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Repsol compra el 40% de la española Genia Bioenergy e irrumpe en el negocio del biometano

El acuerdo incluye 19 plantas de generación en desarrollo y 11 proyectos más en fases tempranas. La petrolera adquirirá el 100% del gas que produzcan

I. F.
Vista aérea de una planta de biometano, en una imagen de archivo.
Vista aérea de una planta de biometano, en una imagen de archivo.

Repsol apuesta por el crecimiento inorgánico en un sector en el que su presencia era testimonial. La primera petrolera española ha comunicado este miércoles la compra de un 40% de la española Genia Bionergy por un montante no especificado. Una operación que, según subraya la energética que dirige Josu Jon Imaz, le permitirá “sumar importantes capacidades humanas y técnicas para posicionarse de manera temprana en este sector”. El acuerdo abarca 19 plantas de biometano en fase de desarrollo, con una producción total de 1,5 teravatios hora (TWh) y otros 11 proyectos en estadios anteriores. El Gobierno aspira a una producción total de 10,4 TWh en 2030.

Con la entrada de Repsol en su capital, Genia Bionergy se asegura, además, un comprador de primer orden para sus proyectos: la petrolera se compromete a adquirir el 100% del gas renovable producido en sus plantas. Hasta ahora, la huella de la tercera energética española por valor de mercado en el sector del biometano quedaba reducida a un proyecto conjunto con Reganosa y Naturgy en Galicia.

Genia Bionergy, con sede en Valencia, se precia de ser la única compañía española del sector que “integra toda la cadena de valor del biogás y biometano, incluyendo el desarrollo de tecnologías y soluciones y la ingeniería, construcción y operación técnica biológica de los proyectos”.

El de Repsol no es, ni mucho menos, el único movimiento de calado en el sector en los últimos tiempos. En febrero, el banco de inversión Goldman Sachs puso encima de la mesa una inversión de 1.000 millones de euros para convertirse —a través de Verdalia Bioenergy— en líder de este prometedor negocio en España y después dar el salto a Europa. En octubre, como adelantó este diario, Cepsa anunció la puesta en marcha de 15 plantas con la intención de alcanzar los cuatro teravatios hora de producción en 2030.

Sustitución de gas fósil

El biometano, que se genera mediante la digestión de residuos agrarios, ganaderos o urbanos, ha cobrado particular importancia en los últimos años. No solo por su capacidad de descarbonización, sino también porque permite reducir la dependencia europea de los países productores, con Rusia a la cabeza. Más allá de su utilización directa para reemplazar el gas convencional —ambas moléculas son idénticas—, el biometano también se emplea en la producción de combustibles renovables —un ámbito en el que Repsol lleva años trabajando— o hidrógeno verde.

El potencial español de producción de gas renovable es máximo, tanto por la gran cantidad de residuos que genera cada año como por la buena capilaridad de la red gasista. Sin embargo, las cifras siguen muy por detrás de otros grandes países europeos, como Francia o Alemania. Y, sobre todo, muy lejos de Dinamarca, el líder indiscutible en este ámbito: el país nórdico cubre con biometano casi el 40% del gas que consume, según las cifras de Energinet, el gestor de las redes gasista y eléctrica danesas. Además de aprovechar un residuo orgánico para generar energía, su producción también ayuda a reducir las emisiones. El problema es que, a los precios actuales del gas fósil —tras la fuerte bajada de los últimos meses—, el biometano es una alternativa más cara.

La patronal español del sector, Sedigas, estima un potencial de producción nacional de biometano de 163 TWh por año. Aunque muy superior a los objetivos del Gobierno, esta cifra está en línea con otros informes de la industria, que apuntan a una horquilla de entre 100 y 190 TWh.

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Sobre la firma

I. F.
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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