un espejismo de recuperación. Y esto es lo complejo. La semana siguiente seguimos.